Bath no s¨®lo quiere decir ba?o
Si acaso un d¨ªa un viajero viene a preguntarme en Londres por otra ciudad inglesa "adem¨¢s de Londres", siempre parece que lo mando a ba?ar. "Bath", le digo, que en ingl¨¦s quiere decir ba?o. Bath es tambi¨¦n el nombe de la ciudad m¨¢s encantadora de Inglaterra, y s¨ª no digo Edimburgo, como Borges, es porque la ciudad de Stevenson ha estado siempre en Escocia."Bah Bath", exclaman algunos, que son los m¨¢s, los que no saben que Bath es la d¨¦cima maravilla: una ciudad que es un museo para vivir. No es un museo provincial de los errores, ni, como Pompeya, un museo de la muerte, polvo y ceniza. Bath est¨¢ bien viva, y ahora, que vuelven los georgianos, est¨¢ de moda de nuevo. En Bath viven ahora arquitectos y artistas y hasta zapateros a la moda. Los nuevos georgianos han llegado en su afecto por este estilo, que, como todos los estilos, fue primero un estilo de vida, a vivir en casas sin bailo (en Bath o en Londres), sin luz el¨¦ctrica, para poder decir c¨®mo es la luz de una vela cuando est¨¢ encendida, y, por supuesto, sin tel¨¦fono: el heraldo del pueblo les basta.
El nombre del estilo viene de los cuatro Jorges que reinaron en Inglaterra de 1714 a 1830. El m¨¢s singular de estos reyes singulares fue Jorge IV, que puso de moda a Bath. Ha habido pocos reyes tan democr¨¢ticos, y por ello mismo tart mal apreciados, como Jorge IV, Le gustaba la cerveza y no el vino, el pueblo y las artes populares, entre las que estaban entonces la pintura y la arquitectura. Supo adem¨¢s apreciar el exquisito arte de Jane Austen bien temprano. Le repugnaba tener que firmar sentencias de muerte porque, dec¨ªa, odiaba la violencia, y una sentencia de muerte firmada por ¨¦l era una violencia real. Este rey ten¨ªa que adoptar como suyo (y de sus s¨²bditos) un estilo civilizado que abarcaba desde los pa?uelos a los palacios. Jorge, ya de regente, era un estilo.
Bath, como Shakespeare, es un regalo del r¨ªo Avon mucho antes de que sonara la campana de la puerta y una voz dijera: "Avon llama". Es una de las pocas ciudades del mundo en que la belleza de su arquitectura se siente como una atm¨®sfera de piedra. Su concepci¨®n como ciudad moderna se debe a John Wood, quien, como los arquitectos del Renacimiento (la ciudad huele a Paladio), era hijo de la villa que ayud¨® a crear. Se le conoce como Wood of Bath cuando Bath es de piedra.
Caminar por el magn¨ªfico Creciente Real, una media luna del arte noble de la arquitectura, creado por Wood en su doble apogeo (el de Bath, el del arquitecto), es un regalo de Inglaterra, donde ahora arquitectura quiere decir hacer casas y no crear arte. El Royal Crescent es, como los templos del tiempo, una eternidad de espacio.
Piedra
Ahora, cuando el cine quiere recrear una ciudad inglesa del siglo XVIII (y aun del siglo XIX) retrata invariablemente los crecientes (t¨ªpicos de Bath y de cierta arquitectura del Londres de esa ¨¦poca) de Lansdown y Camden que exhiben la graciosa piedra de canter¨ªa de Bath. Curiosamente, esta piedra de Bath recuerda al jab¨®n de ba?o.
Bath ya era un ba?o en ¨¦pocas romanas, y se llamaba Aquae Sulis, que se refer¨ªa a las aguas y no al ba?o. La fundaci¨®n de la ciudad propia se atribuye a un grupo de reyes ingleses cuyos nombres resuenan como pal¨ªndromos: Bladud. y Lud Hudibras, y a ese rey que nunca pareci¨® tomar un bailo, Lear, y quien en realidad fue curado de una erupci¨®n cut¨¢nea (pero no de su locura senil) al meterse en los pantanos burbujeantes de calor, no de espuma.
Fueron los romanos, con su genio organizador y su amor por el lujo, los que hicieron de Bath, ya en el siglo I, un enorme ba?o de piedra llamado, extra?amente, el Gran Ba?o y el Ba?o Circular. Estas ruinas, que, como Esther Williams, eran soberbias h¨²medas pero pura piedra seca fueron descubiertas en 1755, en medio de la vida del rey Jorge III, que muri¨® loco, enfermo de porfiria, no de porf¨ªa. Pero no vinieron a hacerse m¨¦todo hist¨®rico hasta finales del siglo XIX. Lo que no impidi¨® que Jorge IV hiciera de Bath su balneario y su baile. El sitio m¨¢s popular de Bath era, y es, el Pump Room o Cuarto de la Bomba, que no quiere decir que haya sido el blanco de terroristas, anarquistas o nihilistas, sino que all¨ª estaba colocado el aparato que bombea el agua f¨¦tida hasta los ba?os. Hoy d¨ªa el Cuarto de la Bomba aloja a un cuarteto de cuerda, un servicio de t¨¦ de las cinco (que se sirve a las cuatro: excentricidades romanas) y un conjunto de camareras que ya quitaban el aliento a Jorge IV y que hace 15 a?os me dejaron, o me dej¨® una de ellas, sin palabras. He aqu¨ª el di¨¢logo de una belleza de Bath, rubia, con piernas largas, brazos torneados y cuello, cara y cutis para alabar al alabastro:
-Usted parece una actriz.
-Como lo oye. Soy actriz y hago de camarera de entretiempo. Entre obra y obra trabajo aqu¨ª.
Silencio del visitante, hu¨¦sped, cliente o como se llame, que se ha quedado mudo ante tanta belleza local locuaz.
Ya los ba?os eran populares en la Edad Media, y su auge romano dur¨® 400 a?os, hasta que los anglosajones tomaron la plaza en ruinas y, tautol¨®gicos que eran, la llamaron La Ruina. Al final de la Edad Media, un poeta, Godofredo Chaucer, nombr¨® a uno de sus m¨¢s inolvidables personajes la Esposa de Bath. Fue otra mujer, la emprendedora re¨ªna Ana, en visita real en 1702, la que inaugur¨® la edad de oro de Bath. Esa continuidad fue rota por los bombardeos nazis de 1942 que destruyeron la ciudad parcialmente. Un destrozo mayor fue el Assembly.
Assembly Rooms
Los Assembly Rooms construidos, destruidos, reconstruidos es donde est¨¢ ahora uno de los mejores museos de vestuario del mundo: del taparrabos a las lentejuelas. La guardarropa es una mujer formidable no de cuerpo, sino de gestos y gustos. Ella des cribe al visitante la maravilla que era la ropa bajo la Regencia, que lo era, y luego pasa a las cabezas y al cabello: rizos y rasos. Pero con el mismo aliento, ay, elogia a Jane Austen. La novelista lleva en todos sus retratos la cabeza cubierta por una cofia. Adem¨¢s, por no lavarse la cabeza cogi¨® una ti?a pertinaz que la dej¨®, casi calva. Moraleja: la cabeza de los escritores siempre est¨¢ dispuesta para la guillotina.
Bath ahora es famosa por las galletas saladas del doctor Oliver, por su hospital para enfermedades reum¨¢ticas, los bollo de Bath, las sillas de Bath y, ¨²ltimos pero m¨¢s pesantes, los ladrillos de Bath. Bath es a¨²n m¨¢s famosa por su relaci¨®n con varios escritores ingleses entre los que est¨¢n Toblas Smollett (al que el ingenioso cl¨¦rigo Laurence Sterne llam¨® Smelfungus porque todo le ol¨ªa mal en sus viajes por Europa), Henry Fielding, al que el cine hizo una estrella con Tom Jones, y esa pareja c¨¦lebre Dickens y Thackeray. Pero el escritor, que era una escritora, m¨¢s a menudo asociada a Bath es Jane Austen, para muchos paramount de la ficci¨®n de las islas. M¨¢s que un primor arquitect¨®nico, un hito hist¨®rico o la ciudad m¨¢s hermosa de Inglaterra, Bath es el sitio en que Jane Austen vivi¨® por un tiempo y donde fue tan infeliz (su padre muri¨® all¨ª) y fue ese grano de arena que irrit¨® la ostra social que era Jane Austen para producir a?os despu¨¦s Mansfield Park, su obra maestra, Orgullo y prejuicio, su otra obra maestra, y aun otra obra maestra m¨¢s, Emma. De la obvia incomodidad que le produc¨ªa la agitada vida de Bath surgi¨® la literatura, con que ella sola llev¨® el siglo XVIII ingl¨¦s, todo juego, hasta la m¨¢xima seriedad, que culminar¨ªa con el reino de Victoria. Su moral era r¨ªgida, pero su oficio narrativo ten¨ªa la flexibilidad del arte. Austen es, con la compa?¨ªa de Chejov, la gran artista selectiva de la ficci¨®n europea. Es portentoso que ella sea un maestro de la novela, que es el arte de la acumulaci¨®n. Austen est¨¢ en el mapa de Bath. O mejor, el mapa de Austen contiene a Bath. Bath est¨¢ apenas a hora y cuarto de Londres por tren, a dos horas en auto, a un d¨ªa en bicicleta. Hay excursiones para hacer el viaje a pie, como hizo Samuel Johnson, el gran carninador de la Inglaterra jacobina. Pero mejor guardar las energ¨ªas para recorrer la ciudad, que es caminable pero donde el peso de la piedra cansa. Si tiene sed y no quiere recurrir a la petillante Perrier de moda, pruebe entonces un vaso de agua del balneario, que todav¨ªa brota el manantial, que todav¨ªa se toma su agua.
Hay, si quiere comer, varios buenos restaurantes en Bath. Juliana Popjoy era una buena cocinera y mejor amante del su premo maestro de ceremonias Beau Nash. Popjov es ahora el nombre de un restaurante que no sirve m¨¢s que la cena en una atm¨®sfera georgiana tan veraz que hubiera complacido al mis mo Beau.
Beau es, por supuesto, un apodo dado al dandi. Su verda dero nombre era Richard Nash y fue el primero de los grandes dandis. Para muchos, Beau Brummell no era m¨¢s que un ep¨ªgono apol¨ªneo. Nash era verda deramente dionisiaco, y al rev¨¦s de Brummell no rehu¨ªa la compa?¨ªa de las mujeres (preguntar a Popjoy m¨¢s arriba) por miedo a que le arrugaran el traje. El Beau era conocido como el monarca de Bath, pero su reino era de un mundillo. Su padre, como el de Beau Brummell, era de origen humilde. Nash padre ten¨ªa una f¨¢brica de botellas en las que, se g¨²n un proyecto en proyecto, quer¨ªa embotellar bath water, que en ingl¨¦s quiere decir al agua del ba?o. El joven Nash, que no que r¨ªa saber nada de botellas, se fue a Londres a estudiar leyes, seg¨²n dijo a su padre. "A aprender el arte de vivir sin dinero", como dijo a un amigo. Nash aprendi¨® efectivamente el arte de la mesa, c¨®mo comer bien y c¨®mo jugar a las cartas sin perder dinero y ganar amigos. Los ep¨ªc¨²reos (conocedores de las curas ¨¦picas para la s¨ªfilis) lo llamaron el conde Nash, tal vez porque en Inglaterra no existe tal t¨ªtulo. Nash era un hombre inteligente que pon¨ªa todo su talento en ser un Beau y, como lo describi¨® un contempor¨¢neo, "todo su intelecto en hacerse el lazo".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.