La cara oculta de una burbuja
En el cine ocurre, del derecho y del rev¨¦s, ese curioso fen¨®meno conocido por solera. Hay pel¨ªculas que el tiempo mejora, otorga un valor a?adido. Y hay, por el contrario, otras que el tiempo agr¨ªa, o reduce su distinci¨®n inicial. Y esto, que es frecuente en filmes aislados, que nacieron con estruendo y ahora les cerca el silencio, hay veces, menos habituales, que les ocurre a filmograr¨ªas casi enteras, como si el paso del tiempo debilitase las ralces del estilo de sus firmantes.El tiempo no es bondadoso con el cine de Bertolucci. Las obras de este famoso cincasta son m¨¢s, o lo parecen, cuando nacen que cuando los a?os les apagan el fuego de su capacidad inicial de fascinaci¨®n. Su envejecimiento desenmascara el verdadero alcance de sus obras que, tras el paso de los a?os, siguen manteniendo su brillantez de origen, pero encerrada ahora en una fragil burbuja, que hacia fuera expulsa destellos m¨¢gicos, pero que, si se busca en su interior, uno se encuentra con oquedades, a veces incluso con nada.
La luna
Direcci¨®n: Bernardo Bertolucci.Gui¨®n: Claire Peploe, G. Bertolucci y B. Bertolucci. Fotograf¨ªa: V. Storaro. Italia, 1979. Int¨¦rpretes: Jill Clayburg, Matthew Bary, Tomas Milian, Alida Valli. Cine Roxy.
Bertolucci es un maestro en el uso de esa forma de inteligencia consistente en ocultar la propia superficialidad. Hace bonitos filmes, que cuando se estrenan conmueven, pero que, cuando se sedimentan en la memoria del cine, inmovilizan. Es el caso de El ¨²ltimo taggo en Par¨ªs y El conformista (esta en menor medida pues, con Antes de la revoluci¨®n, es la pel¨ªcula de Bertolucci que m¨¢s entera se conserva), que, al ser reeditadas por TVE, han bajado mucho en la cotizaci¨®n sentimental de sus primeros feligreses. Lo que se mantiene en ellas sin mostrar las mordeduras del tiempo no es precisamente el pulso de Bertolucci, que sufre arritmias graves, sino el de Brando y Trintignarit, que siguen firmes. Bertolucci, como otros cineastas de fama (pongamos por caso, Wim Weriders), es un habilidoso capitalizador de m¨¦ritos ajenos.
Hay en este director un refinamiento ornamental encubridor de tosquedades de fondo. Sabe hacer pasar lo vulgar por elegante y lo facil por exigente: el operismo de La luna es un simple carnuflaje de la incapacidad de su director para resolver a cuerpo limpio, con recursos dramat¨²r??cos y rilmicos de pura estirpe, la vidriosa historia ed¨ªpica que pretende contar y que elude con regates esteticistas. De otra manera: el buen disc¨ªpulo de Rossellini que Bertolucci fue en Antes de la revoluci¨®n, se nos ha convertido en La luna en un mal alumno de Visconti.
Cada unidad secuencial del filme, incluso cada encadenado, va tras de un efecto; lo que por acumulaci¨®n genera efectismo; de la misma manera que su terca busca de la exquisitez se hace por acumulaci¨®n en una forma de mal gusto. Es la vieja historia del abuso de la originalidad como forma encubierta de rutina: no hay plano de La luna que no pretenda tener el sello B, lo que a fuerza de busca y rebusca, hace de ¨¦l un filme rebuscado.
La luna padece la arritmia de los filmes insinceros: esa que se produce cuando el director no pone suficiente claridad y energ¨ªa moral en su direcci¨®n de los actores, que no encuentran en sus instrucciones las claves de la continuidad en la creaci¨®n, plano tras plano, de sus personajes, que se les vac¨ªan en las manos.
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