Morir desapareciendo
Verdaderamente que nos morimos casi siempre de una manera fea y desagradable: rodeados de medicinas, que en casi todos los casos no sirven para nada; de visitas de gentes misteriosas, que s¨®lo vienen -como registra Baudelaire- para presenciar en qu¨¦ consiste una agon¨ªa; de especialistas en sudarios, en preparar los enlutados trajes, de empleados de! pompas f¨²nebres que esperan las buenas propinas...Yo no quiero morirme as¨ª ni, ver a alguien de mi aprecio que: lo haga de ese modo. Ya he dicho que quisiera desaparecer en un avi¨®n que no aterrizara. jam¨¢s, perdi¨¦ndose en los infinitos espacios. Pero ¨²ltimamente he descubierto algo mejor, absolutamente mejor, m¨¢s limpio, m¨¢s l¨ªrico y misterioso, aplicable a todos los seres y las cosas. As¨ª, me sucedi¨®, por primera vez, hablando hace unas ma?anas con una escritora sobre poes¨ªa francesa del ¨²ltimo siglo, cuando, despu¨¦s de restregarme los ojos varias veces, vi, con extra?eza y estupor, que la persona que dialogaba conmigo hab¨ªa desaparecido, no sabi¨¦ndose m¨¢s de ella.
Pocos d¨ªas despu¨¦s, en un pueblo de una provincia vecina, fui a presenciar una corrida de toros, no muy extraordinaria, pero bajo un redondo cielo cegador, plena de gente toda la plaza, con un redondel de arena intensamente roja. Los dos primeros toros fueron m¨¢s bien ap¨¢ticos, recibiendo una lidia bastante sosa y aburrida, siendo abucheados al ser arrastra.dos hacia los corrales. El tercer toro se arranc¨® del toril bravo y alegre, atendiendo como loco a los peones, entrando en vara con gran ¨ªmpetu y derribando alg¨²n caballo. Se dej¨® prender tres pares de banderillas, persiguiendo a un banderillero hasta hacerle saltar la barrera. Era lozano y hermoso, con unos irreprimibles deseos de cornear, Regando a tirar por el aire una tabla de un burladero. El matador, pensando en una posible gran faena, brind¨® en elcentro de la plaza para todo el p¨²blico. Cit¨® al toro desde lejos, que se le arranc¨® por derecho, d¨¢ndole una serie de naturales que pusieron al p¨²blico en pie, ovacion¨¢ndolo, al mismo tiempo que la banda de m¨²sica se arrancaba con un exaltado pasodoble. Llevando al toro al centro de la arena, le dio todo el repertorio de pases conocidos -gaoneras, chicuelinas, manoletinas-, alternados con vistosos molinetes, pases por bajo con la derecha y con la izquierda, para al fin alargar al toro con diversos pases ayudados por alto, que le hac¨ªan levantar al cielo la anhelante cabeza, tanto, que de pronto el toro, abri¨¦ndose todo en el aire, desapareci¨®, quedando un gran vac¨ªo entre la levantada muleta con el tendido estoque. Inmensa ovaci¨®n, seguida de un hond¨ªsimo silencio, pues el toro, aquel tan gallardo y prodigioso, se hab¨ªa esfumado sin dejar ninguna huella, sin rastro alguno en el cielo que hac¨ªa de techo de la plaza. Le hab¨ªa sorprendido a aquel toro la llegada de su muerte antes de la que deb¨ªa recibir de aquel espada valeroso. "
Sucedi¨® tambi¨¦n, al poco tiempo de este hecho, lo contrario: ser un banderillero quien desaparec¨ªa ante el toro en el momento de ir a prenderle un par de banderillas. Me alegraba la manera de que se hallase la muerte de aquel inesperado modo, de que la muerte arribase limpiamente, sin sus acostumbrados anuncios llenos de enfermedades, catastr¨®ficos accidentes, asfixias, v¨®mitos de sangre, infartos inesperados y terribles.
Todo se est¨¢ moviendo cada d¨ªa, cada noche y cada momento. Como ya nadie iba a tener tiempo de morirse tranquilamente en la cama, sucedi¨® que aquel famoso escritor, que se acost¨® para dormir, a eso de las tres de la madrugada hab¨ªa desaparecido, dejando acongojados a todos los que ten¨ªan pensado asistir a una conferencia suya al d¨ªa siguiente por la tarde. Un gran jefe pol¨ªtico que estaba justific¨¢ndose ante: todo un Parlamento pleno de diputados desapareci¨® de pronto sin que nadie hubiese podido escucharlo.
Ya es as¨ª. Todo es sorpresa, muerte sin dejar rastro, comentarios que se clausuran, entierros que no pueden hacerse, maravillas en blanco. Necrolog¨ªas nuevas. Muertes no anunciadas.
Aquella muchacha hab¨ªa decidi.do pasar con ¨¦l el mejor d¨ªa de su vida. Se prepar¨® desde por la ma?ana. Ni siquiera pens¨® en desayunar. Todo pasar¨ªa cerca del mar, entre dunas doradas de comprometedores declives. El clima era maravilloso, faltando pocos d¨ªas para la llegada del verano. ?l tambi¨¦n sali¨® al alba, con un sol que le puso sus primeros rayos en la frente. ?l lo mismo que ella, iba ¨¢gil y casi sin ropa, esplendoroso y ¨²nico, pensando ya en la ondulada arena de las durias, en el suave amanecer de amor, oyendo al mar tenderse, todo labios, en la playa infinita. Pero ella llegg¨® un poco antes que ¨¦l y entr¨® toda en el mar, desapareciendo definitivamente en un rapto del aire, sobre la espuma, que la mir¨® con indiferencia.
?l, en cambio, permanece a¨²n esper¨¢ndola en los declives m¨¢s hondos de las duna.s, soportando el descenso de las noches, sobre las arenas destempladas.
Mientras, yo puedo hablar todav¨ªa tranquilamente, aguardando mi dichosa y tard¨ªa desaparici¨®n.
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