Iv¨¢n vuelve a casa
Viaje por los territorios afganos que deja el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico
La primera etapa de la retirada sovi¨¦tica de Afganist¨¢n, iniciada el 15 de mayo, concluye ma?ana, lunes, d¨ªa 15, dos meses despu¨¦s. Para entonces algo m¨¢s de 50.000 hombres, o la mitad de los efectivos sovi¨¦ticos en aquel pa¨ªs, lo deber¨¢n haber abandonado. La pasada semana, medio centenar de periodistas sovi¨¦ticos y extranjeros visitaron diversos territorios afganos que deja el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico. La corresponsal de EL PA?S en Mosc¨² hizo este largo periplo por territorio afgano, amenazado por la presi¨®n de la guerrilla.
ENVIADA ESPECIALLes faltan apenas 100 metros para llegar a la frontera y, al grito de un oficial sovi¨¦tico -"Por ah¨ª viene la columna, ?es que no tienen hijos?"-, la banda de m¨²sica que los espera arranca los primeros compases de Adi¨®s, mujer eslava. Son las diez de la ma?ana del jueves 11 de agosto. Bajo el sol implacable, una columna de carros blindados de transporte de tropas avanza dejando atr¨¢s el tendido de alambre de espino electrificado y un paisaje de almacenes, camiones y contenedores, atravesado por la l¨ªnea f¨¦rrea que viene a morir en Turugunde a cuatro kil¨®metros en el interior de Afganist¨¢n.
El guardia fronterizo sovi¨¦tico y el perro pastor alem¨¢n que le acompa?a han obedecido a los c¨¢maras y se han colocado junto al pil¨®n verde y rojo que se?ala la entrada de Kushka, el punto m¨¢s meridional de la URSS, visitado por primera vez por periodistas occidentales, entre ellos esta corresponsal. Kushka es una etapa del viaje de tres d¨ªas por los territorios afganos que abandona el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico.
Los carros blindados sovi¨¦ticos, los aviones del Ej¨¦rcito afgano y los helic¨®pteros de combate sovi¨¦ticos, provistos de dos ametralladoras, han sido nuestros principales medios de transporte en un territorio ¨¢rido y escarpado, poblado de emboscadas.
He aqu¨ª un diario de nuestro viaje.
Martes, 9 de agosto (Kabul Shindand). A las siete de la tarde, cuando llegamos al aeropuerto de Kabul, es noche cerrada y se ha levantado un viento de 15 a 20 metros por segundo que ha puesto de mal humor al general Lev Serebrov.
Serebrov, representante de la direcci¨®n pol¨ªtica sovi¨¦tica en el Ej¨¦rcito movilizado en Afganist¨¢n, ha estado en este pa¨ªs en dos ocasiones, la primera durante casi dos a?os y la segunda desde hace ocho meses. El general es un hombre corpulento, de ojos claros y nariz achatada, que habla alem¨¢n, gracias a una estancia en la RDA, y, como muchos otros de sus colegas, fuma con dedicaci¨®n.
"Ya les tengo a todos aqu¨ª", dice con aire implorante Serebrov en una conversaci¨®n telef¨®nica con un interlocutor desconocido, cuyo tema, evidentemente, es el viento y la autorizaci¨®n para volar a la base sovi¨¦tica de Shindand, a 745 kil¨®metros al este de Kabul, donde el viento alcanza los 30 metros por segundo. "Todos" somos nosotros, una cincuentena de periodistas, sovi¨¦ticos y extranjeros, que hemos irrumpido en la peque?a sala de espera militar. Hasta que el viento no amaine no despegaremos.
Medidas de seguridad
La oscuridad total reinante en el aeropuerto y la polvareda impiden a nuestros ch¨®feres afganos encontrar los aviones que nos llevar¨¢n a Shindand, un Antonov 26 sovi¨¦tico y tres Antonov 32 afganos. El Antonov 26, con la estrella roja en la cola, transporta a los militares sovi¨¦ticos que nos acompa?an. Los Antonov 32, con un distintivo circular verde y rojo, est¨¢n al mando del coronel Habib, que ha hecho muchas horas de vuelo desde que se diplom¨® en la Escuela de Aviaci¨®n de San Antonio (Tejas, EE UU), a finales de los sesenta, en tiempos del rey Zahir Shah, que gobern¨® Afganist¨¢n entre 1933 y 1973.Habib es un hombre afable. Habla ingl¨¦s, pero poco ruso, y se jacta de haber transgredido los l¨ªmites de velocidad permitidos a bordo del Antonov 32. El coronel desde?a las medidas de seguridad adoptadas por los sovi¨¦ticos, como los racimos de bengalas (focos de calor que desv¨ªan a los cohetes) disparadas por seis helic¨®pteros que despidieron al ministro sovi¨¦ticos, de Relaciones Exteriores, Edvard Shevardnadze cuando ¨¦ste abandon¨® la capital afgana el pasado d¨ªa 7 de agosto.
El tablero de mandos del Antonov lleva todas las indicaciones en ruso, pero eso no es problema para nuestro piloto, Eineca, que pas¨® tres a?os estudiando en la URSS. Nuestro puesto est¨¢ en los bancos adosados a los laterales del aparato, provistos de un cable para asirse y cinturones de seguridad. La posibilidad de ser atacados por grupos de la guerrilla con misiles Stinger es una realidad, y por eso el aparato, con las luces totalmente apagadas, se eleva en espiral sobre Kabul hasta haber cobrado suficiente altitud (9.000 metros). S¨®lo entonces emprende el vuelo en l¨ªnea recta a lo largo de un corredor, aparentemente controlado. Saliendo de la capital, ojos expertos han cre¨ªdo advertir el fuego cruzado de un combate.
El ruido atronador de los motores y la vibraci¨®n del fuselaje impiden conversar o dormir. Poco despu¨¦s de la medianoche, casi dos horas despu¨¦s de haber despegado, nos posamos en Shindand. Los faros de los autobuses militares y los jeeps que nos reciben iluminan los perfiles aguile?os de los soldados afganos. El ch¨®fer de mi jeep es de Krasnoyarsk (Siberia) y contesta a media voz a las preguntas de Liudmila, la ¨²nica mujer entre los periodistas sovi¨¦ticos venidos de Mosc¨². La base est¨¢ a seis kil¨®metros de Shindand, adonde los sovi¨¦ticos s¨®lo se aventuran a ir en grupo y con escolta, y adonde son enviados los activistas tadjikos que cumplen tareas de "agitaci¨®n y propaganda", y que por su aspecto y su lengua (una modalidad dial¨¦ctica del dari) tienen m¨¢s posibilidades de pasar inadvertidos.
En el albergue militar nos esperan varias gobernantas vestidas como para ir a un concierto, maquilladas, pulcras, con pendientes y zapatos de tac¨®n. Son parte del contingente femenino con contrato para dos a?os, como Alia, una chica de Kalinin,que concluir¨¢ su estancia en diciembre y que mata el tiempo libre acudiendo a la discoteca improvisada los s¨¢bados por la noche y mirando la televisi¨®n. La mirada y un programa de variedades emitido con el t¨ªtulo de Hasta y despu¨¦s de la medianoche son sus emisiones favoritas, recibidas v¨ªa sat¨¦lite por los soldados sovi¨¦ticos en Afganist¨¢n.
Mi¨¦rcoles 10 de agosto (Shindand, Herat). A las 6.30 el sol est¨¢ ya alto, pero a¨²n no quema sobre la base de Shindand. Poco a poco vemos los rostros de quienes despegaron ayer con nosotros en la oscuridad. Atraviesa el patio un chico peque?o, vestido con traje y corbata, que lleva un fusil ametrallador en la mano, una pistola bajo la americana y cartuchos en el bolsillo. Es Nikolal, el guardaespaldas ucraniano de Haidar Abdel Masslolud, miembro del Politbur¨® del Partido Democr¨¢tico Popular de Afganist¨¢n (PDPA) y secretario del Comit¨¦ Central.
Massoud pasa, por ser uno de los dirigentes afganos m¨¢s pr¨®ximo a los sovi¨¦ticos. Es enjuto y tiene una calva tostada por el sol. La expresi¨®n de su rostro es inmuable. De vuelta del desayuno atraviesa el patio Victor Petrovich Polenichko, representante del Comit¨¦ Central del PCUS, que act¨²a como consejero personal del presidente Najibul¨¢. Polenichko es una figura familiar para los estudiosos del tema afgano. Su voluminosa masa humana acompa?a a Najibul¨¢ en sus visitas a la URSS y se sit¨²a junto a ¨¦l en la tribuna..
A desayunar (pollo, patatas, pescado de lata y, t¨¦, todo ello de procedencia sovi¨¦tica) han acudido los observadores de las Naciones Unidas, el finland¨¦s Kauko Aaltooma y el nepal¨ª H. R. Kunwar. Son parte del contingente que vigila el cumplimiento de los acuerdos firmados el 14 de abril en Ginebra.
Ataques guerrilleros
Casi 250 kil¨®metros separan la frontera de Kushka de Shindand, donde se han concentrado los 10.000 soldados sovi¨¦ticos que abandonaron el sur en los primeros d¨ªas de agosto. A la salida de Kandahar, la antigua capital de Afganist¨¢n, hubo enfrentamientos y v¨ªctimas cuando los contingentes que cubr¨ªan el desplazamiento de la columna fueron atacados, en un golpe sorpresa., por la guerrilla.Veinticinco kil¨®metros al este de Kandahar, en el poblado de Chiriko, hubo dos emboscadas, seg¨²n un periodista sovi¨¦tico. La primera se sald¨® con 10 muertos entre los atacantes. Los sovi¨¦ticos tuvieron un n¨²mero indeterminado de heridos, seg¨²n concede el general Alexander Sajarov, presionado por los periodistas.
El general Sajarov admite el fracaso de las octavillas con la inscripci¨®n "no disparen", repartidas en los suburbios de Kandahar, antes de la retirada sovi¨¦tica, mientras la radio -y la televisi¨®n locales difund¨ªan el mismo mensaje en nombre de la p¨¦rdida innecesaria de vidas humanas.
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