El fin de las porteras
Par¨ªs ha sido la ciudad que puso en el pin¨¢culo de la fama a las porteras. El estilo gru?¨®n y reservado, el misterioso sobreentendido, los bigud¨ªes en el pelo, el marido en la cama y el hijo en la fontaner¨ªa... Todas estas cosas y algunas m¨¢s que por tanto tiempo definieron la instituci¨®n porteril y le crearon un aura literaria, empezando por la muy siniestra portera de El primo Pons, la novela de Balzac. Con esa habilidad del escritor para convertir una cifra de dinero -con su sobra y su falta- en un personaje, Balzac comienza por darle vuelta a unos ingresos y termina produciendo un drama en donde el dinero y la sangre hacen cuerpo como si jam¨¢s hubieran estado separados. La portera del pobre Pons es una asesina por la cosa m¨¢s obvia del inundo, por codicia.Yo he llegado a admirar algunos espec¨ªmenes de porteras parisienses como obras de arte de carne y hueso que van a la peluquer¨ªa. Verdaderos monumentos sociales, ministras de la malevolencia popular, hijas del abismo. Todas las porteras surgen de tierra, porque sus angostos apartamentos son casi s¨®tanos -ya que el dormitorio pueden tenerlo en todo lo alto, en alguna mansarda con jilguero y plantas-, pero se complacen en ellos como los topos en su topera. Y aun parece que m¨¢s abajo guardan sus objetos m¨¢s apreciables. El marido o el hijo gandules, que a veces salen tras una cortina de cretona, surgen de ese m¨¢s abajo, como los dones que hace Pers¨¦fona a la tierra. "Ah¨ª va mi marido, ah¨ª va mi hijo", dicen como si nos desataran a los perros. Pero este maravilloso t¨®pico de las porteras se est¨¢ disolviendo en el conserje autom¨¢tico que ahora figura en tantas casas. Ya no puede uno llevar la esperanza de recibir de este franco y sencillo mecanismo una mala contestaci¨®n, que levante, como las antiguas porteras, olas gigantes de adrenalina indignada y defensiva. Yo me jacto de haber agredido a una portera y haber alcanzado con ello una "cima emocional" de las que el fil¨®sofo Bataille extrae una noci¨®n de vida aut¨¦ntica.
Las ¨²ltimas
De toda la literatura porteril me quedo con la de Simenon. Cuando Maigret se decide a interrogar a una portera, me froto las manos. Si no voy a recibir una sorpresa, voy a recibir una comprobaci¨®n gratificante. Esto es y esto puede ser una portera parisiense conto persona con alma y nervios o como pedazo de carne con bata y rulos.
Mas ahora, las pocas porteras que he visto apenas responden a aquel tipo. En la casa de un amigo -de alto standing, como casa y como amigo- encuentro una que me deja helado. A¨²n no tendr¨ªa 30 a?os, y llevaba un par de raquetas de tenis porque se dispon¨ªa a cerrar la porter¨ªa un poco antes de tiempo para hacer busto en una especie de club privado que hay por los aleda?os Parec¨ªa una chica flapper de un pel¨ªcula de Hollywood inspirada en Scott Fitzgerald. Su loge como es de presumir, estaba como habit¨¢culo a un nivel m¨¢s bajo que la calle, pero ten¨ªa un aspecto de habitaci¨®n de chico solo, con posters, banderines y pintadas. Lo que m¨¢s han aborrecido las porteras tradicionales, verdaderos sabuesos del orden burgu¨¦s.
Es extraordinaria tu portera -le digo a mi amigo.
-?T¨² crees? Es licenciada en psicolog¨ªa. Ahora quiere alcanzar no s¨¦ qu¨¦ doctorado que no tiene nada que ver con esto y escribe una tesis. No s¨¦ cu¨¢nto durar¨¢ como portera.
-?Lo que dure la tesis?
-Tiene sus novios, y mi vecina, la se?ora Villiels, est¨¢ indignada porque es muy puritana. Claro que de todo esto la otra se r¨ªe, porque por ese motivo no la pueden echar. Todos los vecinos, excepto ella, encuentran l¨®gico, si es discreta, que haga de su vida lo que quiera. As¨ª que, por mayor¨ªa, se puede quedar. Ya lo hemos discutido muchas veces.
-?Y no te parece todo ello muy raro en una portera?
-Ginette no es una portera.
-?Pues qu¨¦ es?
En resumidas cuentas, Ginette no es una portera, sino una gardienne d'immeuble interina. Se?al de que hay tan pocas porteras, que ahora vienen estas ingr¨¢vidas sustitutas a ocupar su puesto. No del todo, porque escriben tesis doctorales y van ajugar al tenis a un club privado del distrito 16. No me lo puedo creer. ?Y qu¨¦ opinan en el club privado? Esto tampoco me lo puedo imaginar.
En otra casa, la porter¨ªa es una guarder¨ªa de ni?os, una guarder¨ªa amplia y moderna, pintada de verde claro. ?C¨®mo se explica? ?Qu¨¦ complejas transacciones se han debido hacer para que suceda esta cosa kafkiana? La portera guardesa de ni?os tiene a bien informarme que no hay portera, pero ella cumple sus fun ciones, en espera de una soluci¨®n, "porque el immeuble lo necesita". Los immeubles y sus necesidades arrojan extra?os coeficientes de surrealismo.
Hoy ha despertado un d¨ªa triste, con el cielo de un gris igual, ese cielo que nos promete no levantarse en todo el d¨ªa. Comprobada la extinci¨®n de las porteras, siento una angustia indefinible, y pienso insi.stentemente en la de cosas, formas, im¨¢genes consagradas, tanto por su presencia como por su recuerdo, que pueden estar desapareciendo en Par¨ªs. Anoche he visto el Boulevard Saint-Michel, desde el cruce con el de Saint-Germain hasta el jard¨ªn de Luxemburgo, vac¨ªo, oscuro y solitario. Me han dicho que desde 1968, el empe?o de dispersar con diplom¨¢ticos arbitrios a la masa de estudiantes del foco radial de la Sorbona ha terminado sofocando la vida y la alegr¨ªa que desde un tiempo inmemorial reinaban all¨ª.
El Beaubourg
El Beaubourg es el nuevo, nov¨ªsimo conjunto urbano que pretende seguir siendo Par¨ªs. Pero hay algo fallido en ello. Se nota en este nuevo paisaje una indecisi¨®n que tan s¨®lo remedia el organismo lleno de conductos y tragaderos, la andamiada visceral del Centro Pompidou, lugar entre l¨²dico y narcotizante. S¨ª, ¨¦ste es un edificio conseguido, con una identidad indiscutible y con visos de convertirse en un cl¨¢sico, inimitable, como todo lo cl¨¢sico. No se puede repetir la torre Eiffel.
A¨²n recuerdo cuando se constru¨ªa, porque iba a menudo a casa del poeta, novelista y ensayista Hubert Juin, que viv¨ªa enfrente. En los primeros tiempos me indignaba porque: arruinaba la unidad del barrio. El Marais absolutamente balzaciano y victorhuguesco. Pero muy pronto comprob¨¦ que, dentre, de aquella unidad, el Pompidou era un reto formal, que deb¨ªa estar all¨ª para procurar mayor sorpresa al visitante y para no dejar en rid¨ªculo al presente. En este edificio todo est¨¢ ideado con aut¨¦ntico escr¨²pulo de hacer arquitectura grande y gran arquitectura. Lo justifica su ambici¨®n estil¨ªstica. Lo peor de la arquitectura moderna en general -excluyendo algunas maravillas de Estados Unidos, y de Nueva York en particulares su mediocridad, su pobreza vergonzante. Todo lo que ha llenado aquel famoso agujero que se hizo en el vasto lugar donde se hallaban Les Halles, o mercados centrales -aquel vientre de Par¨ªs tan profusamente descrito y degustado por Zola-, es un fracaso. Es para que la posmodernidad se cubra la cara con la t¨²nica y se disponga a morir.
Fue durante a?os el paisaje m¨¢s ins¨®lito de Par¨ªs. El proyecto de nuestro compatriota Bofill, con la esc¨¦nica magnificencia que la ciudad ha reclamado siempre, se discuti¨® y malvers¨® hasta el descarte definitivo. La champi?onera de edificios triviales que ha surgido en su lugar no es para pensar que Par¨ªs haya ganado nada. Quedan las fotograf¨ªas de aquel cr¨¢ter y aquel espacio en donde suced¨ªa lo no previsto: un cintur¨®n de hermosos edificios, una panor¨¢mica giratoria de la grandeza de una metr¨®poli que ten¨ªa la melancol¨ªa de las obras maestras. Melancol¨ªa de saturaci¨®n y exceso. Era incre¨ªble lo que aquel arrasamiento dejaba al descubierto. Semejaba uno de esos dibujos de V¨ªctor Hugo hechos con las sobras de su caf¨¦ y otros l¨ªquidos y s¨®lidos adventicios con los que se pudiera plasmar uno de sus sue?os medievales y goticistas. Era esa gran ciudad lejana, erizada de torres y c¨²pulas que Mahler insin¨²a en sus sinfon¨ªas con una macroorquesta irisada y met¨¢lica. Fundida en el aire, a causa de la distancia visionaria. Era un privilegio que una ciudad se pagase un descampado as¨ª. Un vac¨ªo tan lleno de autoridad. Corno la plaza Roja de Mosc¨².
Y lo mismo que en aquella ocasi¨®n de 1968, cuando en plena efervescencia de la plaza del Ode¨®n entr¨¦ en una tienda de grabados y sent¨ª de repente que el futuro marcaba el presente, que algo cambiaba definitivamente y para siempre, que algo no volver¨ªa a ser ya aunque se hiciera lo imposible porque volviera, lo mismo experiment¨¦ una tarde de oto?o en Par¨ªs en los alrededores de aquel vac¨ªo enigm¨¢tico.
El pintor Eduardo Arroyo me hab¨ªa dado cita en una galer¨ªa sita en aquellos parajes, y yo no encontraba la calle -el barrio estaba desconocido-, el crep¨²sculo se me echaba encima y se acercaba la hora de cerrar.
Pero mir¨¦ por primera vez a mi alrededor y el impacto casi me paraliz¨®. El iris vespertino y la invadente sombra azul hac¨ªan que aquel Par¨ªs no fuera el de siempre, sino su paradigma. Algo de tan desgarradora belleza ef¨ªmera que parec¨ªa el marco apropiado para que uno se despidiera de sujuventud, de todas las grandes y hermosas ciudades que la juventud ha so?ado conquistar. Adi¨®s, Par¨ªs, mon r¨ºve, mi sue?o infundado, adi¨®s ...
Tragafuegos
Pregunt¨¦ por las se?as..., ?a qui¨¦n se imaginan? A un tragador de fuego que en compa?¨ªa de una bella chica hab¨ªa terminado de ofrecer su espect¨¢culo de calle y pasaba la gorra para recoger unos francos. A trechos lloviznaba y sal¨ªa el sol poniente. La chica, ligeramente vestida con un traje de antigua cupletista, ten¨ªa el rostro, los hombros y el seno mojados. El tragador de fuego exhib¨ªa el torso escult¨®rico empapado tambi¨¦n. Y su crinera rubia. Ojos galos de un gris clar¨ªsimo, dientes completamente arruinados. Sonrisa entre dulce y lobuna.
No solamente me dijeron d¨®nde estaba la galer¨ªa, sino que me llevaron en su furgoneta convertida en habit¨¢culo itinerante. Entr¨¦ con ellos en la delantera y mir¨¦ al fondo del coche. All¨ª dorm¨ªan, se drogaban, hac¨ªan el amor. Eran perfectos, ef¨ªmeros y crepusculares, como la ciudad en aquel momento. La bella pareja de saltimbanquis parec¨ªa surgir del Par¨ªs m¨¢s arcaico, de la topera medieval que fue Par¨ªs, de su vieja fermentaci¨®n urbana, de la aut¨¦ntica corte de los milagros. Eran la reencarnaci¨®n de dos esp¨ªritus rebeldes y primitivos.
Corr¨ªa la furgoneta, y abanicaban las ventanillas enturbiadas por la lluvia las luces y los reflejos, en donde parec¨ªa sonar interiormente, para m¨ª, el piano de Satie o de Fauret. Me ofrecieron un joint y le di unas caladas. Ello contribuy¨® a completar mi borrachera sentimental. Del fondo de la furgoneta ven¨ªa un ¨¢cido perfume sexual. Me llen¨¦ los pulmones echando la cabeza hacia atr¨¢s.
-?Qu¨¦ pasa? ?Te encuentras mal?
-No. ?Qu¨¦ va! Le estoy diciendo adi¨®s a este Par¨ªs tan provisional.
-?Provisional, Par¨ªs?
-S¨ª. Muy provisional.
De aquel provisional y m¨¢gico panorama no queda nada.
Cuando los hombres nos llenamos de recuerdos comenzamos insistentemente a decirlo: adi¨®s, adi¨®s, adi¨®s.
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