?Acordarse de El ?lamo?
Aquel sello postal que, hace ya muchos a?os, se imprimi¨® en Estados Unidos con la leyenda "Remember The Alamo" arm¨® un cierto revuelo en algunos medios mexicanos y mexicoamericanos -la poblaci¨®n que ahora se suele llamar chicana-, y hubo por entonces un libro muy interesante que se titul¨® Olvidarse de El ?lamo, en el que se postulaba el olvido para aquel episodio que los norteamericanos -o los gringos, como los mexicanos gustan de llamarlos- suelen relatar, ya sea en el cine con el inefable John Wayne, o ya por otros procedimientos, como una historia entre heroicos patriotas tejanos en lucha por su independencia y crueles mexicanos que los cercan, asedian y pasan a cuchillo despu¨¦s de una resistencia dizque numantina.La llamada independencia de Tejas no fue, como se sabe, m¨¢s que el preludio de su incorporaci¨®n a la Uni¨®n americana. La estrella solitaria estaba destinada, desde un principio, a dejar de serlo, y es una gran proeza, de astucia en el planteamiento y de eficacia en la ejecuci¨®n, nada menos que fabricar una poblaci¨®n tejana y un patriotismo tejano en tan poco tiempo como se hizo, con el objetivo, evidentemente, de separar aquel vasto territorio de M¨¦xico bajo banderas patri¨®ticas que de ning¨²n modo aparecieran movidas por los intereses de lo que pronto empez¨® a llamarse, y con muy buenas razones, el imperialismo americano... Compras de tierras, colonizaci¨®n agr¨ªcola, ocupaci¨®n pac¨ªfica de un territorio por gentes de lo m¨¢s heterog¨¦neo que dejan de ser lo que eran para convertirse en fervientes tejanos en reclamaci¨®n de su independencia. Por lo dem¨¢s, se sabe la condici¨®n mercenaria de muchas de las tropas que combatieron en funci¨®n de ese patriotismo.
Se me ocurri¨® tratar, en otro art¨ªculo anterior, el tema de las fronteras, a prop¨®sito de ¨¦sta a cuyo borde norte he vivido: la que separa -y c¨®mo, y arrastrando qu¨¦ complejos problemas- M¨¦xico de Estados Unidos. Hace unos meses pude ir a El Paso, Tejas. All¨ª se celebr¨® por decimotercera vez un Festival de Teatro del Siglo de Oro, que no deja de ser una cosa extra?a en el desierto. En realidad, los actos son en El Chamizal, un parque ahora, cuyos terrenos fueron muy conflictivos en la discusi¨®n fronteriza hasta nada menos que 1962. El problema resid¨ªa en que la frontera se determin¨® por el r¨ªo, y el curso del r¨ªo result¨® un tanto travieso y cambiante en este tramo. No es este art¨ªculo un reportaje, sino una breve reflexi¨®n por esta nueva experiencia Junto a esta larga frontera que mide algo as¨ª como m¨¢s de 3.100 kil¨®metros, de los cuales m¨¢s de 2.000 corresponden a este r¨ªo que se llama r¨ªo Grande o r¨ªo Bravo, seg¨²n consideremos uno u otro tramo de su curso. Con cierta emoci¨®n se asoma uno al r¨ªo, famoso por su condici¨®n fronteriza y por haber alcanzado el dudoso privilegio de bautizar con sus aguas las espaldas de millones de personas transgresoras (en virtud de sus necesidades de supervivencia) de la legislaci¨®n que establece la obligaci¨®n para los mexicanos de someterse a rigurosos tr¨¢mites para entrar en posesi¨®n del derecho a trabajar en estos territorios del Norte, otrora mexicanos, como lo acredita, sin ir m¨¢s lejos, la toponimia que grita mexicanidad por todas partes.
Lo primero que salta a los ojos de un visitante que conozca la frontera en su tramo californiano es la gran diferencia entre lo abrupto e inmisericorde de la cortadura que hay, legal y culturalmente, entre el condado de San Diego y la pen¨ªnsula mexicana de Baja California, y lo que aqu¨ª sucede. Hay fronteras y fronteras, se dice uno, renunciando a cualquier expresi¨®n original sobre este punto, al ver que El Paso tiene toda una franja -a la que creo que llaman Chihuahuita, y muy bien llamada si as¨ª es- que es ya M¨¦xico, aparte de que toda la ciudad de El Paso transpira mexicanidad, de manera que un 80% de la poblaci¨®n habla espa?ol o, por lo menos, un spanglish de lo m¨¢s curioso, bello y pintoresco. Pintadas en la pared mexicana del r¨ªo Grande a la altura del puente de Santa Cruz: unas manos entrelazadas fraternalmente. "Simpson, ?qu¨¦?" (alusi¨®n a la ley Simpson-Rovino, llamada "de Amnist¨ªa", y este "?qu¨¦?" me suena a ese proverbio que habla de palabras necias y o¨ªdos sordos). Tambi¨¦n leo: "Rompamos la frontera". Tambi¨¦n: "Todos somos ilegales". En el restaurante hay especialidades tex-mex y pienso que se podr¨ªa hablar, en general, de una situaci¨®n tex-mex y hasta de un s¨ªndrome con este mismo nombre que parece muy feliz para definir determinado tipo de situaciones como ¨¦sta en que dos ciudades, como son El Paso y Ciudad Ju¨¢rez, se relacionan de un modo muy particular. No conozco el fen¨®meno Calim¨¦xico / Mexicali: probablemente ser¨¢ un efecto de la misma familia.
?Fronteras, fronteras, cu¨¢ntos cr¨ªmenes se cometen en vuestro nombre!; y paseando por las calles de El Paso muchos recuerdos se me vienen a la memoria. La pol¨ªtica internacional norteamericana a lo largo de toda su historia se ha producido casi siempre en t¨¦rminos a los que, al menos, hay que agradecer su gran sinceridad. La conquista de nuevos territorios se ha establecido como la necesidad -o destino manifiesto- de establecer una nueva frontera, y ello por los m¨¦todos m¨¢s convenientes, entre los que destaca, por su terrible contundencia, una porra de grandes dimensiones (el gran bast¨®n). Garrotazo y tentetieso en defensa de la extensi¨®n planetaria del sistema democr¨¢tico norteamericano, amenazado permanentemente ya por los peque?os nacionalismos, ya ahora por fuerzas muy poderosas, de car¨¢cter diab¨®lico: el comunismo o imperio del mal.
Como se sabe, durante los
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¨²ltimos tiempos este pa¨ªs vive azorado bajo la amenaza de un pa¨ªs llamado Nicaragua. Para contener el otro problema (la inmigraci¨®n clandestina) es fuerte y complejo el dispositivo de patrullas, vigilancias terrestres y ojos portados por helic¨®pteros. Esta invasi¨®n, a pesar de todo, se est¨¢ produciendo, y aumenta, de modo alarmante para el buen anglo, blanco y protestante, como se debe ser, la poblaci¨®n hispana y otras extranjeras, am¨¦n de que los negros, por mucho que nuestro admirado amigo Langston Hughes reclamara ya hace mucho tiempo que "¨¦l tambi¨¦n era Am¨¦rica", no se encuentran aqu¨ª en el mejor de los mundos posibles; y son m¨²ltiples, y tambi¨¦n muy complejas, las fronteras interiores que dise?an este gran pa¨ªs como un mosaico. El otro d¨ªa me comentaba un profesor espa?ol que este fen¨®meno podr¨ªa compararse al que acab¨® con el Imperio Romano. Atentos a ese problema, los dirigentes gringos tratan, efectivamente, de controlar ese fen¨®meno; pero nada es comparable al estremecimiento que experimentan ante el peligro nicaraguense. A principios del pasado semestre, un profesor universitario pidi¨® a sus estudiantes que dibujaran un mapa de Centroam¨¦rica tal como lo tuvieran en su memoria o lo imaginaran, sin demasiadas especificaciones de l¨ªmites fronterizos o cardinalidades, es decir, que bastar¨ªa con una imagen aproximada, m¨¢s o menos borrosa, de esas naciones, y comentaba ¨¦l con buen humor lo grande en extensi¨®n -algo as¨ª como un pa¨ªs enorme- que aparec¨ªa Nicaragua en muchos de sus dibujos. No es de extra?ar tan rid¨ªcula imagen cuando se vive bajo el bombardeo de una propaganda como la que se fabrica en los laboratorios de este sistema de control del pensamiento.
Entre las memorias, de hechos y de lecturas, que me vinieron, paseando por esa ciudad en el desierto, en las faldas de las monta?as de Franklin, que es El Paso, no dej¨® de acudir la imagen de Pancho Villa y su invasi¨®n de Estados Unidos, durante la que penetraron hasta Columbus y que fue seguida por la expedici¨®n punitiva -la punitiva por autonomasia en el habla popular- de Pershing.
Cuando desde Tijuana se dice "el otro lado", nos hallamos de nuevo ante la necesidad de la utop¨ªa. El otro lado es, siempre, Eldorado. El otro lado es Chaplin y la quimera del oro. Los soldados que le¨ªan el Esplandi¨¢n, hijo de Amad¨ªs de Gaula, leyeron que en aquella novela el autor hab¨ªa inventado un bello nombre para una isla maravillosa, California, y ante la belleza y esplendor de lo que se presentaba ante su vista, llamaron a esta tierra con ese nombre. Para los okies de la novela de Steinbeck Las uvas de la ira, es la misma historia. Pero tambi¨¦n en estos lugares habita la pobreza, y muchos ensue?os son destruidos d¨ªa a d¨ªa bajo las ruedas de esta maquinaria implacable que funciona a la sombra de los naranjos. Sombra del para¨ªso, perdido para unos y nunca encontrado para otros. Para¨ªso cerrado para muchos. Hab¨ªa empezado a escribir sobre Tejas, y ha resultado que, una vez m¨¢s, California se ha impuesto a mi escritura con su enorme presencia.
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