Verg¨¹enza ol¨ªmpica
Con el asunto Ben Johnson se han desatado de nuevo la hipocres¨ªa y la estupidez, que tanto abundan en el mundo del deporte. Utilizando el nombre del olimpismo e invocando el esp¨ªritu de las Olimpiadas, se han cebado en un hombre -un enorme, magn¨ªfico atletacuyo crimen radica en no haber tenido la vista que tienen muchos otros: tomar sustancias anabolizantes en per¨ªodos de entrenamiento y eliminarlas a tiempo de no dar positivo en el farisaico control antidoping.Farisaico, en efecto, pues los dignatarios mundiales del deporte saben que la Inmensa mayor¨ªa de los deportistas de ¨¦lite -por no decir todos, lo que ser¨ªa aventurado- consume estos productos en los meses previos a la competici¨®n. ?Por qu¨¦ no, en consecuencia, establecen controles en esos meses en los que el atleta prepara sus ¨¦xitos o fracasos? Ejemplos lacerantes, como el de Pedro Delgado y Tenuysse en el Tour de Francia, son demasiado recientes para que adoptemos ante este fen¨®meno una postura de est¨¦ril y pacata beater¨ªa.
Y si de esp¨ªritu ol¨ªmpico se trata, si lo que se quiere es preservar el legado de los cl¨¢sicos, no estar¨ªa de m¨¢s que alguien reflexionase sobre lo que pensar¨ªa cualquier atleta de la antigua Grecia al ver que, al amparo del sagrado nombre de Olimpia, se llevan a cabo competiciones de deportes colectivos, o de disciplinas tales como la h¨ªpica, vela, f¨²tbol, tenis o gimnasia femenina, deportes contra los que no tengo nada, pero que son tan ol¨ªmpicos como el arrastre de piedra con bueyes o los bolos leoneses. Y qu¨¦ pensar cuando los nadadores o los jugadores de baloncesto han de competir a las nueve de la ma?ana para que las cadenas de televisi¨®n nortearnericanas -que son las que pagan y mandan- retransmitan el evento a una hora propicia al nivel de audiencia.
Mas no s¨®lo han demostrado lo que valen y saben las autoridades deportivas, sino los comentaristas en general, salvo honrosas excepciones, y muy en particular los enviados de Televisi¨®n Espa?ola.
Hay uno... ?Dios santo! No quiero decir su nombre, pero este se?or comentarista de atletismo tiene por coraz¨®n una hamburguesa y por cerebro una lata -vac¨ªa- de coca-cola. En los Mundiales de atletismo de Roma -1983-, ante la previsible victoria en 10.000 metros femeninos de Mary Decker, gritaba, desga?itado: "?Ser¨ªa magn¨ªfico, ser¨ªa magn¨ªfico!...". Es que delante de la Decker iba una rusa. En los Juegos de Los ?ngeles, cuando su adorada, su ni?a peque?a, su angelito-barby Decker tropez¨® con la descalza Zola, se apresur¨® a anunciar antes de que terminara la carrera que la surafricana iba a ser -de todas, todas- descalificada por su acci¨®n. En Se¨²l se ha lucido tambi¨¦n. Para ¨¦l, la consecuencia m¨¢s importante de la descalificaci¨®n de Ben Johnson es la de que Carl Lewis "volver¨¢ a repetir su haza?a (?) de Los ?ngeles". Volver¨¢ a tener cuatro medallas de oro.
Hay otro -?a¨²n otro!- que anunci¨® satisfecho la inhabilitaci¨®n a perpetuidad del farmidable jamaicano por la federaci¨®n canadiense (por supuesto, ning¨²n negro de Jamaica va a venir a poner en rid¨ªculo a tan magnos deportistas, a tales caballeros de Canad¨¢). Lo anunci¨®, digo, y de su labios manaba santidad, se relam¨ªa al afirmar que "en adelante el nombre de Ben Johnson va a estar unido al de la droga". Por supuesto, para este profeta "nunca m¨¢s veremos correr a Ben Johnson, cuyos d¨ªas para el deporte han terminado".
Es que Johnson ha ido demasiado lejos. No se puede impunemente ser el mejor, ganar con tal autoridad, ser negro, tartaja, de un pa¨ªs caribe?o y haberle estropeado a Lewis la vuelta al estadio con la bandera americana. Un buen escarmiento, una buena dosis de moralidad, y a otra cosa.
Los ruines, mediocres y serviles se vengan de quienes poseen la inteligencia y la belleza con la ¨²nica arma que tienen y que est¨¢ pensada para ser utilizada por ellos: la moralina, la triste, sempiterna, oscura y abyecta moralina.
Espero que la historia del deporte sepa elegir entre el recuerdo a Ben Johnson -el hombre m¨¢s r¨¢pido que existe, el hijo predilecto de Eolo, el dios de las noches en vela- y el de aquellos zafios que con tanta sa?a se han vengado de ¨¦l.
Una vez m¨¢s, con Jonathan Switf, como Kennedy Toole, pienso que "cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede identific¨¢rsele por este signo: todos los necios se conjuran contra ¨¦l".-
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