Lecciones pendientes, huelga suspensa
Los profesores acaban de autoexaminarse, evaluando su curso reciente de huelga, y han decidido suspenderla hasta septiembre, incapaces de aprobarla. ?C¨®mo calificarles en junio, qu¨¦ nota poner a sus trabajos, qu¨¦ asignaturas pendientes les quedan colgadas? Puede que no convenga ironizar, pero s¨ª, desde luego, sugerir responsabilidades y autocr¨ªticas. Se trata de una huelga extra?a, que fracasa cuando m¨¢s cerca parec¨ªa la victoria. ?Qu¨¦ pasa cuando los vencedores se derrotan? ?C¨®mo entender que, tras rechazar el preacuerdo, las bases rechacen tambi¨¦n la prolongaci¨®n de la huelga? ?Qu¨¦ paradojas contradictorias son ¨¦stas? ?Qu¨¦ lecciones plantean?El asamblearismo constituye el punto flaco del movimiento sindical: su tentaci¨®n, pero su debilidad. Las c¨²pulas, inseguras de su fuerza, se escudan en el asamblearismo para ocultar su impotencia. Pero, una vez convocado, el asamblearismo se bloquea y colapsa -como prueban los casos recientes de la banca y la ense?anza-, resultando las c¨²pulas sindicales descalificadas. Es irracional someter a las bases los acuerdos tomados por los delegados: implica una contradicci¨®n entre la l¨®gica de la representaci¨®n y la l¨®gica de la decisi¨®n, que son distintas y siempre deben estar separadas. Las bases s¨®lo deben votar representantes, nunca votar decisiones: ?es imaginable un refer¨¦ndum entre propietarios sobre aceptar o no un impuesto que grava la propiedad? En suma, el asamblearismo siempre desemboca en la irracionalidad. Por ello, sus consecuencias siempre son negativas: desautoriza a los representantes, impide la consolidaci¨®n organizativa, fomenta la desafiliaci¨®n y estimula el ego¨ªsmo insolidario, al plantear el dilema del gorr¨®n (free rider), que cierra el c¨ªrculo vicioso del soborno a la asamblea, elevando cada d¨ªa su dosis de corporativismo letal.
Por otra parte, la conflictividad se produce con mayor irracionalidad en el sector p¨²blico (funcionarios y asalariados de empresas nacionalizadas) que en el sector privado. ?Es ello debido, como se dice a veces, a que el Gobierno est¨¢ m¨¢s obligado que la patronal a resistir la presi¨®n reivindicativa por tener que atenerse al l¨ªmite presupuestario votado por los contribuyentes? No parece probable, pues, por el contrario, el nivel salarial es m¨¢s elevado en el sector p¨²blico que en el sector privado, especialmente en los estratos bajos (en los niveles ejecutivos sucede a la inversa, produci¨¦ndose la circunstancia de que la eficiencia y el rendimiento son directamente proporcionales al grado de apertura del abanico salarial). Por tanto, la explicaci¨®n debe buscarse en otra parte: si los empleados p¨²blicos reivindican m¨¢s que los privados -a pesar de tener menor derecho por su superioridad salarial-, es porque pueden hacerlo. Y pueden m¨¢s porque detentan mayor poder de reivindicar, al ser propietarios vitalicios de la oferta de servicios p¨²blicos. Su poder reivindicatorio es bifronte: no tiene costes y s¨ª muchos recursos. No tiene costes porque, a diferencia de los asalariados del sector privado, a los empleados p¨²blicos no se les puede echar -pues sientan plaza en propiedad-, por lo que nada arriesgan reivindicando. Y posee grandes recursos porque, al ser titulares de la oferta de servicios p¨²blicos -ense?anza, salud, comunicaciones, etc¨¦tera-, detentan el privilegio de poder ejercer coacciones irresistibles sobre todos los ciudadanos, usuarios forzosos de servicios p¨²blicos (cuando Ford se pone en huelga puedes comprar coches Opel, pero cuando Renfe para no hay salida posible). Siendo as¨ª las cosas, si los servidores p¨²blicos no arriesgan nada haciendo huelga, y si pueden chantajearnos a todos tom¨¢ndonos como rehenes solidarios a la fuerza, ?c¨®mo sorprendernos de que abusen de su poder de reivindicar?: tontos ser¨ªan si no lo hicieran (otra cosa es que tambi¨¦n nosotros tengamos que ser tontos, obligados a poner la otra mejilla).
La compulsi¨®n conflictiva no debe extra?ar: la transici¨®n termin¨®, y nada desestabilizador puede haber en la presi¨®n reivindicativa. Es l¨®gico y natural que todos demanden y exijan. Otra cosa es que pueda y deba atenderse sus demandas y exigencias: contra el vicio de pedir est¨¢ la virtud de no dar. El que reivindicar ya no sea desestabilizador no quiere decir que haya que plegarse a la presi¨®n reivindicativa. Hoy las reivindicaciones salariales son ajenas por completo a la democracia, cuyo monopolio nadie puede reclamar: tanto para bien (las reivindicaciones ya no pueden desestabilizar la democracia) como para mal (las reivindicaciones ya no pueden escudarse en la coartada democr¨¢tica). Por tanto, no es de recibo todo ese fundamentalismo sindical, ese integrismo proletario, ese chovinismo obrerista, ese dogmatismo asalariado, ese fanatismo reivindicador, esa belicosidad militante que, con inflexible obstinaci¨®n, se empe?a en ostentar su posesi¨®n intransigente de la verdad reivindicadora: no es cierto que estemos obligados -por la democracia o el progreso- a satisfacer sus demandas y exigencias. Por el contrario, nos asiste el derecho de poner en cuesti¨®n, y en tela de juicio, sus t¨ªtulos reivindicativos: dudando que convenga atenderlos en consecuencia.
Dicho de otro modo, reivindicar ya no resulta autom¨¢ticamente progresista. Por el contrario, puede serlo m¨¢s oponerse a la reivindicaci¨®n. El integrismo social, el fundamentalismo asalariado, la intolerancia maniquea en el reparto de patentes de progresismo -identificado en exclusiva con la insolidaria elevaci¨®n de los salarios-, ya no pueden seguir monopolizando la titularidad del progreso. Lejos de eso, al abusar de su poder reivindicativo, al aprovecharse de su capacidad de lesionar los intereses ajenos, pueden desencadenar consecuencias que merecen calificarse de todo menos de progresistas. Basta, pues, de chantaje moral. Una cosa es que, para reivindicar, nos hagan el chantaje f¨ªsico de paralizar los servicios p¨²blicos. Y otra cosa es que encima nos hagan el chantaje moral y pol¨ªtico de llamarnos reaccionarios si nos atrevemos a protestar.
Pues bien, yo protesto. Y, adem¨¢s, afirmo que hoy reivindicar alzas salariales no es progresista, sino insolidario. Aqu¨ª hay tres millones de parados. Mientras casi la mitad de los europeos trabajan, s¨®lo poco m¨¢s de la cuarta parte de los espa?oles poseen empleo. La tasa de desempleo juvenil en Espa?a es triple que el promedio europeo; por ello, la delincuencia, la drogadicci¨®n y el terrorismo, en Espa?a, duplican la media europea. ?C¨®mo afirmar entonces que es progresista y solidario reivindicar que te suban el sueldo?
Existe una ecuaci¨®n b¨¢sica. La masa salarial (conjunto de las rentas del trabajo) es igual al producto del n¨²mero de empleos multiplicado por el salario medio. Dada una determinada subida de la masa salarial (deseablemente superior al excedente empresarial, salvado el crecimiento de la inversi¨®n), su saldo puede canalizarse, bien hacia el crecimiento del n¨²mero de empleos, bien hacia el crecimiento de los salarios. Pues bien, yo afirmo que lo progresista es repercutir todo el crecimiento de la masa salarial en incrementar al m¨¢ximo posible el n¨²mero de empleos. Y que cualquier desviaci¨®n hacia el crecimiento de los salarios me parece que roza lo insolidario, al no permitir que crezca todo lo que podr¨ªa el n¨²mero de empleos. Pues con la tasa de desempleo m¨¢s elevada de Europa, qu¨¦ sea lo progresista, si anteponer crecimiento salarial o crecimiento de empleo, es algo que est¨¢ muy claro.
De ah¨ª la contradicci¨®n actual de los sindicatos de clase. En tanto que sindicatos, est¨¢n obligados a reivindicar alzas salariales. Pero en tanto que de clase, est¨¢n obligados a reivindicar crecimientos del empleo. Siendo simult¨¢neamente incompatibles ambos objetivos. Pero esta contradicci¨®n no es s¨®lo de las organizaciones sindicales, sino tambi¨¦n de sus miembros individuales, as¨ª como de cada persona empleada que ocupe puestos de trabajo: su reivindicaci¨®n salarial, de ser atendida, reducir¨¢ las oportunidades de encontrar trabajo con que se enfrentan sus familiares y amigos que se hallan desempleados. ?sta es la responsabilidad moral de la reivindicaci¨®n, y yo no conozco mejor criterio de progresismo que el de la solidaridad.
E. Gil Calvo imparte Conflicto social en la universidad Complutense.
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