El antitoro y la anticorrida
Boh¨®rquez / Manili, Joselito, VeraToros de Ferm¨ªn Boh¨®rquez, discretos de tipo, sospechosos de pitones inv¨¢lidos. Manili: media (aplausos y saludos); estocada (petici¨®n y dos vueltas). Joselito: dos pinchazos y media estocada tendida (ovaci¨®n y saludos); estocada perdiendo la muleta, rueda de peones y descabello (silencio). Juan Carlos Vera: tres pinchazos y bajonazo (aplausos y saludos); pinchazo, estocada corta perpendicular ca¨ªda, cuatro descabellos -aviso con retraso- y cinco descabellos (aplausos). Plaza de Valencia, 28 de julio. Sexta corrida de feria.
JOAQU?N VIDAL ENVIADO ESPECIAL
Sali¨®, ayer el antitoro en Valencia, igual que tantas veces en esta plaza y en muchas otras. El antitoro, obviamente, no es toro, ni poco toro; es lo contrario de? toro. En cualquier cabeza cabe que con el antitoro procede el antitoreo, quienes lo ejecutan ser¨¢n antitoreros, las perrer¨ªas que le hacen son antilidia, el festejo anticorrida, y de tal guisa planteado el acontecimiento es dif¨ªcil explicar qu¨¦ hac¨ªamos all¨ª, en la plaza, como pasmarotes, con perd¨®n.
El p¨²blico, claro, entreten¨ªa la tarde seg¨²n gustos, aficiones y recursos de cada cual, y unos prestaban atenci¨®n a la antilidia por si surg¨ªa alg¨²n remoto motivo que aplaudir; por ejemplo, tropez¨®n de torero; capote roto a golpe de pit¨®n; mula de arrastre que se asusta del funo muerto y trota enloquecida. Otros barr¨ªan los tendidos con la mirada en busca de personal con grata presencia, o se estaban a la luna de Valencia. Y quienes hab¨ªa llevado merienda, se relam¨ªan de gusto pensando en el bocado; eso en la primera parte de la anticorrida, pues en la segunda la digesti¨®n les adormec¨ªa placenteramente.
Dos ciruelas
Casi media hora se detiene la corrida en su mitad, para la merienda, y nadie ha podido explicar a¨²n por qu¨¦ tanto tiempo. Los bocaldillos que llevan algunos espectadores, por grandes que sean, no duran tanto. Adem¨¢s, las viandas habituales no suelen ser bocadillos sino peque?as ambros¨ªas, longanizas y as¨ª. Muchos, a la hora de la merienda, buscan. y rebuscan en el bolsillo del pantal¨®n y tras hurgar un rato, sacan a presi¨®n dos ciruelas o dos melocotones envueltos en pl¨¢stico. Esa es la merienda. Comen la fruta con sonora demostraci¨®n de gulosidad, al terminar chascan la lengua, y le dicen al vecino de al lado: Qu¨¦ fresqueta, ch¨¦. La satisfacci¨®n ajena complace, desde luego, pero media hora para comer dos ciruelas parece excesivo.
Es la tradici¨®n, desde luego, de cuando bajaban a Valencia los huertanos, provistos del condumio, necesario para pasar un d¨ªa entero en la capital. Bien distintos tiempos, aquellos, en los que la merienda era merienda y los toros, toros. Consecuentemente, hab¨ªa toreo, toreros, lidia, corrida. Buenos o malos, pero aut¨¦nticos, con su correspondiente emoci¨®n, y el p¨²blico, harto o ayuno, vibraba en la fiesta. Al rev¨¦s de ayer -y tantas veces en tantas plazas- que nadie ni nada vibraba. Hab¨ªa toros romos, tullidos, adormilados; voluntariosos toreros pegapases. Manili, s¨ª, se arrim¨® al parado primero, encel¨® con buena t¨¦cnica al manejable cuarto y se dej¨® pasar cerca los pitones, con temeraria parsimonia al empalmar de rodillas dos por alto. Joselito se dej¨® tropezar mucho la muleta en uno y le faltaron ideas y garra en otro. Juan Carlos Vera instrument¨® los redondos de mejor empaque y por atropellarse, por pisar terrenos comprometidos, se vio achuchado y no pudo redondear las faenas. Son datos de absoluta futilidad, por supuesto, ya conclu¨ªda una anticorrida cuya historia no fue esa sino el aburrimiento supino que proporcion¨® al p¨²blico gulusmero, inocente y santo.
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