Pasos fronterizos
Me hab¨ªa propuesto llegar hasta el gran Erg, una de las puertas prohibidas del desierto sahariano, el mundo enigm¨¢tico y fascinante de las aldeas ber¨¦beres y las supervivencias tribales de los n¨®madas ifriqiyanos. Debo confesar que se trataba de una tentaci¨®n dif¨ªcilmente dominable. Pero ya no hab¨ªa tiempo de caer en ella. ?ste es mi pen¨²ltimo d¨ªa en T¨²nez, y el desierto cae un poco a trasmano. Me entero de que hay una l¨ªnea a¨¦rea que enlaza T¨²nez con el oasis de Tawzar, a orillas del chott El Dj¨¦rid. Pero, ?qui¨¦n se decide? Ni siquiera me sedujo asomarme, por el aire, a ese inmenso espejo lacustre cubierto de cristales de sal donde se alojan los djinns, una estrafalaria familia de duendes que inoculan a quien los mira la enfermedad del extrav¨ªo perpetuo, lo que tampoco es c¨®modo.Al otro lado del chott queda Qabili, p¨®rtico de la meseta des¨¦rtica del Erg. Pero nada m¨¢s disparatado que las prisas -los aviones- para penetrar en ese universo regido por diversas quimeras de mi predilecci¨®n. Aparte de que las autoridades tunecinas tampoco permiten que se ande por all¨ª si no es en una caravana organizada. Y uno ya no est¨¢ para esas caravanas. Tampoco es que desconociera el S¨¢hara: anduve una vez por la linde occidental de lo que todav¨ªa era Villa Cisneros, y otra, por la frontera argelina, al sur de Tinduf, camino de los campamentos de refugiados saharauis de Smara. Pero me apetec¨ªa mucho ampliar ahora esas andanzas emocionantes. Si lo recuerdo es para remarcar de lo que me privo.
"Balizadores del desierto"
A prop¨®sito del desierto, tengo muy presente una pel¨ªcula de un realizador tunecino -Nacer Khemir- que, sin ser ¨®ptima, ofrec¨ªa una extraordinaria limpieza expositiva. Trataba de los llamados "balizadores del desierto", esos fantasmas de antigua memoria prisioneros en los espejismos saharianos. Una leyenda conmovedora, una pat¨¦tica met¨¢fora sobre unas vidas todav¨ªa pertenecientes al sue?o de los expulsados del para¨ªso. La nostalgia del jard¨ªn de C¨®rdoba asediando a los hijos de los hijos de los ber¨¦beres que un d¨ªa fueran andalus¨ªes.
De modo que, tras la renuncia a barruntar todo eso, tuve que resarcirme con la visita imperiosa a Qayrawan, pasando por Susah. Hasta pod¨ªa dormir all¨ª, si lo justificaba a saber qu¨¦. Esta vez tambi¨¦n hice el viaje en un coche alquilado, pues mi experiencia ferroviaria no me suministr¨® m¨¢s que una plausible tendencia a no repetirla. La carretera del Sur apenas parece transitada y corre entre planicies yermas, como erosionadas por varias clases de vientos ominosos. Algunos olivares y pimentales, algunas manchas de eucaliptos y cipreses aminoran a trechos la impresi¨®n de recorrer una comarca inh¨®spita. Tras las colinas de Tebessa, ya en estas ¨²ltimas estribaciones del Atlas, aparece casi de improviso Qayrawan.
Fundada en 671 por Oqba Ibn Nafii -uno de los m¨ªticos compa?eros del Profeta-, Qayrawan es, sin duda, el m¨¢ximo centro de irradiaci¨®n doctrinaria del Magreb y la primera ciudad santa del islam occidental. Quien la visita siete veces queda eximido del dogma de la peregrinaci¨®n a La Meca. Basta asomarse al recinto amurallado para saber que ¨¦ste es otro T¨²nez, por supuesto que el m¨¢s indemne hasta ahora de los contaglos occidentales. Algo hay aqu¨ª, en efecto, de fronterizo. El mismo regusto ambiental, la misma profusi¨®n de atuendos ¨¢rabes -caftanes, hayeqes, jebbas-, el tono general de la vida son ya muy distintos a los anteriormente vistos. O bien son ya muy similares a los previamente imaginados. Intramuros de la ciudad, todo parece estabilizarse en sus propias suntuosidades hist¨®ricas. Hasta la arquitectura popular de la medina mantiene una pureza de formas y ornamentos que a buen seguro ha bastado para frenar en parte la insolencla municipal de los zocos. "El color y yo formamos una unidad", dijo Paul Klee de modo nada abstracto cuando anduvo por estas trochas.
Qayrawan cuenta con siete mezquitas principales y cuatro zauias o mausoleos de santos. S¨®lo pude entrar en dos y, antes que en ninguno, en la gran mezquita, fundada hace 13 siglos (trece) y devotamente restaurada en diferentes ¨¦pocas. Como en la doncella del Himno de los himnos, como en los grandes palacios ¨¢rabes medievales, "toda la belleza est¨¢ dentro". Por fuera, la gran mezquita no es sino un cuadril¨¢tero amurallado, del neutro color del ladrillo, con un poderoso alminar y algunas c¨²pulas severas. S¨®lo eso. Hay que penetrar en su interior para entender con qu¨¦ exquisita elegancia se han soslayado las alegaciones externas del boato. Es como una piedra preciosa envuelta en un material modesto. Igual podr¨ªa decirse de la Alhambra granadina o de la mezquita cordobesa.
Un amplio y sobrio patio porticado se extiende ante la sala de las plegarias, a la que tienen vetado el acceso los infieles, aunque s¨ª permiten que se observe el interior a trav¨¦s de sus siete puertas. La sala, con la joya refulgente del mihrab entre las columnas del fondo, es un prodigio decorativo. Todo est¨¢ labrado, taraceado, cincelado, esculpido con unci¨®n de miniaturista oriental. Contemplar ese esplendor Induce r¨¢pidamente a suponer que algo inviolable le ha sido asignado a este rinc¨®n del mundo.
La mezquita de Thletha Babane posee, tal vez, la m¨¢s rica fachada de Qairawan. La mand¨® construir a finales del siglo IX un santo var¨®n emigrado de C¨®rdoba, y no dir¨¦ que eso se nota porque no s¨¦ en qu¨¦ puede notarse. La observ¨¦ de muchas admirativas maneras antes de visitar la zauia de Sidi Bahab; una lujosa serie de patios, galer¨ªas y salones decorados con un frenes¨ª incalculable. El paroxismo barroco del refinamiento. Bajo el porche de uno de los patios, a la puerta de la sala de las reliquias, hab¨ªa un ¨¢rabe de obesidad lastimosa recostado sobre unos almohadones. Una muchacha envuelta en una fina jebba le cortaba con arrobo de sacerdotisa las u?as de los pies. El personaje era lo m¨¢s parecido que hab¨ªa al pach¨¢ de todas las alegor¨ªas del pach¨¢. No me mir¨® para sugerirme espasm¨®dicamente que estaba prohibido entrar en la sala de las reliquias.
Entre Qairawan y Susah, rumbo a la costa, hay unos 60 kil¨®metros de carretera mediocre. Pero ni el paisaje ni la ciudad lo son. Fundada antes quiz¨¢ que Cartago por los viajantes de comercio fenicios, Susah -la Hadramatum de los romanos- pas¨® a convertirse en un pr¨®spero enclave mar¨ªtimo cuando los ¨¢rabes de Oqba Ibn Nafii se la arrebataron a los ber¨¦beres de la reina Qahena. La ciudad es un damero donde alternan blancas apreturas y desahogos rojizos: por una parte, la medina y los m¨¢s que prudentes distritos residenciales, y por otra, las murallas de la gran mezquita, el manar o torre vig¨ªa de Khalaf al Fata y la fortaleza almor¨¢vide.
Como tampoco he venido aqu¨ª a levantar ning¨²n plano, vi todo eso muy de pasada, o muy por fuera. En donde s¨ª entr¨¦, con la discreta pretensi¨®n de recuperar el aliento, fue en un hotel de la playa. Beb¨ª la misma ginebra que suelo beber en Madrid, mientras le¨ªa sin ganas un peri¨®dico nacional, Le Renouveau, exactamente del 22 de septiembre. En seguida me fij¨¦ en un titular inaudito, muy destacado a tres columnas, que dec¨ªa as¨ª: "Epouse adult¨¨re". La impensable noticia aclaraba que la ad¨²ltera pod¨ªa ser condenada, seg¨²n el c¨®digo penal tunecino, a cinco a?os de prisi¨®n y a una multa de 500 dinares. Co?o con la multa.
A la noche, despu¨¦s de andar al pairo un buen rato, se me ocurri¨® recalar en un restaurante de los catalogados como t¨ªpicos. M¨¢s que nada porque se anunciaba la actuaci¨®n de una bailarina llamada Leila Rahmani. No me arrepent¨ª del todo. Durante la comida -una suculenta ojja y un endeble tinto de Thibar-, la bailarina serpenteaba entre las mesas. A veces, cuando permanec¨ªa inm¨®vil, su mano reincid¨ªa en un adem¨¢n sahariano: el de espantar las moscas. Por lo dem¨¢s, se hab¨ªa aprendido muy bien c¨®mo se trasvasa una danza sagrada a un baile de sal¨®n. Usaba una t¨¦cnica lujuriosa y remov¨ªa con mucha profesionalidad la r¨ªtmica sonaja de los pezones, mientras los hombres de negocios le introduc¨ªan por la pechera billetes de banco. El espect¨¢culo no era ni grosero ni aleccionador.
El anciano
Sin ninguna inseguridad ciudadana sal¨ª del restaurante y me sent¨¦ en la plaza que se abre entre el mar y la medina. Hab¨ªa por all¨ª gentes diversas, pero no ape?uscadas. A un lado, j¨®venes ¨¢rabes bebiendo t¨¦ o caf¨¦, y al otro, adultos europeos bebiendo caf¨¦ o t¨¦. Cruz¨® entonces por all¨ª enmedio en anciano con toda la apariencia de llevar las liendres insignes del peregrinaje prendidas del caftan harapiento, un sant¨®n tal vez llegado de las tierras des¨¦rticas donde se sigue hablando el sened, la lengua de los ber¨¦beres. No mir¨® a nadie ni nadie lo mir¨® a ¨¦l. Era la efigie inmemorial de un mundo que prevalece a duras penas entre tantas subrepticias formas de dispersi¨®n. No a trav¨¦s de la santurroner¨ªa, no en funci¨®n de sus restricciones dogm¨¢ticas, sino por todo lo contrario: por el rango magn¨ªfico de su sensibilidad cultural.
En un edificio de esta plaza de Susah hay un r¨®tulo en ¨¢rabe y, m¨¢s abajo, otro en franc¨¦s: "Programme national d'erradication des logements rudimentaires". Encima del arco labrado de la puerta flamea la bandera tunecina. La bandera tunecina tambi¨¦n incluye el s¨ªmbolo musulm¨¢n de la luna. Es una luna menguante.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.