Los espa?oles y el sexo
UNA ENCUESTA del Centro de Investigaciones. Sociol¨®gicas acerca de la opini¨®n de los espa?oles ante las costumbres sexuales muestra un profundo arraigo tradicional, al que poco han conmovido las difusiones por todos los medios de comunicaci¨®n, insistentemente desde hace a?os, en torno a la libertad de usar del propio cuerpo y la comprensi¨®n y tolerancia que cada uno debe tener con respecto a los dem¨¢s. Una primera reflexi¨®n invita a rectificar los mitos de la influencia en la sociedad de todos los medios, incluyendo la televisi¨®n; finalmente, cada uno se comporta como lo determina su educaci¨®n o las ideas recibidas o un sentido determinado arcaico de lo que debe ser y el orden. Tambi¨¦n conviene reflexionar sobre el error en que estamos quienes demasiadas veces creemos que la sociedad se ha modificado radicalmente: ha cambiado una punta del iceberg a la que llamamos moderna sin motivo ninguno (tan contempor¨¢neas y vivas est¨¢n unas ideas como otras) y se ha creado una forma m¨¢s libre de expresarse y normalizar su actuaci¨®n en los grupos m¨¢s afectados por las viejas represiones.Sorprende ver la fuerza de mayor¨ªa con la que se aplica la palabra condenable a la homosexualidad en ambos sexos: un 50% frente al 16% al que le parece aceptable y el 28% que se muestra indiferente. Estas cifras traducen una realidad ya percibida de rechazo social en oferta de empleos, ascensos o precauciones de admisi¨®n social contra aquello s en quien esta forma de mantener la relaci¨®n sexual es evidente o declarada. Lo cual est¨¢ induciendo de nuevo a una homosexualidad clandestina, reprimida o disimulada, con el evidente da?o moral, material y psicol¨®gico causado a las v¨ªctimas.
Es igualmente notable la serie de opiniones que, en cuanto a heterosexualidad, conceden m¨¢s libertades al hombre que a la mujer y la abundante exigencia de que para que existan estas relaciones debe haber siempre un componente de amor o de cari?o. Parece que se tiende, sobre todo, a la reclamaci¨®n de estabilidad y al reforzamiento de los valores de religi¨®n, legalidad, presi¨®n social y bienestar oficial de la pareja. La promiscuidad se sigue considerando mal, pero, sobre todo, cuando la protagonista es la mujer.
Es posible que, a pesar de todo, estas cifras ofrezcan un mejor resultado -en cuanto a la libertad de costumbres- que las que pudieran haberse hecho con anterioridad. Aun as¨ª, distan mucho de las opiniones de soci¨®logos, sex¨®logos y otros cient¨ªficos para quienes el sexo es algo tan personal que alguno de ellos ha llegado a decir que existen 5.000 millones de sexos diferentes: uno por cada ciudadano del mundo, que tienen sus preferencias, sus gustos, sus, digamos, especialidades tan diferenciadas de los dem¨¢s como sus huellas dactilares. Quiz¨¢ esto explica que las salidas reales de cada uno a la sexualidad aparezcan casi siempre en forma de problema y de satisfacci¨®n incompleta. Pero podr¨ªa atribuirse a las cat¨¢strofes ocasionadas por los tab¨²es, las represiones, los condicionamientos sexistas y las condenas sociales y sus presiones, as¨ª como por situaciones hist¨®ricas muy concretas de organizaci¨®n de la sociedad y de cuestiones de natalidad que hoy no tienen lugar, pero que todav¨ªa no han penetrado suficientemente en una sociedad cargada de r¨¦moras y de prejuicios.
El d¨ªa en que la palabra condena desaparezca del vocabulario social para designar el comportamiento de otros que ni siquiera nos ata?e, y mucho menos perjudica a quienes tenemos otros comportamientos inscritos o elegidos, habr¨¢ comenzado la verdadera libertad de costumbres, que hoy aparece solamente como un apunte.
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