Autores, c¨®mplices, encubridores
No son muy conocidos, por la deformaci¨®n que han sufrido los hechos a lo largo de 40 a?os -aunque ya est¨¢n perfectamente contados en los libros-, algunos detalles de la cr¨®nica negra de la Falange, que tienen, por eso de que la historia se repite, una rabiosa actualidad en este pa¨ªs y en estos d¨ªas.Es sabido que los miembros de la Junta Pol¨ªtica de Falange Espa?ola de las JONS, y entre ellos su presidente, Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, fueron detenidos el d¨ªa 14 de marzo de 1936, como consecuencia de los des¨®rdenes atribuidos a la Falange, al igual que a otras fuerzas de derechas, a ra¨ªz de las elecciones de febrero, que dieron el triunfo al Frente Popular.
Primo de Rivera fue juzgado el 28 de mayo por tres delitos de los que se le acusaba: asociaci¨®n ?l¨ªcita, publicaci¨®n clandestina e injurias al director general de Seguridad, Alonso Mallol, de quien hab¨ªa escrito que hab¨ªa roto los precintos de la puerta de la sede de Falange "con los cuernos".
Fue condenado, por cada uno de los dos ¨²ltimos delitos, a dos meses y un d¨ªa de arresto. En cuanto al de asociaci¨®n il¨ªcita, fue absuelto, pues "no aparece suficientemente probado que la Falange Espa?ola de las JONS, partido inscrito legalmente en el Registro de Asociaciones Pol¨ªticas, pretenda encubrir actividades clandestinas de subversi¨®n del orden constitucional". En consecuencia, declara no haber lugar a la disoluci¨®n de la asociaci¨®n Falange Espa?ola, como se pide por el ministerio p¨²blico.
Pero las acciones llevadas a cabo por Falange, algunas probadas en otros procedimientos, no admit¨ªan duda: asesinato de la socialista Juanita Rico, del simpatizante comunista Francisco D¨ªaz Mui?a, del magistrado Manuel Pedregal, del inspector de polic¨ªa Manuel Gisbert, del capit¨¢n Faraudo y del teniente Castillo; asesinato frustrado de Luis Jim¨¦nez de As¨²a, de Francisco Largo Caballero, de Eduardo Ortega y Gasset; des¨®rdenes p¨²blicos, incendios, da?os, asaltos a casas del pueblo, a la Asociaci¨®n de Amigos de Rusia, apolog¨ªas de la violencia y del terrorismo...
Los tribunales condenaron, en algunos casos, a los ejecutores: as¨ª, a Alberto Ortega, a 25 a?os de reclusi¨®n por asesinato, y cinco m¨¢s por tenencia il¨ªcita de armas; a Jes¨²s Azcona, Luis Revuelta y Ram¨®n de la Pe?a, a seis a?os de c¨¢rcel y 50.000 pesetas por encubridores de asesinato.
Precisamente como respuesta a estas condenas, la Falange orden¨® eliminar al magistrado del Tribunal Supremo y ponente de la sentencia, Manuel Pedregal, lo que llev¨® a cabo el d¨ªa 13 de abril.
Pero la justicia republicana iba a hacer que las cosas tomasen otro rumbo. Mientras Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera est¨¢ cumpliendo, en la prisi¨®n de Alicante, las condenas que le han sido impuestas, la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, presidida por Dem¨®filo de Buen, designa juez especial para la represi¨®n de los delitos de terrorismo, con jurisdicci¨®n en todo el territorio nacional, a Federico Enjuto Ferr¨¢n, quien abre un nuevo sumario, en cuyos folios 5 a 8 se incluye una Relaci¨®n de atentados cometidos por elementos afectos a Falange Espa?ola desde el 16 de febrero, remitida al juez Enjuto, a requerimiento de ¨¦ste, por la Divisi¨®n de Investigaci¨®n Social, relaci¨®n ordenada por fechas y en la que no hay pr¨¢cticamente ning¨²n d¨ªa sin su correspondiente ekintza o acci¨®n violenta. Se da cuenta tambi¨¦n de los registros llevados a cabo en locales de Falange por las fuerzas de orden p¨²blico, en los que se encontraron armas, municiones, bombas y l¨ªquidos inflamables.
El fiscal acusa a Falange y a su jefe nacional, Primo de Rivera, de que, adem¨¢s de las actividades l¨ªcitas que constan en los estatutos aprobados en su d¨ªa, realizaba otras de car¨¢cter ?legal, encubr¨ªa acciones violentas o las organizaba, utilizando para ello en ocasiones a militantes y en otras a personas contratadas mediante un precio.
En el sumario consta la declaraci¨®n prestada por Primo de Rivera, quien, preguntado si reprueba los asesinatos cometidos por Falange, responde, entre otras cosas, que "no considera airoso desautorizarlos".
A aquel juez, formado en las sutilezas t¨¦cnico-jur¨ªdicas aprendidas en la c¨¢tedra de Dorado Montero, no le cab¨ªa en la cabeza que pudiera haber una Falange sumergida, dedicada a cometer actos vand¨¢licos, acciones violentas, incluso asesinatos, y otra Falange respetable, legalizada, que hab¨ªa llegado a ocupar algunas poltronas en las anteriores Cortes de la Rep¨²blica, cuando era notorio que una y otra, la Falange de la sangre y la otra Falange, de terratenientes, abogados y periodistas, de ciudadanos asustados por el giro que tomaban las cosas, obedec¨ªan a una misma estrategia, a unos mismos postulados, y ten¨ªan por jefe a Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, que pronunciaba discursos impecables en un lenguaje orteguiano y kelseniano, y hablaba a sus seguidores de un para¨ªso dif¨ªcil, de un estilo directo, ardiente y combativo, de la poes¨ªa que mueve a los pueblos y, en fin, de la dial¨¦ctica de los pu?os y de las pistolas.
El fiscal cre¨ªa que hab¨ªa que buscar la responsabilidad de las ekintzas, aparte la que correspond¨ªa a los ejecutores y laguntzailes, en los niveles m¨¢s altos de la organizaci¨®n, donde se tomaban las decisiones, es decir, en las personas que, atrincheradas en sus bufetes, en sus negocios o tras un acta de diputado, escond¨ªan el bulto y circulaban por la calle, estaban instalados en las instituciones o entraban en el casino, queriendo granjearse el respeto de la sociedad.
Los escritores falangistas apenas hablan de ello. Silencian los hechos en que algunos participaron. Y cuando hablan, se pronuncian contra un poder judicial que quiso aplicarles la ley, a ellos, que estaban, como hubieran dicho Marx o Hegel, "fabricando la historia".
Es normal que los autores, c¨®mplices y encubridores de aquellos actos rebajaran la fuerza de la sentencia, desvalorizaran la labor de los jueces y tribunales. Tambi¨¦n ellos hablaban de la violencia institucional, que es la que se ejerc¨ªa desde la democracia, a la que ellos opon¨ªan una resistencia heroica. Primo de Rivera, abogado de oficio, de excelente oficio, habl¨® de "el santo horror que todo catilinario siente por los preceptos legales". Y tambi¨¦n, citando a Kelsen, que "en la democracia ideal no hay terreno propicio para los que tengan temperamento de jefes".
Francisco Bravo, cronista de aquellos hechos, trivializ¨® el papel de la justicia al escribir: "El derecho juega un papel secundario cuando las grandes ocasiones palingen¨¦sicas conmueven la vida de los pueblos". Y quiso "inmortalizar la figura heroica de Jos¨¦ Antonio, capaz, en su elegancia serena y estoica, de ser abogado de s¨ª y de los suyos frente a una N¨¦mesis chabacana y sangrienta".
Todo esto es, evidentemente, literatura. Bien es verdad que a la hora definitiva de ajustar su conciencia ante Dios y la historia, en su testamento, escribi¨® esta frase ejemplificadora: "Que esta sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla".
Cuando, despu¨¦s de cada asesinato, se escuchan voces, diversas por origen, que llaman al rearme moral de los ciudadanos, a mantener el esp¨ªritu unido frente a los que aprietan los gatillos y a los que, sin ensuciarse las manos, los apoyan y justifican, es ¨²til repasar la historia, que es, ya lo dijo Cicer¨®n, testigo de los tiempos y maestra de la vida.
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