Pr¨ªncipe de la ciudad
No era un tipo apocado ni nada de eso. Tampoco es que fuera lo contrario, aunque a decir verdad no lo era en absoluto. O sea, era un hombre de franja media en lo espiritual y en lo estad¨ªstico. Alguien que va tomando conciencia de que todo lo que se hace en la vida sirve para convertirle gradualmente en un pobre tipo. La clase de persona, en fin, que podr¨ªa ser el retrato perfecto de uno mismo.En un sentido psicol¨®gico humildemente descriptivo, ten¨ªa el perfil de los que atraviesan crisis peri¨®dicas, pero consecutivas. Es decir, que las empalmaba. El d¨ªa en que comenzaron los hechos empezaba a concentrarse en la idea de que hab¨ªa desperdiciado su vida -y de que si volviera a nacer, la volver¨ªa a desperdiciar-, cuando escuch¨® en la calle una especie de alarido que le dej¨® helado. Se asom¨® por la terraza y vio a su mujer arrodillada ante un mont¨®n de bultos desparramados en el suelo y un coche a un cent¨ªmetro escaso de su cuerpo. No supo si todo hab¨ªa ocurrido ya o si estaba a punto de ocurrir. Lo que hizo despu¨¦s fue bastante sorprendente, aparte de dif¨ªcil. El caso es que el tumulto que se congreg¨® en torno a ¨¦l y su mujer, tres segundos m¨¢s tarde, s¨®lo ten¨ªa ojos para su persona. El accidente o lo que hubiera sido aquello no parec¨ªa haberles impresionado tanto como su presencia vertiginosa. Su mujer estaba bien, pero desencajada. Ella tambi¨¦n le miraba de una forma rara. Termin¨® abraz¨¢ndole con desesperaci¨®n.
-Por el amor de Dios, te pod¨ªas haber matado -dijo ella entre sofocos.
-?Qui¨¦n, yo? -contest¨® estupefacto.
-Acabas de saltar de un segundo piso, mi vida.
Se le doblaron las piernas, pero la gente le observaba con admiraci¨®n y prefiri¨® resistir la tentaci¨®n de desmayarse. Por la noche, en la cena, los ni?os le dedicaron todo el silencio y la veneraci¨®n que provocan los dioses. Por su parte, se hab¨ªa olvidado de la crisis para sentir los latidos de una euforia a punto de desbordarse. Hasta lleg¨® a decir:
-Ya sab¨¦is como se debe actuar en estos casos.
-?Te has vuelto loco? -dijo ella con tal cantidad de cari?o que anul¨® la recriminaci¨®n.
Durante los tres d¨ªas siguientes se sinti¨® como un h¨¦roe, actu¨® como un h¨¦roe y los dem¨¢s le rindieron homenajes de h¨¦roe. Le gustaba mientras tem¨ªa que aquel estado ol¨ªmpico se esfumara. Lo que son las cosas, el destino le ofreci¨® la oportunidad de consolidarlo. Estaban despidiendo, al cuarto d¨ªa despu¨¦s de los hechos, a unos amigos en la puerta del ascensor, cuando escucharon c¨®mo la puerta de su piso se cerraba tras ellos. Se miraron entre s¨ª y descubrieron que la ni?a peque?a, una mani¨¢tica de dieciocho meses por todo lo que tuviera bisagras, se hab¨ªa quedado encerrada en la casa gracias al ejercicio de su man¨ªa. Su familia se qued¨® con la boca abierta y sin llave, en el descansillo de la escalera. Salida a la calle, corro de vecinos y que los cerrajeros no son gremio puntual. La ni?a, en caso de que ya no le quedaran puertas, siempre pod¨ªa optar por los enchufes o el paracaidismo dom¨¦stico. Animado por la gesta anterior y ante la comprobaci¨®n de una ventana abierta en la cocina, el h¨¦roe de la vecindad trep¨® por el canal¨®n, se escurri¨® con un movimiento de gato en la cocina y, tras asegurarse del buen estado de su cachorro, abri¨® la puerta al grupo enfervorizado de testigos. Esta proeza tuvo como m¨¦rito nuevo la consciencia. Con ella, m¨¢s la proximidad de la haza?a anterior, dir¨ªase que terminar¨ªa por consolidar una reputaci¨®n.Hubiera podido vivir feliz con ese aura y un trabajito de vez en cuando. Pero en el fondo era un prestigio elemental y, sobre todo, muy cansado, para poca conversaci¨®n. S¨®lo hab¨ªa demostrado que era capaz de trepar o pegar saltos cuando las circunstancias lo exig¨ªan. Metido como estaba en el camino de la gloria se le ocurri¨®, como a todo el que le resulta dificil vivir con lo que tiene, a?adir alguna habilidad de la inteligencia a su reputaci¨®n de hombre bravo. Estuvo pensando un tiempo y luego tom¨® la decisi¨®n. Estudi¨®, hizo las compras necesarias y se ocup¨® en algunos entrenamientos. Una semana m¨¢s tarde se las arregl¨® para dejar encerrada a la hija peque?a. Esper¨® a que se armara el revuelo de la otra vez y cuando todo el mundo presum¨ªa una nueva escalada por el canal¨®n, ¨¦l se limit¨® a sacar un papel de lija del bolsillo y hacerlo correr por el ajuste- de la puerta con la ma?a necesaria para que saltara el pestillo. Su mujer se le qued¨® mirando, eso s¨ª. Pero a los dem¨¢s s¨®lo les falt¨® aplaudir. Y el se sinti¨® admirable, completo, como un pr¨ªncipe aut¨¦ntioo. El pr¨ªncipe de la ciudad.
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