El siglo de Pessoa
Lisboa conserva los caf¨¦s y establecimientos que inmortaliz¨® el poeta del desasosiego
Al atardecer, el ¨²ltimo sol de Occidente se cuela por las calles estrechas de Lisboa. Desde el castillo de San Jorge se contempla una ciudad blanca y ondulante poblada por gentes ser¨ªas e introvertidas que miran al mar. Cae una fina lluvia que presagia, tal vez, una de las feroces tormentas que atemorizaban a un ni?o que naci¨® aqu¨ª hace hoy un siglo.Fernando Antonio Nogueira Pessoa naci¨® el 13 de junio de 1888 en el largo de San Carlos, una plaza hoy cuajada de autom¨®viles que esperan la hora de salida de los funcionarios. Para iniciados, astr¨®logos y ocultistas, como lo fue el propio poeta, debe a?adirse que naci¨® exactamente a las 15.20 horas en el cuarto piso de la casa n¨²mero 4. Una placa descuidada y demasiado alta para ser le¨ªda por los viandantes recuerda, el hecho.
El poeta perdi¨® a su padre, funcionario y redactor an¨®nimo de notas y sueltos musicales, cuando contaba cinco a?os de edad. Su madre, Mar¨ªa Magdalena Nogueira, se cas¨® en segundas nupcias con Jo?o Miguel Rosa, a la saz¨®n c¨®nsul de Portugal en Durban, ciudad de la colonia brit¨¢nica de ?frica del Sur. All¨ª se traslad¨® la familia y all¨ª recibi¨® el poeta una exquisita formaci¨®n brit¨¢nica.
A los 17 a?os, Fernando Pessoa regresa a Lisboa. Salvo un viaje a Portugalete y otro a ?vora, no sali¨® jam¨¢s de la ciudad. El poeta se sent¨® un d¨ªa ante un papel en blanco y escribi¨® Plan of life. Redact¨® un plan general de vida con el que conseguir "cualquier forma de estabilidad financiera". Se conforma con unos sesenta d¨®lares al mes: "Cuarenta para lo necesario y veinte para las cosas superfluas de la vida".
Una ma?ana de 1920, el poeta baja por el Chiado, el barrio de libreros y tertulias literarias en el que naci¨®. A sus 31 a?os ha renunciado a publicar los versos y las prosas del neopaganismo portugu¨¦s, que en su d¨ªa tanto revuelo causaron en el pa¨ªs, as¨ª como a colaborar en la prensa diaria. Es un escritor admirado por cierta minor¨ªa que vive ya inmerso en el desasosiego. Atr¨¢s qued¨® el intento de la revista Orpheu y de otras publicaciones.
Los caf¨¦s
El poeta se para en el caf¨¦ la Brasile¨ªra del Rossio. De todo el itinerario pessoano, la Brasileira es el escenario que m¨¢s ha cambiado. No por su aspecto interior, sino por la terraza a?adida fuera y poblada de turistas. Dentro, la Brasileira es un caf¨¦ presidido por un enorme reloj; una barra alargada y una ventana desde la que se despacha tabaco y prensa cierran la media docena de diminutas mesas en las que gustaba sentarse el poeta para saborear uno de los mejores caf¨¦s de Lisboa.Hay un cuadro cl¨¢sico de Almada Negreiros en el que se representa al poeta sentado en una mesa que bien podr¨ªa ser una de las que conserva este caf¨¦. Un publicista la utiliz¨® este cuadro para un anuncio de una marca de caf¨¦, lo que levant¨® estruendosas e ineficaces protestas.
Pessoa, procupado siempre por consolidar su estabilidad econ¨®mica, se interes¨® por negocios que siempre fracasaron. Uno de ellos, que recoge ?ngel Crespo en su reciente y ya fundamental biograf¨ªa del poeta, La vida plural de Fernando Pessoa (Seix. Barral), hace referencia precisamente a la publicidad. La compa?¨ªa Coca-Cola, que quer¨ªa instalarse en Portugal, le encarg¨® una frase publicitaria. Pessoa ide¨® un lema demasiado real: "Primero se extra?a. Despu¨¦s se entra?a", lo que provoc¨® que el ministro de Sanidad portugu¨¦s incautara el refresco entre cuyas sustancias hab¨ªa un estupefaciente que creaba h¨¢bito.
Del Chiado, el poeta camina despacio hasta la Baixa. Echa un vistazo a la librer¨ªa Bertrand a¨²n en el Chiado, la mejor surtida de 'literatura inglesa y francesa de la ciudad. Esta casa, fundada en 1732, conserva los mostradores y las estanter¨ªas por los que el poeta rebuscaba obras de Milton. De ah¨ª, a la parte baja de la ciudad. El poeta reh¨²ye la sastrer¨ªa Lourengo & Santos, junto a la plaza del Rossio. A su muerte, los encargados de la sastrer¨ªa tuvieron que archivar alguna factura que no hab¨ªan logrado cobrar. Desde la plaza de Figueiro, Pessoa baja hasta el caf¨¦ Martinho do Arcada por la calle de Douradores (donde se sit¨²a la oficina en la que trabajaba el protaganista del Libro del desasosiego), una v¨ªa estrecha en la que sorprende un restaurante: Antigua Casa Pessoa. El encargado no sabe nada del poeta ni tiene con ¨¦l ning¨²n v¨ªnculo familiar, ni le importa la coincidencia.
La calle Douradores desemboca en la plaza del Comercio. Pessoa pasa por la lista de correos para recoger su correspondencia. Se dirige, al otro lado de la plaza, al caf¨¦-restaurante Martinho da Arcada, donde come y se encuentra con sus amigos y compa?eros. Este establecimiento, en el que se sigue almorzando por un precio muy razonable, organiza tertulias en torno al poeta.
El caf¨¦ Martinho est¨¢ formado por dos estancias rectangulares comunicadas por una arcada. Es, sin duda, el lugar m¨¢s pessoano de Lisboa. Aqu¨ª est¨¢n tomadas todas las fotograf¨ªas del poeta en el caf¨¦. Una luz amarillenta se refleja en el m¨¢rmol de las mesas cuadradas y peque?as
Uno de sus amigos, Antonio Cobeira, recre¨® a?os despu¨¦s al poeta: "La aparici¨®n de Fernando Pessoa era sagrada, casi puntual, met¨®dica, en los sitios de costumbre. Sus diligencias se regulaban rigurosamente por la costumbre: de la l¨®brega oficina donde trasudaba en los trabajos forzados en la correspondencia comercial, al caf¨¦ donde se desperezaba en silencios densos de observaci¨®n y arremetidas ¨¢giles de iron¨ªa, y de all¨ª a casa, escurri¨¦ndose entre las sombras".
El poeta ya ha comido. No atiende a la conversaci¨®n. Est¨¢ preocupado porque su padrastro ha fallecido y su madre, enferma, y sus hemanastros est¨¢n a punto de regresar de ?frica. Debe buscar otra casa, m¨¢s espaciosa, a la que trasladarse con su familia. Tal vez cambie su vida. No puede escribir; desliza el l¨¢piz por las p¨¢ginas en blanco. Se pone el sombrero y decide pasarse por la empresa F¨¦lix, Valladas e Freitas, pr¨®xima al caf¨¦, donde trabaja. Al llegar, se encuentra con dos j¨®venes a la puerta. Una de ellas, Ofelia Queir¨®s, con quien el poeta vivir¨¢ un apasionado idilio, se interesa por el anuncio en el que se pide una secretaria. El poeta las hace pasar.
A?os despu¨¦s, Ofelia rememor¨®, en esta deliciosa descripci¨®n, este encuentro de una tarde cualquiera de 1920: "En determinado momento, vimos subir la escalera a un se?or todo vestido de negro (supe m¨¢s tarde que estaba de luto por su padrastro), con un sombrero de ala vuelta y galoneada, gafas y lazo en el cuello. Al andar, parec¨ªa que no pisaba el suelo. Y llevaba -lo que no puede parecer m¨¢s natural- los pantalones metidos en las polainas. No s¨¦ por qu¨¦, aquello me produjo unas tremendas ganas de re¨ªr y fue con gran esfuerzo como consegu¨ª decir que iba a responder al anuncio cuando ¨¦l, t¨ªmidamente, nos pregunt¨® qu¨¦ dese¨¢bamos".
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