Andr¨¦s Mar¨ªa Mateo
La energ¨ªa de un octogenario
Hace 20 a?os que Andr¨¦s Mar¨ªa Mateo no sabe lo que es un catarro y eso se debe, seg¨²n dice, a que cree sobre todo en la salud del alma. Ha cumplido 85 a?os, que no se le notan pese a temblorcillos de la memoria. Bien es verdad que a esa edad la memoria est¨¢ sobrecargada, y m¨¢s la de Mateo: ha sido un viajero. Durante 30 a?os estuvo de un lado a otro por Am¨¦rica difundiendo lo que en Espa?a le ha convertido en un pionero: la f¨ªsica mental, una suerte de m¨¦todo de realizaci¨®n personal.
Mateo era bibliotecario de aquella Aula de Cultura (el antiguo Ateneo) que Men¨¦ndez y Pelayo llam¨® "blasfematorio p¨²blico" cuando dese¨® viajar. Se march¨® a Am¨¦rica con un vago contrato para enviar entrevistas y en una pirueta del viaje se encontr¨® con Amalia Ferriz, actriz de doblaje, que iba a ser muy importante en su vida. Primero porque se casar¨ªa con ella. Y segundo porque fue la primera en hablarle de la f¨ªsica mental.El diploma expedido en Estados Unidos que le acredita como preceptor de esta disciplina cuelga junto con el de su mujer en el peque?o, anticuado y pulcro despacho en el que Mateo atiende las consultas de sus disc¨ªpulos: a juzgar por una sesi¨®n introductoria, en su mayor parte mujeres de edad media que le escuchan sin el menor escepticismo.
Es un hombre con el verbo florido de los predicadores y de la Biblia: habla de la tiniebla, o de la luz, y se ayuda con citas de versos, como "...ir al sol por la escala luminosa del rayo", de Rub¨¦n Dar¨ªo. Al aplomo de sus canas, Mateo a?ade una forma de contar casi ¨¦pica y el brillo de una pulida medalla de bronce en la que el doctor Flanagan pretendi¨® concentrar la energ¨ªa de la pir¨¢mide. Sensor de energ¨ªa, le llama.
La vida viajera de Mateo hubiera sido otra si un catedr¨¢tico, en el primer cuarto de siglo, hubiera aceptado como v¨¢lida una carta sin firma en la que Col¨®n -Mateo dec¨ªa que era Col¨®n y ese era el n¨²cleo de su tesis- se dirig¨ªa a Isabel llam¨¢ndola Cristian¨ªsima reina. La carta conten¨ªa varios italianismos y, sobre todo, una parte cortada. Se encontraba en el archivo de Simancas, del que Mateo fue en su d¨ªa titular.Pero parece ser que el presidente del tribunal quer¨ªa colocar a su sobrino en la c¨¢tedra de historia de Am¨¦rica a la que Mateo previsiblemente aspirar¨ªa tras el doctorado, y la historiograf¨ªa se qued¨® sin la novedad de la carta. Fue entonces cuando decidi¨® viajar.
"Hace cuarenta y tantos a?os que no recibo un sueldo", dice, y queda la inc¨®gnita de si lo dice con orgullo o con temor. Vive, ya viudo, en las afueras de Madrid. Por las tardes se acerca a su despacho, y a ¨²ltima hora imparte sus clases sobre una disciplina vagamente emparentada con el yoga y otras t¨¦cnicas. Habla mucho y desea continuar la charla. "Toda mi vida cre¨ª que eso de los hijos sobraba. Ya, ya... Si yo tuviera ahora hijos...".
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