Historias de ayer
M¨¦xico se encuentra al borde de un estallido como el ocurrido en 1968. El incierto futuro que aguarda a su pa¨ªs ha impulsado al escritor mexicano Octavio Paz a romper su promesa de no escribir sobre temas pol¨ªticos e inicia con este art¨ªculo un an¨¢lisis en cinco cap¨ªtulos sobre la problem¨¢tica situaci¨®n mexicana.
Me hab¨ªa prometido no volver a escribir sobre Ia actualidad pol¨ªtica. La situaci¨®n que vivimos despu¨¦s de las elecciones del 6 de julio me obliga a romper mi voto. Asistimos al desenlace de un proceso que se: inici¨® hace m¨¢s de 20 a?os. Como ocurre siempre en la historia, hoy todos ignoramos qu¨¦ nos aguarda: ?comienza un per¨ªodo de transici¨®n pac¨ªfica hacia la democracia o, de nuevo, la obstinaci¨®n de unos y la ceguera de otros desencadenar¨¢ la doble violencia que ha ensombrecido nuestra historia, la de los partidos y la de los Gobiernos? Antes de que sea demasiado tarde, todos debemos hacer un leal y riguroso examen de conciencia. Las reflexiones que siguen son una contribuci¨®n a ese examen colectivo.En 1968 estall¨® la revuelta de los estudiantes. Fue un aviso y algo m¨¢s: una fractura.
El aviso: la ciudad de M¨¦xico es una caldera que contiene esos elementos inflamables que son las masas urbanas, especialmente las de los j¨®venes. La caldera puede estallar cada vez que el vapor que despide no tiene salida o cada vez que manos insensatas atizan el fuego. Hoy estamos ante el peligro de otro estallido, m¨¢s terrible y mort¨ªfero que el de 1968. En cuanto a la fractura: el movimiento juvenil mostr¨® que nuestra sociedad no era un todo homog¨¦neo y que el sistema pol¨ªtico mexicano no correspond¨ªa ya a la realidad social y cultural de nuestro pa¨ªs. M¨¦xico hab¨ªa crecido y se hab¨ªa diversificado; el r¨¦gimen le quedaba chico a la naci¨®n y la rigidez del sistema la ahogaba.
Los j¨®venes de entonces, as¨ª como muchos ide¨®logos de izquierda, sosten¨ªan que la ¨²nica salida del atolladero hist¨®rico era un cambio revolucionario violento. No eran dem¨®cratas ni cre¨ªan en las que ellos llamaban, desde?osamente, "las libertades formales" de la burgues¨ªa. En 1969 publiqu¨¦ un peque?o libro (Postdata) en el que sostuve precisamente lo contrario: la crisis de M¨¦xico era tina crisis de crecimiento, y la salida hacia formas m¨¢s plurales y democr¨¢ticas de convivencia deber¨ªa ser pac¨ªfica y gradual. Desde entonces he sostenido lo mismo. El rasgo distintivo del M¨¦xico contempor¨¢neo es la aparici¨®n de un grupo social que domina al Gobierno y a la vida nacional entera. Este grupo, nacido del PRI, est¨¢ compuesto por la llamada "clase pol¨ªtica", los dirigentes de las organizaciones obreras, campesinas y los otros sectores del partido, la burocracia estatal y la de las empresas paraestatales. El ascenso hist¨®rico de este nuevo grupo es un fen¨®meno universal, pero en M¨¦xico tiene caracter¨ªsticas particulares. Lo llamo burocracia a sabiendas de que el t¨¦rmino no corresponde a la nueva realidad que designa: no hay otro. ?Clase o casta? No importa la clasificaci¨®n: es un estrato social muy extenso y poderoso, situado en lo alto de la pir¨¢mide y con ramificaciones en los puntos vitales de la econom¨ªa y la cultura. Su hegemon¨ªa no es absoluta, claro est¨¢; asimismo, es un grupo que, como todas las colectividades, est¨¢ dividido por querellas de poder, intereses e ideas. Me he detenido un poco en la descripci¨®n de la clase dirigente porque es imposible entender al M¨¦xico contempor¨¢neo si no tenemos en cuenta su presencia y su inmenso peso en la vida del pa¨ªs.
En mi an¨¢lisis encontr¨¦ que el principal obst¨¢culo para la modernizaci¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica, cultural era la burocracia dominante. No es f¨¢cil renunciar voluntariamente a los privilegios. Aparte de la natural inmovilidad de la clase dirigente, advert¨ª otro obst¨¢culo: la debilidad de los partidos de la oposici¨®n. Ninguno de ellos representaba, en el sentido mejor de la palabra, la realidad de M¨¦xico. Ellos tambi¨¦n le quedaban chicos al pa¨ªs. No obstante, ante la creciente inconformidad popular, hubo varios cambios tanto en las actitudes del Gobierno como en las de los partidos. Por una parte, la llamada apertura del presidente Echeverr¨ªa y, m¨¢s tarde, la reforma pol¨ªtica impulsada por Jes¨²s Reyes Heroles. Por la otra, los partidos de izquierda dieron un paso hacia concepciones m¨¢s democr¨¢ticas: renunciaron a la v¨ªa violenta y participaron en la vida pol¨ªtica.
Durante esos a?os el PA?S creci¨®. Despu¨¦s de atravesar por un per¨ªodo de perplejidad, debido a la desaparici¨®n de sus dirigentes hist¨®ricos, surgieron nuevos l¨ªderes. Casi todos del Norte, y casi todos empresarios o ligados a la clase empresarial. El lenguaje de los nuevos l¨ªderes era directo y simple; tambi¨¦n, con frecuencia, crudo, simplificador y con pocas ideas. El crecimiento del PA?S se debi¨®, sobre todo, a su afirmaci¨®n de los valores democr¨¢ticos. Aunque hab¨ªa tenido veleidades autoritarias en sus comienzos, supo deshacerse m¨¢s pronto y m¨¢s totalmente de esas nostalgias que la izquierda de su dogmatismo. El PA?S logr¨® arraigarse en muchas regiones. No se present¨® como un don ca¨ªdo del cielo universal a las ideolog¨ªas: fue y es un producto local. Pero el PA?S tuvo y tiene graves limitaciones que hoy se han hecho cruelmente visibles. No ha penetrado en el M¨¦xico rural, especialmente en el centro y el sur. Tampoco ha formulado un verdadero programa, a un tiempo tradicional e innovador, como han hecho algunos partidos conservadores de otros pa¨ªses. Esto ¨²ltimo explica, quiz¨¢, que no haya logrado conquistar los medios intelectuales ni atraer a los profesores y a los estudiantes de las universidades. Esta carencia es grave, capital: los intelectuales han sido y son el gran fermento pol¨ªtico y moral de la Edad Moderna, desde finales del siglo XVIII. Sin ellos se puede ganar votos, pero no cambiar a una naci¨®n.
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