Seguridad en las prisiones
Los funcionarios de Instituciones Penitenciarias, de los que orgullosamente formo parte, somos grandes desconocidos para la poblaci¨®n; es frecuente que se nos equipare a las Fuerzas de Seguridad del Estado, sonamos a instituto armado descafeinado, a empleados estatales de segunda categor¨ªa que no podemos dedicarnos a otros menesteres m¨¢s agradables. En definitiva, el siniestro carcelero de ¨¦pocas pasadas se da la mano, ante el gran p¨²blico, con los actuales funcionarios de prisiones.Desgraciadamente, los medios de comunicaci¨®n contin¨²an fomentando -bien por acci¨®n, bien por omisi¨®n- esa imagen. Pero es que, adem¨¢s, si todav¨ªa se trata de confundir m¨¢s al ciudadano con art¨ªculos como el mencionado, la situaci¨®n en los centros penitenciarios, lejos de mejorar, seguir¨¢ empeorando hasta l¨ªmites insospechados.
Y esta aserci¨®n no es ociosa. Entre las actuales reivindicaciones de los funcionarios, por supuesto, se incluye la seguridad, pero no s¨®lo la seguridad y no la seguridad que se infiere del art¨ªculo tantas veces ya mencionado. Tratamos de conseguir, y hay que decirlo bien claro, seguridad para internos y seguridad para funcionarios. Es m¨¢s, cualquier medida de seguridad que se adopte de cara a los funcionarios repercutir¨¢ beneficiosa y favorablemente para los internos, y la seguridad de ¨¦stos es seguridad para aqu¨¦llos. ?Acaso ignora el recluso Moreno Cuenca la enorme cantidad de compa?eros suyos que est¨¢n continuamente siendo brutalmente violados, vejados, robados, extorsionados, agredidos y salvajamente apu?alados por otros compa?eros de internamiento? ?No se acuerda este interno que ¨¦l mismo ha protagonizado, en m¨¢s de una ocasi¨®n, hechos extremadamente violentos dentro de diferentes centros penitenciarios contra los que, precisamente, en beneficio de todos, funcionarios e internos, pedimos seguridad? ?Tan deteriorada est¨¢ la memoria de el Vaquilla que es incapaz de recordar el porqu¨¦ es necesario, en la mayor¨ªa de las ocasiones, mantener esposados -el tiempo imprescindible, no semanas enteras- o inmovilizados a determinados internos que continuamente intentan autolesionarse o suicidarse sirvi¨¦ndose de los m¨¢s variados procedimientos?
No; parece que no sabe o que no recuerda. Si pedimos seguridad es para que nosotros, los funcionarios, podamos dedicarnos plenamente a nuestro trabajo y con la profesionalidad deseada sin ser agredidos, apu?alados o secuestrados. Si pedimos seguridad es para que los intemos puedan convivir en los establecimientos penitenciarios sin que unospocos -los menos, todo hay que decirlo- violen, roben, agredan o apu?alen a otros. En definitiva, si pedimos seguridad es para mejorar las prisiones en beneficio de los que en ellas tenemos que estar: funcionarios e internos.
Que la situaci¨®n de las c¨¢rceles es nefasta, todo el mundo lo sabe. Que las instituciones penitenciarias no pueden, ni por asomo, cumplir los fines que constitucional y legalmente tienen encomendados de reeducaci¨®n y reinserci¨®n social, es claro y evidente. Pero de eso no tenemos la culpa los funcionarios.
Dejando de lado, de momento, las reivindicaciones que actualmente tenemos planteadas los funcionarios de prisiones, quiero dejar claro que tanto la Constituci¨®n Espa?ola de 1978, en su art¨ªculo 25/2 ("Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estar¨¢n orientadas hacia la reeducaci¨®n y la reinseci¨®n social y no podr¨¢n consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisi¨®n que estuviese cumpliendo la misma gozar¨¢ de los derechos fundamentales de este cap¨ªtulo, a excepci¨®n de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendr¨¢ derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, as¨ª como el acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad"), como la ley General Penitenciaria de 1979 marcaron unas cotas muy altas y unos objetivos que ni siquiera a medio plazo, hablando con seriedad, pueden ser cumplidos.
Di¨¢logo terape¨²tico
No se puede, por el simple hecho de proveernos de una de las leyes penitenciarias m¨¢s modernas y avanzadas del mundo, cambiar todo el sistema penitenciario de la noche a la ma?ana. Legislar, como escribir, es sencillo; llevar lo legislado a la pr¨¢ctica es muy dif¨ªcil, a veces, en el peor de los casos, imposible.
No se puede -salvo en el reino de los sue?os- sustituir los siniestros y vetustos edificios carcelarios por modernos y acogedores establecimientos penitenciarios de un d¨ªa para otro. Porque la ley lo diga no podemos alojar s¨®lo a un interno por celda si no hay celdas ni dinero para construirlas. No podemos dar trabajo a los internos porque ese trabajo no existe para todos los ciudadanos. Es imposible, en definitiva, resocializar o reeducar si la sociedad entera no aporta los medios materiales y personales necesarios para conseguirlo.
Volviendo al tema de la seguridad, ?c¨®mo, si puede saberse se?or Moreno Cuenca, se consigue establecer el di¨¢logo terap¨¦utico al que usted se refiere o un tratamiento en aras de la reeducaci¨®n de los reclusos si de momento no puede asegurarse o garantizarse al que entra en nuestras prisiones la vida, la integridad f¨ªsica o la honestidad? Estando preocupado un funcionario tanto de la vida, integridad y seguridad propias -que todos somos humanos- como de la de los internos (aunque usted no lo crea), ?c¨®mo va a ocuparse en labores terap¨¦uticas? Por favor, vamos a dejamos de sue?os.
Debemos ser realistas, y esto no es demagogia: las c¨¢rceles est¨¢n mal, muy mal; hace 10 a?os estaban peor. Sigamos por el camino marcado por, la Constituci¨®n y por la ley, d¨ªa a d¨ªa, poco a poco, consiguiendo peque?os avances, involucrando y comprometiendo de verdad, no s¨®lo a la hora risue?a de legislar, a todo el sistema social, que en este, como en tantos otros temas, es muy hip¨®crita.
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