Injustamente olvidados
Me cuentan que Ernesto Gim¨¦nez Caballero dijo alguna vez que si los nacionales hab¨ªan ganado la guerra resultaba evidente que a los rojos hab¨ªa correspondido la victoria en la posguerra. Refer¨ªase, claro est¨¢, a los negocios de la cultura, ya que, por lo que concierne a otros de m¨¢s sustancia, la cosa no ser¨ªa tan obvia. Pero algo importan tambi¨¦n los refrendos de la posteridad, y en ese orden bastante raz¨®n ten¨ªa el autor de Genio de Espa?a: ni cabe pensar en una manifestaci¨®n de cinismo en persona tan absurdamente coherente que carec¨ªa de sentido del rid¨ªculo, ni ha de atribuirse la afirmaci¨®n a natural despecho en hombre de generosidad, tan vehemente y enteriza como su capacidad de intolerancia.El reciente fallecimiento de Gim¨¦nez Caballero va a poner a prueba la verdad de su aserto, ahora que ya parece agotado el veranillo de popularidad que le otorgaron -con m¨¢s frivolidad que seso- algunos cr¨ªticos. ?C¨®mo ser¨¢n sus exequias literarias? ?Apuntar¨¢ alguien aquella expresi¨®n de "injustamente olvidado", o de "injustamente preterido", que siempre se esgrime en trances tales? El resultado previsible, al menos para una meditaci¨®n de vuelo corto sobre esto de la injusticia y de la justicia en asuntos art¨ªsticos, y bueno ser¨¢ que alguien la haga en pa¨ªs como el nuestro, donde, entre centenarios, cincuentenarios, recuperaciones y pret¨¦ritos desv¨ªos apenas alcanzaron para ocupamos de un hoy que nos ocupa... Habr¨ªa de decirse, en pr¨ªncipio, que esto de la justicia literaria tiene, o debe tener, un tanto de ley fisica: en una gravitaci¨®n que re¨²ne un haz de vectores y vectorcillos de la m¨¢s diversa laya y que no es f¨¢cil que tuerza la voluntad individual. Uno de esos ingredientes es la oportunidad pol¨ªtica; hechas m¨ªnimas excepciones, cuanto vindicamos desde 1970 pertenece al cortejo triste de los vencidos en 1939, mucho m¨¢s que a la cohorte de los vencedores, cuyos viejos laureles se marchitan. Nada le vale a Agust¨ªn de Fox¨¢ su bonhom¨ªa algo c¨ªnica o sus versos nost¨¢lgicos, ni a S¨¢nchez Mazas haber escrito la prosa espl¨¦ndida de Rosa Kr¨¹ger, promedio justo entre las fantasmagor¨ªas dorsianas y la eficacia de Baroja. Poco cabe decir por Neville, comedi¨®grafo excepcional, o por Miquelarena, quien no hace mala figura en el friso del humor de vanguardia, o por Eugenio Montes, que -como Mourlane Michelena- tienen bastante m¨¢s ajada su prosa cadenciosa y su cultura de guardarrop¨ªa. A muchos de los citados les falta incluso su tributo acad¨¦mico de tesis o memorias de grado, que ostentan, sin embargo, y hasta por duplicado, muchos de sus antiguos enemigos de 1936. ?Hay injusticia en este caso o m¨¢s bien una inevitable compensaci¨®n? En un libro memorable y reciente, Beatus ille, Mu?oz Molina supo cifrar -como en una leyenda m¨ªtica- el destino de una buena parte de la bibliograf¨ªa de su generaci¨®n: un joven fil¨®logo se inclina con nostalgia y curiosidad sobre la vida remota y la muerte tr¨¢gica de un poeta menor del 27 y su destino personal y su trabajo profesional acaban incorporando las reliquias ¨²ltimas de lo que su biografiado, poeta y rojo, fue 30 a?os antes.
'La Gaceta'
?Podr¨ªa hacerse lo mismo con Gim¨¦nez Caballero? Lo dudo mucho... Entre el creador de aquella maravilla que fue La Gaceta Literaria, de 1927, el autor de Yo, inspector de alcantarillas y Julepe de menta, el inventor de los salad¨ªsimos "carteles" y de tantas cosas inolvidables y nuestra estimativa actual se interpone una cruenta guerra civil y, sobre todo, una victoria: la de un hombre y un r¨¦gimen a los que sirvi¨® con fidelidad casi pat¨¦tica ese octogenario que acaba de morir. Una moda contempor¨¢nea exige un rito de humillaci¨®n y de derrota de los h¨¦roes antes de acceder al Parnaso. Es moda, o lo fue, leer las confusas novelas de Pierre Drieu la Rochelle -recuerdo Gilles-, en la medida en que nos parece asistir todav¨ªa a su agon¨ªa de suicida sobre el que pesa una condena a muerte por colaboracionista: dudo que tuviera tal atractivo un hipot¨¦tico ministro de Cultura de un posible r¨¦gimen pol¨ªtico que hubiera recibido su legitimidad del de Vichy. D¨ªgalo, si no, el olvido actual de Malraux, que podr¨ªa ser la contrafigura de lo dicho. Sabemos que Ezra Pound es el mayor poeta norteamericano de nuestro siglo y olvidamos piadosamente cierta jaula de madera y la sala blanca de un hospital psiqui¨¢trico, como nos estremecemos con C¨¦line en la medida en que la ira de Les beaux draps o de Bagatelles pour une massacre no ha regido los destinos de una Francia antisemita. Tampoco quienes admiran a Mishima y exaltan -con enfermiza devoci¨®n- su histri¨®nico suicidio ante un pelot¨®n de at¨®nitos reclutas, desean un nuevo Pearl Harbour a su costa...
Quienes exhuman con torpeza las siniestras realidades pol¨ªticas que sustentaron fr¨¢giles edificios de bella literatura como quienes olvidan que tanta miseria no es accidente nimio de la belleza, sino el c¨¢ncer que revela la fragilidad moral de la hermosura, deber¨ªan meditar un momento antes de escribir sobre justicias e injusticias. Lo bello no es siempre, ay, lo verdadero ni lo bueno. Y viceversa. Reconozcamos, sine ira et studio, que de los dos caminos que se abr¨ªan a la inevitable politizaci¨®n de las vanguardias, hijas de una posguerra nada grata, Gim¨¦nez Caballero escogi¨® el del fascismo, como Louis Aragon escogi¨® otro. Como sabemos ver, por encima de las debilidades de C¨¦line, lo que nos dice de los l¨ªmites de la humanidad, con no menos evidencia que los reconocemos en Jean Genet. Pero sepamos tambi¨¦n que la victoria sienta tan mal a la literatura como las academias a las vanguardias. La historia de la literatura espa?ola contempor¨¢nea est¨¢ trenzada de muchos hilos que alguien tildar¨ªa de bastardos: el nacionalismo cultural, la pedagog¨ªa pol¨ªtica, la voluntad ad¨¢nica de comenzar de nuevo, la complicidad con la tradici¨®n... Mientras no escribamos, de verdad, una historia pol¨ªtica de la literatura espa?ola no corramos a ocultar su fantasma en la trastienda, a fuer de inocentes posmodernos, ni exhumemos los huesos mal calcinados a cada momento: comprobaremos entonces lo mal que sienta el triunfo a ciertas utop¨ªas, lo torvas que son ¨¦stas cuando abandonan la imprenta y contratan guardias y perros para cerrar la finca de siempre.
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