El abismo entre ni?os y adultos
El suicidio de cinco escolares en apenas una semana ha conmovido a la opini¨®n p¨²blica. Con este motivo, el autor de este art¨ªculo reflexiona sobre el foso que a¨ªsla cada vez m¨¢s a la infancia y a la adolescencia del mundo de los adultos.Demasiadas muertes entorno a una escuela que dice preparar para la vida. Aunque una solamente ser¨ªa ya excesiva. Hay un aumento creciente del malestar de los docentes y de las patolog¨ªas de los alumnos. El suicidio infantil y juvenil por "causas escolares" es su manifestaci¨®n m¨¢s extrema y dolorosa. No caben demagogias ni simplificaciones.Aceptamos con resignaci¨®n una muerte natural, pero nos irritamos cuando alguien muere por voluntad propia. Nos condena a permanecer instalados en la vida con la soledad infinita de quien se pregunta, triste y tard¨ªamente, qu¨¦ pudo hacer y no hizo por evitar esa ausencia definitiva. Buscaremos motivos, inventaremos argumentos y razones que calmen esa sensaci¨®n de estupor.
Inventamos as¨ª el suicidio escolar, un t¨¦rmino que nos permite pasar el umbral del primer sobresalto y archivar el espanto en la memoria de los hechos clasificados, aqu¨¦llos que no conviene remover. Pero cuando es un ni?o, o apenas a¨²n un adolescente, el que se quita la vida, algo se quiebra como un cristal inobservado. Nos negamos a entender: no puede haber razones. Partimos, como defensa, de una imagen infantil de la propia infancia, de estereotipos rosados acerca de la adolescencia. Son prejuicios sobre los ni?os que nos vienen bien para habitar junto a ellos, pero no con ellos. Nos negamos a enfrentar una realidad, por momentos y en ocasiones estridente, excesivamente opaca y contradictoria: los ni?os sufren, maduran dif¨ªcilmente y se desesperan, igual que hacemos los mayores. S¨®lo que ellos no poseen a¨²n las claves de la aventura vital, los recursos emocionales, los instrumentos intelectuales o culturales que nos protegen, incluso de nosotros mismos. Precisamente por esa radical indefensi¨®n, que poco tiene que ver con la edad y m¨¢s con las circunstancias de ese tiempo, ellos nos exigen -en silencio, a menudo- nuestra ayuda, la seguridad de nuestra presencia y el calor de la palabra. El suicidio es una forma de pedir todo eso...
En la vida del alumno hay momentos de absoluta soledad. Son los ritos de transici¨®n que hemos convenido los mayores para incorporarlos a la tribu. Ritos para todos, fuertes o d¨¦biles. Los ex¨¢menes, por ejemplo. Cuando amanece ese tiempo colectivo de juicio y medida hay autoestimas que estallan en mil pedazos. El fantasma de eso que llamamos imp¨²dicamente fracaso escolar aparece por el horizonte con su estela tecnocr¨¢tica de exorcismos nada piadosos, tranquiliz¨¢ndonos con razones que, finalmente, no explican m¨¢s que nuestro mismo miedo. En tales ritos civiles, los sacrificios y las v¨ªctimas son excesivos.
Quiz¨¢ convendr¨ªa, por respeto cuando menos, interrogarnos con mayor lucidez -y probablemente con m¨¢s dolor- sobre nosotros mismos, en lugar de limitarnos a inquirir una y otra vez por qu¨¦ lo hizo. Hay cuestiones que yacen junto al cuerpo roto de un ni?o suicida. As¨ª, qu¨¦ le damos como vida cotidiana y como expectativa de ma?ana a j¨®venes y ni?os. Qu¨¦ les exigimos y de qu¨¦ modo les hacemos madurar. Qu¨¦ espacios y cu¨¢les son los tiempos que les concedemos para so?ar. Qu¨¦ instituciones respetan su derecho a desarrollarse como seres aut¨®nomos, m¨¢s all¨¢ de nuestras pesadillas, destilando el placer y la responsabilidad de ser alguien entre otros seres. Por qu¨¦ nos empe?amos compulsivamente en hacerlos tan deprisa y tan iguales... Y otras tantas cuestiones que, sobrepasando el estupor inicial, se dirigen al entorno social y cultural de un cad¨¢ver inc¨®modo, en lugar de apuntar s¨®lo a certificar las huellas de su culpabilidad. Sea cual sea la respuesta a esas cuestiones, siempre estaremos a¨²n a tiempo de ensayar un gesto de comprensi¨®n que nos aproxime inteligentemente a los ni?os y a los adolescentes.
Y eso es m¨¢s positivo que ocultar la cara entre los pliegues c¨®modos de nuestros esquemas de adultos: el fracaso escolar es uno de ellos, m¨¢s no el ¨²nico. Ese ensayo de reflexi¨®n es una interrogaci¨®n acerca del sentido de la vida del adulto mismo, por eso nos da miedo hacerlo. Al fin y a la postre, el ni?o es el padre del hombre. Debi¨¦ramos ya saber que cuando uno s¨®lo de ellos muere por su propia mano, todos quedamos hu¨¦rfanos por un instante eterno.
Fabricio Caivano es director de la revista Cuadernos de Pedagog¨ªa.
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