Un an¨¢lisis objetivo del r¨¦gimen de Franco
La llamada era de Franco est¨¢ demasiado pr¨®xima; y, si bien la guerra civil que fue su punto de arranque qued¨® ya muy lejos -tanto que en ese alejamiento radica uno de los factores decisivos para el ¨¦xito de la mod¨¦lica transici¨®n espa?ola a la democracia-, el empe?o del r¨¦gimen en prolongarla, mediante la contraposici¨®n maniquea de los t¨¦rminos "Espa?a" y "anti-Espa?a", ha contribuido no poco a que el revisionismo hist¨®rico actualmente en marcha tienda, en general, a una nueva visi¨®n maniquea, de signo inverso a la desplegada por el franquismo. Hacia 1966, y en el pr¨®logo a la segunda edici¨®n de mi Espa?a contempor¨¢nea (tomo VI de la Historia de Espa?a del Instituto Gallach), escrib¨ª: "Quisiera yo que estas p¨¢ginas fueran como un homenaje a todos los espa?oles de buena voluntad, y, en especial, a las generaciones que no vivieron los acontecimientos, y que se hallan inermes a todas las propagandas: o, lo que es peor, a las reacciones anti suscitadas por esas mismas propagandas". Doce a?os m¨¢s tarde, glosando esas palabras en un nuevo pr¨®logo (el de la quinta y ¨²ltima edici¨®n de mi obra), a?ad¨ª: "Si en los a?os cincuenta cost¨® un verdadero esfuerzo que se me permitiese hacer justicia y tratar con serenidad a los que encarnaron la Espa?a vencida en la guerra civil, eludiendo al mismo tiempo los consabidos triunfalismos de la Espa?a vencedora, no voy ahora, en los a?os setenta, a renunciar al dif¨ªcil equilibrio entonces conquistado, para cargar de adjetivaciones negativas a la Espa?a triunfante en 1939. Para m¨ª... en una guerra civil s¨®lo hay vencidos, aunque otra cosa finjan las apariencias inmediatas al final del conflicto. Y no es mi prop¨®sito resolver en puro manique¨ªsmo aquel tremendo error en que todos fueron, de una u otra forma, culpables u obcecados".De que mis aprensiones de 1978 estaban justificadas da buena muestra un amplio sector de la historiograf¨ªa m¨¢s joven, volcada apasionadamente al estudio de la guerra civil, pero en la cual el perfeccionamiento t¨¦cnico o metodol¨®gico no ha contrarrestado el achaque de apuntar en sus obras m¨¢s que a una "toma de contacto" con aquel pr¨®ximo pasado, a una definida "toma de posiciones" con respecto a ¨¦l. Existen excepciones brillantes, y entre ellas no me resisto a citar dos, muy destacadas: las de los profesores Tusell -ah¨ª est¨¢ su recent¨ªsimo libro La dictadura de Franco- y Fusi -autor de una mod¨¦lica biograf¨ªa del Caudillo- Pero, en general, sigue siendo cierto que las garant¨ªas de objetividad m¨¢s firmes (no siempre, desde luego) las viene dando el distanciamiento geogr¨¢fico: ah¨ª est¨¢ el caso del benem¨¦rito hispanista norteamericano Stanley G. Payne y su excelente estudio sobre El r¨¦gimen de Franco (Alianza Editorial, 1987). Payne, en plena madurez intelectual, ha culminado en este libro una larga serie de previas "calas en profundidad sobre aspectos capitales de nuestra historia contempor¨¢nea. Su R¨¦gimen de Franco es, sin duda alguna, una obra de plenitud. La preside una serenidad que refleja tanto el honesto talante de un historiador cabal como su abierta simpat¨ªa a Espa?a; su limpio af¨¢n de recorrer sin extraviarse nuestro complicado, laberinto; el impresionante c¨²mulo bibliogr¨¢fico -no falta ni un solo t¨ªtulo relevante en el oc¨¦ano de la public¨ªstica en torno a esta etapa hist¨®rica- que ha puesto a contribuci¨®n para coronar su empresa.
No me sorprende, por lo dem¨¢s, que las cr¨ªticas y rese?as que hasta ahora ha suscitado el magistral estudio de Payne disten de una unanimidad "a favor". He observado que, por lo general, sus comentaristas tan s¨®lo han desbrozado el libro o se han limitado a hojear las p¨¢ginas iniciales y las conclusiones ¨²ltimas: todo el desarrollo de! plan y la apoyatura razonada del corolario, perfectamente elaborados y cimentados, no se han tenido en cuenta.
La obra de Payne se plantea desde las ra¨ªces, a trav¨¦s de una previa "panor¨¢mica" que recorre el conjunto de nuestra ¨¦poca contempor¨¢nea. La problem¨¢tica que conduce a la gran ocasi¨®n de 1931 queda as¨ª certeramente dise?ada; tanto como los cap¨ªtulos que resumen la experiencia republicana y su fracaso en la guerra civil. Si yo tuviera que se?alar fallos en esta reconstrucci¨®n hist¨®rica, quiz¨¢ pusiera el acento, precisamente, en la contrapartida obligada de una objetividad as¨¦ptica. No me parece suficientemente valorada la profundidad traumatizadora de las heridas creadas por la guerra, que, por s¨ª solas, explican, una vez terminado el conflicto, los apoyos hallados por el franquismo a su inflexible pretensi¨®n de constituir un "camino irreversible", de cerrar toda posibilidad de retorno a la Espa?a vencida. Y de aqu¨ª tambi¨¦n que -pese a la admirativa simpat¨ªa con que el profesor Payne contempla la empresa pol¨ªtica desplegada por el rey Juan Carlos en la transici¨®n- se le escape un poco el verdadero "papel" del conde de Barcelona, como alternativa al franquismo, en los largos a?os de los que Sainz Rodr¨ªguez llam¨® "reinado en la sombra". Porque no se trataba, en principio, de una tajante opci¨®n democr¨¢tica frente o contra la pretendida "democracia org¨¢nica". Se trataba de polarizar, en una doble apertura, a las dos Espa?as, ya que una vez terminada la guerra "caliente" no hab¨ªa llegado la verdadera paz; y, para ser fiel a su vocaci¨®n y misi¨®n hist¨®rica, la monarqu¨ªa se presentaba como soluci¨®n integradora, como clave de una reconciliaci¨®n no lograda -ni querida- por los triunfalistas de 1939. De aqu¨ª las "oscilaciones" pol¨ªticas del conde de Barcelona en su prolongada dial¨¦ctica con el r¨¦gimen salido de la guerra civil; y tal fue el resorte de la movilizaci¨®n creciente de un sector moderado -centrista- de la sociedad espa?ola a favor de la soluci¨®n mon¨¢rquica. Movilizaci¨®n tan eficaz que super¨® el intento de Franco de convertir aqu¨¦lla en "coartada" para la perduraci¨®n de su r¨¦gimen.
El an¨¢lisis de lo que fue este r¨¦gimen es, sin duda, lo m¨¢s elaborado y personal del estudio de Payne, empezando por su magistral retrato del Caudillo, sobre el que vuelve a lo largo de toda la obra, pero especialmente tratado en el cap¨ªtulo que lleva por t¨ªtulo El dictador complaciente. Siempre me ha parecido dif¨ªcil entender que un hombre de caracter¨ªsticas tan mediocres como "el Caudillo" lograse mantenerse en el poder por espacio de 40 a?os, y construir un sistema pol¨ªtico -que ciertamente no le sobrevivi¨®- superando las presiones externas y las conspiraciones internas. Quiz¨¢ el secreto de esa "estabilidad" radique parad¨®jicamente en su escasa talla intelectual, en su simplicidad ideol¨®gica, que le permit¨ªa adaptarse a unos u otros modelos para seguir "flotando", aunque no creyera en ellos. La frialdad -o la insensi-
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Un an¨¢lisis objetivo del r¨¦gimen de Franco
Viene de la p¨¢gina anteriorbilidad- de que habla Payne -como tantos autores- se combinaba con una astucia para "manejar" el poder que ejerci¨® sin control alguno, a trav¨¦s de una t¨¢ctica corruptora. "La relativa autonom¨ªa de los ministros", escribe Payne, "iba acompa?ada de una tolerancia casi total ante las irregularidades y la corrupci¨®n. A partir de 1940 eran frecuentes las quejas de que Franco simplemente se negaba a escuchar las acusaciones de corrupci¨®n personal, para frustraci¨®n de colaboradores tan estrechos como Mart¨ªnez Fuset y Mu?oz Grandes. Por su parte, Franco desviaba la conversaci¨®n, como hac¨ªa normalmente siempre que se tocaba un tema serio que resultaba problem¨¢tico ... Parece que... consideraba la corrupci¨®n como un lubricante necesario del sistema, que ten¨ªa la ventaja de comprometer a muchos, at¨¢ndolos al r¨¦gimen" (p¨¢gina 413).
Se ha debatido mucho la calificaci¨®n -o la definici¨®n- de ese r¨¦gimen. Los polit¨®logos y soci¨®logos actuales tienden a diferenciarlo tanto de un totalitarismo "aut¨¦ntico" como de un fascismo con el que s¨®lo apareci¨® m¨¢s o menos "homologado" en los primeros a?os de su andadura hist¨®rica. Se ha hablado, como contraste con aqu¨¦l, de un cierto "pluralismo limitado", como lo ha hecho Linz, replicado a su vez por Mart¨ªnez Alier -al subrayar que el pluralismo franquista no rebas¨® nunca de unos determinados sectores sociales-. Payne, que extrema el an¨¢lisis de los tipos de r¨¦gimen marginales a la ortodoxia democr¨¢tica, habla del eclecticismo de la coalici¨®n autoritaria que cre¨® (Franco) durante la guerra civil". Y observa: "No era s¨®lo una cuesti¨®n de oportunismo, porque hasta cierto punto (Franco) compart¨ªa las ideas clave de cada una de las grandes familias pol¨ªticas del r¨¦gimen, a la vez que rechazaba el conglomerado total de ideas de todas ellas" (p¨¢gina 652). Entiendo, por mi parte, que ese eclecticismo era -una vez m¨¢s- consecuencia de la simplicidad de planteamientos de una mentalidad eminentemente militar; y pienso que siempre fue muy relativo el peso espec¨ªfico de cada una de esas grandes familias" de que habla Payne, agrupadas en torno a una espada que las proteg¨ªa de la amenaza revolucionaria. La tosca expresi¨®n de Franco Salgado-Araujo da en el clavo: "Se habla demasiado del Movimiento, de Sindicatos, etc¨¦tera, pero la realidad es que todo el tinglado que est¨¢ armado se sostiene s¨®lo por Franco y el Ej¨¦rcito... Lo dem¨¢s... Movimiento, Sindicatos, Falange y dem¨¢s tinglados pol¨ªticos no han arraigado en el pa¨ªs despu¨¦s de 19 a?os del Alzamiento; es triste consignarlo, pero es verdad". Lo fue hasta el final. No comparto m¨¢s que hasta cierto punto el juicio de Payne sobre este extremo: "Franco trataba de evitar cualquier tipo de interferencia militar en el Gobierno, y elimin¨® toda posibilidad de que los militares ejercieran un papel institucional o corporativo independiente fuera de lo que era estrictamente esfera propia de las instituciones armadas" (p¨¢gina 670). Creo, m¨¢s bien, que la larga duraci¨®n del r¨¦gimen se bas¨® en la solidez de la plataforma militar en que se apoyaba, y que culminaba en la figura del General¨ªsimo. El esfuerzo de ¨¦ste se centr¨®, no en evitar interferencias por parte del Ej¨¦rcito, sino en evitar disidencias, "tomas de posici¨®n" dentro de una esencial identidad de principios en que comulgaba la "gran familia" de que el propio Franco era m¨¢xima expresi¨®n.
Aunque parezca parad¨®jico, la m¨¢xima virtud del franquismo fue su larga duraci¨®n: cuando lleg¨® -con la muerte del "viejo patriarca"- el comienzo del cambio, nuevas generaciones hab¨ªan sustituido a la de la guerra, y hab¨ªan quedado esfumados, o superados, los revanchismos y los triunfalismos "recalentados" en 1945. Aquellos largos a?os "sin guerra" -ya que, como antes apunt¨¢bamos, no ser¨ªa muy exacto calificarlos como "a?os de paz" hab¨ªan permitido las transformaciones sociales vinculadas al paso hacia el desarrollo. Como muy bien subraya Payne, "la primera v¨ªctima de esta transformaci¨®n no fue el r¨¦gimen, sino su principal apoyo cultural, la religi¨®n tradicional. Una Espa?a altamente urbana, sofisticada, materialista, nominalmente educada y hedonista, cada vez m¨¢s inclinada hacia el tipo de vida secular y consumista de Europa occidental, dej¨® simplemente de ser cat¨®lica a la manera tradicional... Aunque la figura de Franco nunca se vio seriamente amenazada mientras vivi¨®, a su muerte los miembros del Gobierno que le sobrevivi¨® se encontraron con que el tipo de sociedad y cultura en que el r¨¦gimen se hab¨ªa basado hab¨ªa dejado de existir en parte, lo cual evitar¨ªa que el r¨¦gimen se reprodujese. Por ¨²ltimo, los logros culturales y econ¨®micos que se alcanzaron bajo el r¨¦gimen, tal como se desarrollaron, intencionalmente o no, le privaron de su raz¨®n de ser" (p¨¢gina 511).
Lo que ha suscitado m¨¢s reservas y r¨¦plicas en la obra del profesor norteamericano es su tesis de que si bien este r¨¦gimen fue capaz de desembocar en la transici¨®n democr¨¢tica -aunque, desde luego, no apuntase a ello el dictador-, no cab¨ªa esperar un desenlace semejante, de haber triunfado "la otra Espa?a": "Si los nacionalistas hubieran perdido la guerra es dif¨ªcil llegar a la conclusi¨®n de que el resultado hubiera sido la democracia pol¨ªtica. La Rep¨²blica Popular revolucionaria de la ¨¦poca de la guerra no era una democracia liberal, sino que estaba impulsada por poderosas fuerzas revolucionarias decididas a proscribir por completo al otro bando". En conversaci¨®n personal conmigo, Payne me replic¨® -cuando yo le planteaba la posibilidad de que la "revoluci¨®n tercermundista" en que degener¨® la Rep¨²blica hubiera cristalizado, de triunfar en la guerra, en una recuperaci¨®n democr¨¢tica-: "Hasta ahora se ha podido salir de las dictaduras de derechas, pero no de las de izquierdas". Hac¨ªa as¨ª suyas reflexiones de muy alta procedencia. En el caso espa?ol -le coment¨¦- puede haber sido decisivo el peso de la "corriente religiosa", que, si bien supuso un gratificante respaldo al r¨¦gimen en sus primeros tiempos, cuando la Iglesia viv¨ªa la terrible persecuci¨®n de que la hizo v¨ªctima la marea revolucionaria, recuper¨® su verdadero esp¨ªritu al clarificar sus aguas en el filtro del Concilio Vaticano II, y acab¨® volvi¨¦ndose contra el r¨¦gimen y rest¨¢ndole, de hecho, uno de sus m¨¢ximos justificantes ideol¨®gicos.
Pero queda, como una inc¨®gnita a¨²n abierta, el futuro de las dictaduras de extrema izquierda: parece que estamos viviendo el deshielo en el hasta ahora r¨ªgido bloque del oriente europeo, bajo el revulsivo de Gorbachov; y, desde luego, lo hemos vivido ya -hasta cierto punto- en el caso de China.
Ahora bien, el historiador no ha de especular sobre lo que pudo ser, ni ha de apelar a los futuribles. Sus criterios de objetividad deben tender, fundamentalmente, a desentra?ar las razones de las partes en conflicto: a la b¨²squeda de "la verdad" defendida por cada contrincante, a sabiendas de que la Verdad -con may¨²sculas- siempre se halla repartida, y s¨®lo Dios la encarna en plenitud. Esos criterios objetivos han sido cubiertos, excelentemente, por el profesor Payne en el libro que comentamos.
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