El jard¨ªn japon¨¦s
En 1967, el profesor Ram¨®n Tamames escrib¨ªa en el pr¨®logo de su libro Introducci¨®n a la econom¨ªa espa?ola que: ?La sociedad espa?ola de nuestros d¨ªas se encuentra en plena efervescencia, los cambios econ¨®micos est¨¢n transformando con celeridad h¨¢bitos y mentalidades tradicionales y est¨¢n desvelando mitos casi seculares". Lo que el autor no pudo predecir es que casi 20 a?os despu¨¦s cualquier observador de nuestra realidad econ¨®mica y social llegar¨ªa nuevamente a las mismas conclusiones.
No obstante, en 1988 convendr¨ªa aportar sendas matizaciones sobre las preocupaciones de la sociedad espa?ola, y tal vez ser¨ªa oportuno llamar la atenci¨®n sobre la necesidad de asimilar ciertos postulados. No cabe duda: en el ¨²ltimo cuarto de siglo hemos pasado de una sociedad que viv¨ªa en una econom¨ªa cerrada y marcada por la herencia del per¨ªodo aut¨¢rquico a una sociedad que tiene una visi¨®n econ¨®mica m¨¢s liberal e internacionalista.
Esta actitud se ha visto claramente reflejada en el apoyo sin precedentes que ha obtenido ante la opini¨®n p¨²blica espa?ola nuestra adhesi¨®n a la Comunidad Econ¨®mica Europea. Las voces de aquellos que se opon¨ªan fueron aballadas y cubiertas por la gran mayor¨ªa que ve¨ªa en este nuevo cap¨ªtulo de la historia espa?ola una extraordinaria oportunidad para democratizar y modernizar el pa¨ªs. La oposici¨®n, tal vez sin desearlo expl¨ªcitamente, reflejaba un pasado que los ciudadanos de este pa¨ªs prefer¨ªan que dejase de ser objeto de actualidad y se trasladara a nuestros libros de historia. Y hoy en d¨ªa all¨ª est¨¢.
Nuestro af¨¢n de aire fresco nos est¨¢ llevando a asumir importantes riesgos que afectan, o pueden afectar a plazo, la seguridad econ¨®mica nacional. La apertura de los puertos del mercado espa?ol, y ello no obstante las medidas correctoras y de protecci¨®n que desaparecen progresivamente, es un factor positivo que genera inversi¨®n, actividad y empleo. Pero esta apertura tambi¨¦n conlleva riesgos importantes como consecuencia de la falta de dimensi¨®n adecuada de nuestras empresas.
Espa?a, en la mira
Algunas ¨¢reas geogr¨¢ficas importantes y muchos pa¨ªses tradicionalmente receptores de inversi¨®n han dejado de ser polos de atracci¨®n como consecuencia de su inestabilidad pol¨ªtica y/o desequilibrio econ¨®mico. Era, pues, de esperar que en tales condiciones las grandes empresas y las grandes inversiones fijaran su mirada en pa¨ªses con desarrollos potenciales importantes. Europa del Sur, y Espa?a en particular, tiene los requisitos id¨®neos para encauzar los proyectos econ¨®micos de los grandes grupos multinacionales.
Los medios financieros y t¨¦cnicos de estos grupos son tan importantes que si no reacciona m¨¢s r¨¢pidamente en poco tiempo, Espa?a puede verse sumergida en un proceso avanzado de dependencia econ¨®mica, y en el cual nuestros empresarios ver¨¢n limitados sus objetivos al desarrollo de parcelas marginales de nuestra econom¨ªa. A eso le llamo yo el jard¨ªn japon¨¦s.
Lo m¨¢s absurdo y anticuado que podemos hacer es inclinar nuestros esfuerzos hacia el pasado. Ya no es tiempo de nostalgias, es tiempo de acci¨®n. A este efecto es preocupante el desinter¨¦s de la sociedad espa?ola por su futuro econ¨®mico, y todo ello como consecuencia de la ceguera que produce el pasajero y coyuntural bienestar que acarrea actualmente el desembarco de m¨ªster Marshall.
Es evidente que Espa?a es lo que es, y no m¨¢s, por mucho que nos duela. Espa?a no tiene potencial suficiente para hacer frente a la fuerte competici¨®n internacional, y ser¨ªa err¨®neo pretender participar en todas las batallas y en todos los campos. Seg¨²n Von Clausewitz, si la guerra es un duelo a una escala m¨¢s amplia, tambi¨¦n puede ser concebida como el resultado de innumerables duelos aislados. Esta faceta b¨¦lica que relaciona un conflicto general, la guerra, con un conflicto particular, el duelo, es un punto de partida interesante para nuestra reflexi¨®n sobre el problema que nos ata?e.
Colaboraci¨®n nacional
Es necesario que la opini¨®n p¨²blica, el Gobierno, empresarios y sindicatos se convenzan y apoyen, cada uno por cuanto le ata?e, la idea de que este pa¨ªs necesita la existencia de grandes empresas nacionales capaces de competir eficazmente en su mercado y fuera de ¨¦l. Esta pol¨ªtica, que exige claramente concentraciones y fusiones, es decir uni¨®n y colaboraci¨®n entre intereses nacionales, debe ser apoyada por la Administraci¨®n y, si fuera necesario, provocada. Espa?a no puede ni debe convertirse en el a?o 2000 en un reducto de grandes empresas dependientes del exterior, en cuyo seno el papel de la empresa espa?ola quedar¨ªa limitado a ¨¢reas marginales y a la subcontrataci¨®n. Si otros pa¨ªses, de talla inferior, lo han logrado con ¨¦xito, no existe raz¨®n alguna para que no lo intentemos nosotros.
Las afirmaciones seg¨²n las cuales la peque?a y la mediana empresa son id¨®neas para la generaci¨®n del empleo, y como tales deben beneficiarse de trato privilegiado, no deben hacernos olvidar otros objetivos estrat¨¦gicos interesantes y alcanzables a plazo. Ni se trata de poner puertas al campo ni queremos que Espa?a deje de ser una econom¨ªa abierta. Lo que pretendemos es no desempe?ar un papel pasivo en esta competici¨®n. Es una cuesti¨®n de principio vital para la sociedad espa?ola.
El m¨¦todo —-es decir, la forma de procedimiento— puede variar y ajustarse a la probabilidad media de casos an¨¢logos, pero sin descuidar el factor de genio que se eleva por s¨ª mismo por encima de todas las reglas, y que es el don de los grandes emprendedores.
Si 1992 significa algo para la sociedad espa?ola, no hay duda de que ya va siendo hora de ponerse en camino.
Jos¨¦ Antonio del Pino es director general del Cr¨¦dit Commercial de France en Espa?a.
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