Esas Yndias equivocadas y malditas
Ignoro si en el a?o 1525, o sea, 12 a?os despu¨¦s de su primera aplicaci¨®n, la pr¨¢ctica, tan escandalosamente formalista, del "requerimiento" hab¨ªa ca¨ªdo en tal descr¨¦dito que hubiese precipitado en el desuso. Sea de ello lo que fuere, Hern¨¢n Cort¨¦s era mucho m¨¢s escrupuloso y concienzudo que sus precedesores, y es dif¨ªcil pensar que se contentase con cumplir formalmente, aun a sabiendas de que los destinatarios no lo o¨ªan o no lo entend¨ªan, el mandato del requerimiento. Cort¨¦s hac¨ªa las cosas con cuidado y con rigor; as¨ª, en la carta V?, donde da cuenta de su expedici¨®n a las Hibueras, nos relata un caso que, de hecho, comporta un ejemplo de aplicaci¨®n del requerimiento por parte de Cort¨¦s.Transcribo sus palabras: "Y ofreci¨¦se que un espa?ol hall¨® un indio de los que tra¨ªa en su compa?¨ªa, natural destas partes de M¨¦jico (extranjero, por tanto, en la regi¨®n que atravesaban), comiendo un pedazo de carne de un indio que mataron en aquel pueblo cuando entraron en ¨¦l y v¨ªnomelo a decir, y en presencia de aquel se?or (un peque?o cacique maya que se hab¨ªa presentado a los expedicionarios) le hice quemar, d¨¢ndole a entender la causa, que era porque hab¨ªa muerto (esto no concuerda con lo de m¨¢s arriba: "que mataron en aquel pueblo cuando entraron en ¨¦l", donde parece tratarse de una muerte en combate) aquel indio y comido d¨¦l, que era defendido por vuestra Majestad, y por m¨ª en su real nombre les hab¨ªa sido requerido y mandado que no lo hiciesen, y que as¨ª, por le haber muerto y comido d¨¦l, le mandaba quemar, porque yo no quer¨ªa que matasen a nadie, antes iba por mandato de su majestad a ampararlos y defenderlos, as¨ª sus personas como sus haciendas, y hacerles saber c¨®mo hab¨ªan de tener y adorar un solo Dios, que est¨¢ en los cielos, criador y hacedor de todas las cosas, por quien todas las criaturas viven y se gobiernan, y dejar todos sus ¨ªdolos y ritos que hasta all¨ª hab¨ªan tenido, porque eran mentiras y enga?os que el diablo, enemigo de la naturaleza humana, les hac¨ªa para los enga?ar y llevarlos a condenaci¨®n perpetua, donde tengan muy grandes y espantosos tormentos, y por los apartar de conoscimiento de Dios, porque no se salvasen y fuesen a gozar de la gloria y bienaventuranza que Dios prometi¨® y tiene aparejada a los que en ¨¦l creyeren, la cual el diablo perdi¨® por su malicia y maldad, y que as¨ª mismo les ven¨ªa a hacer saber c¨®mo en la tierra est¨¢ vuestra majestad, a quien el universo, por providencia divina, obedesce y sirve, y que ellos asimismo se hab¨ªan de someter y estar debajo de su imperial yugo y hacer lo que en su real nombre los que ac¨¢ por ministros de vuestra majestad estamos les mand¨¢semos, y haci¨¦ndolo as¨ª, ellos ser¨ªan muy bien tratados y mantenidos en justicia y amparadas sus personas y haciendas, y no lo haciendo as¨ª se proceder¨ªa contra ellos y ser¨ªan castigados conforme a justicia" (hasta aqu¨ª, la cita).
Cort¨¦s encarece el cuidado y la paciencia con que se extendi¨® en ¨¦stas y otras consideraciones, y no hay duda de que puso todo el escr¨²pulo del mundo en que el cacique se enterase bien de todo a trav¨¦s de los int¨¦rpretes, pero bien puede apreciarse en lo citado con qu¨¦ astucia y qu¨¦ sutileza Cort¨¦s usa la religi¨®n como instrumento de dominaci¨®n: primero, el pre¨¢mbulo aterrador de? indio quemado vivo en presencia del cacique, enseguida la explicaci¨®n del motivo de un castigo semejante y la doble subrogaci¨®n por la que Cort¨¦s se subroga en el emperador, y ¨¦ste, a su vez, en la divinidad, en cuanto aquel "a quien el universo, por providencia divina, obedesce y sirve", de suerte que los "muy grandes y espantosos tormentos" que amenazan a los que no se avienen a dejar los ¨ªdolos y ritos que hasta all¨ª han tenido, como ha hecho el indio quemado vivo al practicar el rito de comer carne humana, vienen a confundirse, por una doble subrogaci¨®n paralela con el tormento de morir quemado que ha padecido el indio.
M¨¢ximo provecho
La infracci¨®n del mandato de Cort¨¦s contra la antropofagia es infracci¨®n del mandato del emperador en quien Cort¨¦s se subroga e infracci¨®n del mandato de Dios en quien, a su vez, se subroga el emperador. La astuta coordinaci¨®n subrogatoria de las tres autoridades confunde en uno el mandato contra la antropofagia, y as¨ª el castigo de morir quemado vivo a que Cort¨¦s condena al infractor aparece a los ojos del cacique confusamente relacionado o identificado con los "muy grandes y espantosos tormentos" que aguardan a quienes no "dejan los ¨ªdolos y ritos que hasta all¨ª han tenido".
La deliberaci¨®n con que Cort¨¦s urde y dirige todo el episodio de forma tal que la religi¨®n le rinda el m¨¢ximo provecho como instrumento de dominaci¨®n viene ya sugerida por la palabra con que empieza al relato: "y ofreci¨®se". El verbo ofrecerse indica bien a las claras que el caso es considerado como ocasi¨®n oportunamente aprovechable para un prop¨®sito en principio ajeno a ¨¦l. El pecado de antropofagia del indio ha venido ello por ello -como se dice en Extremadura y podr¨ªa haber dicho el propio Hern¨¢n Cort¨¦s-, o sea, como de molde para lograr la sumisi¨®n del cacique maya y de su pueblo, y Cort¨¦s, con toda la agudeza y todo el tino del m¨¢s perverso instinto de dominaci¨®n, improvisa exactamente el espect¨¢culo que conviene a sus designios, apurando hasta la ¨²ltima gota la posibilidad del caso que tan oportunamente se le ha ofrecido.
Naturalmente, no pretende en modo alguno que esta descripci¨®n del uso de la religi¨®n como instrumento de dominaci¨®n se corresponda con la representaci¨®n patente a la conciencia de Cort¨¦s. Aunque no pueda pensarse que no fuese consciente de su pragmatismo -tal como lo evidencia la palabra "ofreci¨®se"-, de su orientaci¨®n de las cosas con arreglo a unos fines, lo dem¨¢s apenas llegar¨ªa tal vez a sospecharlo, tal como es propio de lo que me he limitado a llamar perverso instinto, que no precisa ninguna clara conciencia racional para alcanzar, certero como un tiro de ballesta, la diana del designio.
El mal sin malo
He establecido, por consiguiente, una dualidad de planos, esto es: el plano de lo claramente maniflesto a la conciencia de Cort¨¦s, como sujeto emp¨ªrico, y el plano de una realidad ultraindividual, el universal hist¨®rico de la dorninaci¨®n, superior y oculto a esa conciencia, pero que dirig¨ªa, no obstante, el puro instinto ciego -especialmente receptivo en un hombre como Hern¨¢n Cort¨¦s-, de suerte que acertase en cada caso exactamente con lo que hab¨ªa que hacer.
Es esta dualidad de planos lo que el nominalismo del positivismo hist¨®rico se niega a reconocer, aceptando tan s¨®lo la realidad del sujeto emp¨ªrico y rechazando -tal como el dogma nominalista obliga- cualquier posible realidad u operatividad que no sea pura met¨¢fora al universal.
No cabe duda de que, acostumbrados como estamos a unas instituciones de justicia que, contra la clamorosa evidencia estad¨ªstica del condicionarniento sociol¨®gico de las conductas delictivas, inculpan y condenan como si el libre albedr¨ªo no fuese uno de los recursos m¨¢s escasos entre los humanos; acostumbrados, digo, a este infantil reparto de papeles, bueno y malo, comprendo que a muchos pueda resultar tan arduo como turbador cualquier punto de vista que disminuya en alg¨²n grado la responsabilidad de los autores de tan tremendos e incontables cr¨ªmenes como los que constituyen la trama dominante en la conquista y colonizaci¨®n de Am¨¦rica, pero en esto consiste justamente el mayor espanto de la historia universal.
Para lo que trato de decir puede resultar ilustrativa la an¨¦cdota de aquel que le reprobaba a otro la ferocidad de su anticlericalismo, dici¨¦ndole: "?Pero hombre! ?C¨®mo puedes envenenarte hasta tal punto la sangre con los pobres curas? Tendr¨¢n todos las pu?eter¨ªas y mezquindades que t¨² quieras, las deformaciones de su ya de por s¨ª deforme profesi¨®n, pero es injusto y cruel condenarlos como monstruos de maldad, porque ellos no son al fin m¨¢s que unos infelices mandatarios; el ¨²nico que es verdaderamente malo es Dios". El mismo cuento puede aplic¨¢rseles a los que frente a la famosa "historia escrita desde el punto de vista de los vencedores" pretenden oponer una "historia escrita desde el punto de vista de los vencidos".
Esta segunda ser¨ªa, en cuanto historia, tan falsa e ingenua como la primera, a la que tratar¨ªa de confutar, pues el nominalismo positivista igualmente implicado en las palabras "vencidos" o "vencedores", que entender¨ªa las cosas como si los sujetos emp¨ªricos fuesen los ¨²nicos protagonistas efectivos, escamotear¨ªa la percepci¨®n te¨®rica fundamental: que el verdaderamente malo es Dios, o, lo que viene a serlo mismo, la historia universal.
"La mediaci¨®n dial¨¦ctica de lo universal y particular -dice Adorno en su Dial¨¦ctica negativa- no autoriza a una teor¨ªa que opte por lo particular, para pasarse de rosca, tratando lo un?versal como si fuese una pompa de jab¨®n. La teor¨ªa se har¨ªa as¨ª incapaz de comprender tanto la funesta hegemon¨ªa de lo universal en lo establecido., como la idea de una situaci¨®n que, haciendo descubrir a los individuos su verdad, despojar¨ªa a lo universal de su mala particularidad" (fin de la cita).
La cosa es, pues, mucho m¨¢s execrable y m¨¢s fat¨ªdica que si pudiese d¨¢rsele rostro y nombre humanos. Lo que, en cuanto representaci¨®n consciente, lleg¨® a ser incluso para los m¨¢s perspicaces de sus sujetos emp¨ªricos nada llega a expresarlo m¨¢s agudamente que el siguiente pasaje de sir Walter Raleigh, capaz de hacer -por una vez acaso con raz¨®n- las delicias de cualquier psicoanalista: "La Guayana es una tierra que tiene todav¨ªa intacta su virginidad; jam¨¢s saqueada, varada o trabajada; la faz de la tierra sin romper; la virtud y la sal del suelo sin gastar por el abono; las tumbas sin abrir para sacar el oro; las im¨¢genes de los dioses a¨²n por derribar de lo alto de los templos" (hasta aqu¨ª, la cita).
Como puede apreciarse, un desencadenamiento de los peores instintos de profanaci¨®n, de ultraje, de depredaci¨®n. Pero el factor desencadenante, capaz de responder satisfactoriamente a la pregunta: "?De d¨®nde sale de pronto tanta abyecci¨®n?", o sea, la esencia de lo que se pretende festivamente conmemorar en la Disneylandia sevillana del 92, como una efem¨¦rides que tuviese algo que ver con lo que desear¨ªamos que se considerase humano tiene los rasgos informes de un mal sin malo, s¨®lo con despreciables mandatarios, enajenados y como arrebatados de s¨ª mismos por el furor de la dominaci¨®n.
En una palabra, la p¨¦rdida imperiosa para quien atienda al ruido de fondo de los testimonios, la p¨¦rdida de un sujeto emp¨ªrico como ¨²ltimo responsable a quien incriminar de tan ancha y tan larga tragedia -conforme a la confiada versi¨®n con que el nominalismo hab¨ªa logrado quit¨¢rsela de encima- ha de encontrar tanto en apologetas como en de tractores del descubrimiento, la conquista y la colonizaci¨®n la comprensible resistencia de quien se ve ante la turbadora situaci¨®n de que todo sin dejar de ser igualmente horrible y doloroso, es mucho m¨¢s inexplicable, sobrehumano, infrahumano, gratuito, am¨¦n de mucho m¨¢s s¨®rdido, rastrero y miserable de cuanto pueda serlo incluso una leyenda negra, que, cuando menos, podr¨ªa vanagloriarse por el m¨¦rito, ciertamente dudoso y discutible, de ostentar el tenebroso resplandor de la maldad.
Actitud est¨¦tica
Respecto de la historia universal, empieza uno por tropezarse con dos actitudes de principio, que casi parecen psicol¨®gicamente determinadas por el car¨¢cter personal. La una es la que llamar¨¦ actitud est¨¦tica, cuyo criterio o categor¨ªa principal es la de la grandeza de las haza?as de la historia y de sus creaciones. Antropol¨®gicamente inmersos en una historia en que el impulso de dominaci¨®n hunde sus ra¨ªces en un ayer inmemoral, todos seguimos siendo sensibles a los valores de la dominaci¨®n, pues al mismo tiempo que una voluntariosa ¨¦tica se esfuerza por negarlos boquilla, como cuando a los ni?os se les predica en la iglesia o ense?a en las escuelas la mansedumbre, la condescendencia, la amistad, la generosidad, etc¨¦tera, terminada la clase, la sinceridad est¨¦tica los llevar¨¢ a los sargrientos goces predatorios de pel¨ªculas del oeste y, en el m¨¢s manso de los hombres se recrear¨¢ en las bellezas de la depredaci¨®n, y los animales m¨¢s prestigiosos y admirados seguir¨¢n siendo los que tengan pico de rapaz, colmillos de carn¨ªvoro, garras de halc¨®n o zarpas de felino.
Querer ser
Tan honda parece ser tal preferencia est¨¦tica primaria hacia los carn¨ªvoros depredadores que no ha de faltar quien diga que los hombres descubren a trav¨¦s de ella la envidia hacia lo que ellos, al menos en alg¨²n rinc¨®n de su alma y a despecho de todas las admoniciones pedag¨®gicas, siguen queriendo ser. De modo, pues, que la mentalidad est¨¦tica, que juzga de la historia seg¨²n el criterio de valor de la grandeza, estar¨ªa, a tenor de esto, bien distante de ser superficial, hasta er punto de parecer antropol¨®gicamente prehist¨®rica.
Tenga lo que tuviere de cierto esta sospecha, lo indicado, por s¨ª o por no, respecto del otro criterio de valor que rige la mirada hacia la historia, ser¨¢ tal vez abstenerse de toda consideraci¨®n de antig¨¹edad, arraigo o fundamento antropol¨®gico, pues quienes optan por ¨¦l juzgan, impl¨ªcitamente, que no tienen obligaci¨®n alguna de legitimar su opci¨®n en antiguallas o en sinceridades an¨ªmicas, ni menos pedir disculpas por su ¨ªndole represiva o heter¨¦noma, pues en cuanto a represi¨®n y heteronom¨ªa nada supera a lo que tal punto de vista toma por criterio frente al de la grandeza, esto es, al dolor en relaci¨®n con quienes lo padecen.
As¨ª que no hay que amedrentarse cuando el que lo sabe todo acerca de las almas viene a decirnos: "La compasi¨®n que dices sentir por los esclavos bajo el palo del esbirro no es en tu alma m¨¢s que efecto de la represi¨®n de un superego heter¨®nomo e impostor que invierte en compasion por los esclavos la admiraci¨®n y envidia que en el fondo sientes por el esbirro que t¨² querr¨ªas ser".
A lo que bien se puede contestar: "En cualquier caso, nunca tan represivo y heter¨®nomo como el palo que se abate sobre las espaldas de esos hombres". No necesitan ni merecen una respuesta m¨¢s circunstanciada los que impugnan como falacia antropol¨®gica o como inautenticidad an¨ªmica el criterio del dolor.
Babelia
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