La mujer de James Joyce
Cada 16 de junio se celebra en Dubl¨ªn la romer¨ªa del Bloomsday en recuerdo del hist¨®rico paseo de Leopoldo Bloom, el personaje central de Ulises, la obra maestra de James Joyce. La periodista Brenda Maddox ha publicado una biograf¨ªa sobre Nora Joyce en la que la describe como el nexo del escritor con el mundo exterior.
En la pel¨ªcula de John Huston Los muertos, inspirada en el relato de James Joyce, Anjelica Huston se queda de pie en la escalera, traspasada por una canci¨®n. No es una mujer refinada, pero tiene una orgullosa elegancia que corresponde a Gretta, esa chica de GaIway que se ha casado un poco por encima de su clase y que, sin embargo, es mucho m¨¢s fuerte que su intelectual esposo. Gretta, como todas las mujeres de Joyce, est¨¢ copiada en cierto modo de su esposa, Nora, con tanta frecuencia despachada como una imp¨²dica camarera que caz¨® al se?or pero que era en realidad una mujer tenaz, aunque no una intelectual, y una mujer elegante.Una vivaz y meditada nueva biograf¨ªa de Brenda Maddox nos muestra a una mujer de gran sentido com¨²n que dec¨ªa lo que pensaba y no perd¨ªa el tiempo con, sentimientos de culpa, pero tambi¨¦n una mujer cuyos fuertes, hombros eran el soporte metaf¨®rico y literal de un Joyce cada d¨ªa m¨¢s ciego, dif¨ªcil y borracho, y, cuyo sentido del humor y absorbente conversaci¨®n irlandesa aliment¨® sus libros, desde la Gretta de Los muertos a la Anna Livia. Plurabelle de Finnegans Wake, pasando por Molly Bloom.
Historia de amor
"Este tipo abandona su pa¨ªs y dice que se va para forjar la increada conciencia de su raza, y todo surge en la voz de una mujer", dice Maddox. "?Qu¨¦ ocurre aqu¨ª? Se supone que Irlanda es un pa¨ªs de hombres". Una de las mayores influencias -el mayor lastre, indudablemente- en la vida de Joyce fue su padre, un borracho, un pendenciero, pero tambi¨¦n un conversador sin rival, y tanto James como su hermano, Stanislaus, sintieron que les rondaba. Nora "era sin lugar a dudas una conversadora maravillosa", dice Maddox. "Quiz¨¢ ella fue la ¨²nica voz que pudo acallar la voz dominante, masculina, del padre, que se hab¨ªa posesionado de ¨¦l".
Lo que en realidad nos muestra el libro de Maddox es una gran historia de amor entre un genio atormentado, procedente de un pa¨ªs desgarrado, donde la vida era dif¨ªcil y la sexualidad estaba profundamente reprimida, y una mujer a la que se puede llamar t¨¦rrea, con los pies en la tierra. Se utilizaban el uno al otro, y varias veces amenaz¨® Nora con abandonarlo y grit¨®: "desear¨ªa no haber encontrado nunca a un hombre llamado James Joyce"; pero eran literalmente inseparables. Ella intentaba mantener a Joyce alejado de los excesos, y puso al exigente hombre en su sitio. "Si el mismo Dios bajara a la Tierra, ¨¦l (Joyce) lo pondr¨ªa a trabajar", dijo. Una noche, cuando Joyce y Hemingway llegaron muy borrachos, dijo: "Bien, aqu¨ª llega James Joyce el escritor, otra vez borracho, con Ernest Hemingway".
Los hechos son bien conocidos por los admiradores de Joyce. El escritor en ciernes encontr¨® una chica con lo que ahora parece un perfecto nombre joyceano -Nora Barnacle- una noche de 1904 en Dubl¨ªn, adonde hab¨ªan llegado los dos no tanto para hacer fortuna como para escapar de los infortunios de sus hogares. Nora trabajaba en el hotel Finn, Joyce bregaba y daba sablazos para conseguir dinero (lo que iba a marcar la pauta de su vida). Si no fue amor a primera vista -a Joyce no le gustaba la palabra-, desde luego fue una especie de dependencia a primera vista. Nora era bella y sexualmente audaz, Joyce estaba solo y sexualmente hambriento. Huyeron al continente, el principio de una vida n¨®mada que los llev¨® a Z¨²rich, Trieste y Par¨ªs, y s¨®lo rara vez volvieron a Irlanda.
Maddox cree que cuando Joyce conoci¨® a Nora percibi¨® que ella era su conducto hacia el mundo exterior. "?D¨®nde pod¨ªa ir ¨¦l con la experiencia que ten¨ªa del mundo? No era sino un joven de gran talento (quiero decir que ¨¦se es El retrato del artista). No hab¨ªa ad¨®nde ir con aquello. Se dio cuenta de que el resto del mundo estaba all¨ª. Y cuando conoci¨® a esta mujer, y probablemente no hab¨ªa muchas como ella en Irlanda, con un apetito sexual totalmente franco y sin inhibiciones para manifestarlo, fue una revelaci¨®n. Vio la v¨ªa hacia el resto del mundo. Tom¨® de ella y de sus pobres ni?os lo que necesitaba, una vida de familia. Tom¨® lo que necesitaba, para escribir sobre ello".
El libro de Maddox no es un tratado feminista, ni un intento de minimizar la gran obra de Joyce. "No es la obra de ella, es la de ¨¦l. Los escritores no son su material, sino lo que hacen con ¨¦l".
Los t¨®picos sobre Nora son que era analfabeta -que era tonta-, que no sab¨ªa cocinar, que no conoc¨ªa nada del trabajo de Joyce y que era una compa?era inadecuada. De hecho, Nora era cualquier cosa menos analfabeta, cocinaba -los Joyce prefer¨ªan comer fuera y ser vistos- y aunque no ley¨® casi nada de lo que Joyce escribi¨®, lleg¨® a percibir que era un gran escritor. Mientras tanto, proporcion¨® una apariencia de atm¨®sfera familiar para Joyce que le permiti¨® crear. Tambi¨¦n era muy divertida y se vest¨ªa con imaginaci¨®n; reforz¨® el dandismo de Joyce. "Joyce no quer¨ªa alguien peque?o y fr¨¢gil, quer¨ªa una persona que literalmente pudiera levantarlo pero que a la vez tuviera una elegancia natural", dice Maddox. "Est¨¢ claro que se consideraban elegantes el uno al otro".
Cartas de Nora
Maddox, una periodista americana que ha vivido en Londres durante los ¨²ltimos 30 a?os y fue la anterior directora de asuntos internos de The Economist, no s¨®lo ha contado con las entrevistas a los amigos sobrevivientes de Joyce, algunos de los cuales ya han muerto, sino con un tesoro oculto de cartas, que se conservan en la Cornell University en Estados Unidos y en el Museo Brit¨¢nico. Estas cartas, de Nora y James, pero tambi¨¦n de las hermanas Barnacle y Joyce, detallan la vida cotidiana de los Joyce. Las cartas de Nora "son muy buenas", dice Maddox. "Me sorprendi¨® como una buena reportera. Y en muchos aspectos son mejores que las de ¨¦l. Cuando ella escrib¨ªa sobre una fiesta familiar sab¨ªas lo que hab¨ªa ocurrido all¨ª. ?l adornaba las cosas m¨¢s de lo que lo hac¨ªa ella".
Tambi¨¦n ha contado con una serie de cartas de Joyce a Nora, escritas mientras ¨¦ste se encontraba en Irlanda de vacaciones, y que s¨®lo pueden definirse como terriblemente escatol¨®gicas, pero que arrojan luz sobre su relaci¨®n y sobre la utilidad de Nora para la obra de Joyce, especialmente para el personaje de Molly Bloom.
Molly es el personaje que con m¨¢s frecuencia se asocia con Nora, pero Maddox mantiene, muy convincentemente, que todas las mujeres est¨¢n inspiradas en ella. El muchacho que muere por Gretta en Los muertos se llama Michael Furey y trabajaba en la f¨¢brica de gas; Nora hablaba de un chico llamado Michael Feeny que muri¨® de neumon¨ªa, y ten¨ªa otro pretendiente que trabajaba en la f¨¢brica de gas en Galway. Las fantas¨ªas escatol¨®gicas y de otro tipo de Molly y Leopold Bloom imitan las cartas entre Nora y James. La cantarina voz irlandesa de Anna Livia Plurabelle recuerda a la de Nora.
Los Joyce -no se casaron hasta 1931, pero con frecuencia simularon estar casados- no llevaron una vida f¨¢cil. Hacia el final, Joyce estaba casi ciego y desolado porque Ulises estaba prohibido en Estados Unidos como libro obsceno. "Y ¨¦l no era un hombre obsceno, excepto en las profundidades de su inconsciente. Siendo un hombre t¨ªmido, no deseaba toda aquella atenci¨®n por parte de la Prensa. La gente de pie sobre las sillas para verle. No estaba preparado. Se apart¨® con horror".
Sus dos hijos fueron una tragedia: Giorgio, que hab¨ªa tenido la esperanza de ser cantante, se dio a la bebida, se cas¨® con una divorciada americana que tuvo que . ser internada y termin¨® su vida como un borracho libertino. Luc¨ªa, una bonita ni?a que muy pronto mostr¨® signos de enajenamiento, pas¨¦ la mayor parte de su vida en hospitales mentales, diagnosticada como esquizofr¨¦nica. Los Joyce amaban a sus hijos sin reservas, pero estaban demasiado pendientes el uno del otro para ocuparse de ellos, y llevaban a los ni?os de una ciudad a otra. "Se cuidaban el uno al otro, se sent¨ªan rechazados, los dos estaban muy obsesionados consigo mismos".
A pesar de las constantes quej as de Joyce, no vivieron en la pobreza extrema. Joyce era un maestro obteniendo dinero de otros, y Harriet Shaw Weaver una heredera que pensaba que la riqueza heredada era maligna, empez¨® a mantenerlo muy pronto y se dedic¨® a cuidarlo generosamente, a pesar de lo mal que la trataba Joyce. Tanto Nora como James eran pr¨®digos, y el dinero se tiraba aqu¨ª y all¨¢, pero Weaver nunca los abandon¨®.
Nora, publicado por Hamish Hamilton en Londres y por Hamilton Mifflin en Estados Unidos, sigue los vagabundeos de sus inusuales aunque no bohemias vidas. Por la ¨¦poca en que los Joyce viv¨ªan en Par¨ªs, en los a?os treinta, eran unos burgueses si se les compara con la mayor¨ªa de los otros expatriados que viv¨ªan all¨ª. Nora siempre dese¨® tener un aut¨¦ntico apartamento con sus propios muebles, y a veces lo tuvieron; a pesar de su reputaci¨®n, parece que fue un ama de casa meticulosa.
Durante toda su vida con Joyce, Nora tambi¨¦n anhel¨® el estado de casada, a lo que Joyce se resist¨ªa. Cuando decidieron casarse fue para que Giorgio y su hijo Stephen, que a¨²n no hab¨ªa nacido, no fueran ileg¨ªtimos.
El final
La guerra los encontr¨® de vuelta en Z¨²rich, donde Joyce muri¨® de una ¨²lcera perforada, en 1941. Nora se qued¨® atr¨¢s, desamparada; su hijo y su nieto, en Estados Unidos; su hija, loca, en una instituci¨®n lejana; el dinero de Joyce, inaccesible, en Inglaterra. Nora permaneci¨® en Suiza hasta su muerte en 1951, en una serie de habitaciones alquiladas, pero parece que, fiel a su naturaleza, permaneci¨® bastante alegre y fuerte.
"Era la II Guerra Mundial. Su viudez fue mucho m¨¢s triste de lo que hubiera sido", dice Maddox. "Pero los ¨²ltimos a?os no parece que fueran tan tristes como pens¨® la gente. Siempre era afectuosa, siempre resultaba agradable parar a charlar con ella, siempre ten¨ªa una palabra amable, siempre tuvo amigos". En aquellos ¨²ltimos a?os parece que comprendi¨® lo famoso que era su esposo y se creci¨®. Preguntada por lo que pensaba de Andr¨¦ Gide, dijo: "Indudablemente, cuando has estado casada con el m¨¢s grande escritor del mundo, no recuerdas a todos los hombrecillos".
Traducci¨®n: Isabel Cardona.
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