Lo que no puede ser
Cuando me dijeron que este a?o volv¨ªamos al pazo con todos los de la familia, all¨ª otra vez, horrible, me di cuenta de que har¨ªa algo. Empec¨¦ por averiguar si el asunto era discutible o no. Y no me llev¨¦ ninguna sorpresa.-Podemos discutir todo lo que quieras. Ahora bien, la decisi¨®n es inamovible -sentenci¨® mi padre, un alto cargo del PSOE.
Yo ya me esperaba alguna guarrer¨ªa as¨ª, de forma que ten¨ªa dos salidas: me callaba y me empezaba a doler la tripa, o discut¨ªa por lo menos para desaho3,ar. Estaba tomando la decisi¨®n cuando intervino mi madre.
-Este ni?o deber¨ªa entender que existe una cosa que se llama disciplina de familia y que est¨¢ por encima de lo que cada uno piense sobre un asunto concreto.
Se me olvidaba decir que mi madre era tambi¨¦n de ese partido, aunque era socia (?se dice socia?) desde m¨¢s antiguamente, y por eso le gustaba alardear de saber doctrina, y se dijera lo que se dijera ella siempre sal¨ªa con alguna cosa de la catequesis (?se dice catequesis?).
Mi padre dej¨® su largu¨ªsimo puro en el cenicero, apoy¨® los codos en la mesa y se prepar¨® para soltar algo de eso que se tiene aprendido. Vi c¨®mo se le llenaban los papos, le engordaban los labios y los ojos se le achinaban, igual que a ¨¦se que tanto admiran y que hace poco les mand¨® una bandera del partido firmada por ¨¦l, con muchos besos y solidaridad, creo.
-Mira, hijo. Nosotros estamos convencidos de que esta decisi¨®n es buena. Es buena para ti, es buena para nosotros, es buena para la familia. Si estuvieras en nuestra posici¨®n lo ver¨ªas igual de claro.
Conoc¨ªa su t¨¢ctica. Cuando empezaban as¨ª, al final yo no pod¨ªa decir ni media palabra. Utilic¨¦ el truco de siempre.
-Quiero pedir un turno de r¨¦plica.
Mis padres se miraron con fastidio. Cuando discut¨ªan con alguien, no les gustaba que otro hablara. Les parec¨ªa una p¨¦rdida de tiempo. Menos mal que ten¨ªan debilidad por el procedimiento.
-Como quieras -dijeron al un¨ªsono, mientras ¨¦l volv¨ªa a coger el puro y el peri¨®dico y ella sacaba el pintalabios.
-Primero. La abuelita me tiene tirria. Cuando no est¨¢is vosotros no me deja hacer nada o me manda al molino a ver trabajar a la gente, porque dice que algo se me tiene que pegar. Segundo. Cuando me libro de la abuela o del molino, aparecen los primos. El a?o pasado me tuvieron un d¨ªa encerrado en el cobertizo. Dec¨ªan que me estaban aplicando la ley antiterrorista. Yo les odio y se pasan el tiempo aplic¨¢ndome cosas que dicen que hab¨¦is inventado vosotros. Tercero, y lo peor. Asunci¨®n, la hija del criado de la abuela, cree que estoy enamorado de ella y est¨¢ todo el d¨ªa haciendo risitas con los otros y dici¨¦ndome que no soy lo bastante hombre para una gallega. A m¨ª eso me da igual, pero me da asco ir a un sitio donde hay una persona que cree que yo la amo sin venir a cuento, porque tengo que estar pendiente todo el rato de las cosas que se le ocurren. En resumen, estoy harto de pasarlo mal y no quiero ir.
-Bueno, pues ya te hemos escuchado. Ahora ponte a escoger los juguetes que quieras llevarte.
No s¨¦ qui¨¦n dijo eso. Pero yo creo que no hubiera debido decirlo. Se me puso una cosa en los ojos y la arm¨¦. Ahora no s¨¦ qu¨¦ voy a hacer, ¨¦sa es la pura verdad. Los tengo ah¨ª, en la despensa, desde hace dos d¨ªas. Una retenci¨®n ilegal. No fue dif¨ªcil, lo digo sinceramente. Cog¨ª la bandera que les regal¨® el jefe, le puse el Zippo de mi padre debajo, encendido, pero sin llegar a tocarla, y as¨ª me los llev¨¦ hasta la despensa. Nunca les he visto con tanto miedo. Los pobres. En el fondo me dan pena. Pero no voy a soltarlos. Lo que pasa es que no puedo tenerlos ah¨ª para siempre. ?sa es ahora mi preocupaci¨®n. Y no me f¨ªo de los pactos que hagamos a trav¨¦s de la puerta.
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