Cristo, sin diferencias
Las Iglesias de la Comuni¨®n Anglicana no romper¨¢n sus v¨ªnculos pe se a que algunas de ellas, como las de Estados Unidos y Australia, que cuentan ya con mujeres ordenadas sacerdotes, hayan decidido ordenar mujeres tambi¨¦n como obispos. La misma Iglesia de Inglaterra ha iniciado un proceso de reconocimiento del ministerio sacerdotal femenino. Y, esto no obstante, la Comuni¨®n Anglicana desea restablecer la unidad con la Iglesia cat¨®lica, declar¨¢ndose dispuesta a reconocer un ministerio universal del papa de Roma, aunque de un modo distinto al que practica la Iglesia romana. La Comuni¨®n Anglicana ha iniciado al mismo tiempo un camino m¨¢s resuelto hacia el ecumenismo, al tiempo que se considera obligada a tomar una decisi¨®n sobre los ministerios sacerdotales confiados a las mujeres, que no son reconocidos por la Iglesia cat¨®lica ni por la Iglesia ortodoxa.Problema que queda abierto tambi¨¦n en la Iglesia cat¨®lica. .Los obispos cat¨®licos norteamericanos han preparado el borrador de un documento sobre las mujeres como partners en el misterio de la redenci¨®n, que mantiene a¨²n abierta la cuesti¨®n de la posibilidad de la mujer como sacerdote en la Iglesia cat¨®lica. Pero la orientaci¨®n de las autoridades romanas y de numerosos episcopados del mundo cat¨®lico, as¨ª como tambi¨¦n todo el mundo de la ortodoxia oriental, se muestran claramente contrarios a un cambio que echar¨ªa por tierra una pr¨¢ctica bimilenaria de las iglesias que reconocen los ministerios ordenados.
Los argumentos sobre los que se funda la tradici¨®n de la exclusi¨®n de la mujer de los ministerios sacerdotales no son muy fuertes.
'Inter indigniores'
Aquel sobre el cual pone el acento un documento vaticano de 1976, el Inter indigniores, se basa en el hecho de que, puesto que el sacerdote representa a Cristo en el acto de la eucarist¨ªa y Cristo era un hombre, la figura del s¨ªmbolo exige que tambi¨¦n el sacerdote sea de sexo masculino. En una fe que afirma que en Cristo no existen diferencias entre el hombre y la mujer y todos participan por igual de la vida divina, un argumento fundado sobre la mera figura exterior del s¨ªmbolo no parece tener gran peso. Si hombre y mujer participan igualmente de la misma vida de Dios, ?por qu¨¦ el s¨ªmbolo debe negar con su particularidad aquello que el don manifiesta con su universalidad?
La intervenci¨®n de la Iglesia sobre los sacramentos ha sido muy amplia, y el mismo n¨²mero y la figura de los siete sacramentos cal de las distinciones humanas, la que existe entre hombre y mujer? Las mujeres deben permanecer por siempre laicas porque existe una funci¨®n sagrada esencialmente distinta de la condici¨®n de fiel. Coherentemente, en la Iglesia latina el celibato eclesi¨¢stico, que no tiene ning¨²n fundamento doctrinal, _es esencial para determinar ulteriormente esta sacralidad. La mujer se transforma en la figura misma de la sumisi¨®n de la condici¨®n humana al poder sagrado. Y esto resulta clar¨ªsimo en la vida religiosa femenina, definida entera mente por la regla, es decir, por preceptos que no constituyen precisamente la sustancia, como la sumisi¨®n al poder de lo sacro y lo jer¨¢rquico.
Vida interior
Ciertamente, la vida interior, la dimensi¨®n m¨ªstica de la Iglesia, permanece abierta tambi¨¦n m¨¢s all¨¢ de la figura de la sujeci¨®n tan fuertemente recalcada. Pero ser¨¢ entonces inferior al fuerte acento sobre la libertad del creyente, sobre la figura, que es tambi¨¦n de liberaci¨®n humana, que tiene de por s¨ª la vida m¨ªstica.
Si es propio del cristianismo el don de la vida divina, que est¨¢ por principio en comuni¨®n universal con los hombres, pero dimana directamente de Dios, ?por qu¨¦ esta plenitud no habr¨¢ de recibir de ella un viraje hist¨®rico, ser por consiguiente, un signo de libertad y de liberaci¨®n?
La condici¨®n de la mujer en la Iglesia es por tanto, el punto decisivo. Precisamente, el instalar a la mujer en la dignidad sacerdotal extinguir¨ªa ese car¨¢cter de sujeci¨®n y dependencia que lo sagrado eclesi¨¢stico ha proyectado hasta ahora sobre la historia del mundo cristiano.
Quitar a nivel de la vida eclesial la diferencia entre hombre y mujer es permitir que estalle en la sociedad la virtualidad de liberaci¨®n que el cristianismo conserva como su esencia.
La mujer liberar¨ªa el signo sacro del peso de la sujeci¨®n y de la dominaci¨®n: dar¨ªa al sacramento cristiano valor de s¨ªmbolo de la igualdad y de la libertad de los hombres. Liberar¨ªa la cultura del mundo cristiano de la tensi¨®n entre la imagen de un Dios dominador y el anuncio del don de la vida divina para el hombre.
Precisamente porque es un nudo decisivo en la imagen de la Iglesia, la cuesti¨®n de la mujer sacerdote comienza ahora a dominar la dimensi¨®n real de la discusi¨®n en todas las iglesias que tienen ministerios sacerdotales.
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