El primer ciudadano de Europa
La solemne ceremonia televisiva del traslado de los restos de Jean Monnet al Pante¨®n tuvo algo de sobrecogedor en la fr¨ªa noche del Par¨ªs oto?al, cuya niebla llegaba a envolver en sus cendales la c¨²pula del neocl¨¢sico templo del arquitecto Soufflot. FranQois Mitterrand, con ese regusto dram¨¢tico que caracteriza su vida p¨²blica, recit¨® la oraci¨®n f¨²nebre con sabio reparto de bellas im¨¢genes y sutil manejo de la lengua francesa, tan rica en matices. "Primer ciudadano de Europa y tambi¨¦n ciudadano del mundo" fue el calificativo con el que termin¨® la necrol¨®gica sesi¨®n ante el ata¨²d con los restos mortales, envueltos en la tricolor, custodiados por r¨ªtmicos cadetes y seguido de un bosque de banderas de los 12 pa¨ªses miembros de la Comunidad llevados por 240 j¨®venes de esas nacionalidades.Hay quien se preguntaba entre los viejos europe¨ªstas presentes qu¨¦ pensar¨ªa Monnet desde el trasmundo si contemplara la ceremonia. "No me gustan los laureles", sol¨ªa repetir, "sino ver las obras terminadas". Es interesante analizar la estructura vital de esta descollante personalidad contada por quienes lo trataron. Su padre, buen cosechero de co?¨¢, lo quiso empujar hacia los estudios universitarios. Pero ¨¦l, desde la adolescencia, deseaba conocer el mundo por s¨ª mismo y no a trav¨¦s de profesores y de libros. Fue idea suya que lo mandaran a Londres y a Nueva York, con lo que se identific¨® en forma directa con la cultura anglosajona y -cosa m¨¢s importante- con la idiosincrasia norteamericana y con la brit¨¢nica, lo que tanto hab¨ªa de servirle en los a?os decisivos.Era en realidad un autodidacto que pose¨ªa una especial intuici¨®n para establecer contacto directo con las gentes esenciales, por elevada que fuera la condici¨®n o categor¨ªa de aqu¨¦llas. As¨ª ocurri¨® ya en la I Guerra Mundial, cuando los suministros esenciales faltaron a los ej¨¦rcitos franceses en su heroica resistencia frente a la avalancha militar germ¨¢nica.
Ren¨¦ Viviani, presidente del Gobierno, qued¨® literalmente estupefacto al o¨ªr a ese joven desconocido explicar la necesidad de establecer con toda urgencia un sistema coordinado franco-ingl¨¦s de acarreo log¨ªstico si se quer¨ªa ganar la guerra.
Fue su primera batalla. Pero ¨¦l sigui¨® buscando soluciones y nuevas ideas para el roto mosaico de los nacionalismos europeos. Ten¨ªa la convicci¨®n absoluta de que la guerra intereuropea iba, en el curso de pocos a?os, a hundir el Viejo Continente en la destrucci¨®n y en la miseria absolutas. Jean Monnet, con una extendida reputaci¨®n de conocedor perfecto de los verdaderos problemas internacionales a trav¨¦s de una incre¨ªble red de informadores eminentes de muchos pa¨ªses con los que se relacionaba, propuso en 1939 al Gobierno franc¨¦s obtener -a pesar de la neutralidad de Washington- un compromiso de suministro de aviones norteamericanos inmediato. El acuerdo lleg¨® tarde, porque el armisticio franco-alem¨¢n era ya un hecho militar, pero de ¨¦l se aprovech¨® la fuerza a¨¦rea brit¨¢nica para defender con esos aviones al Reino Unido despu¨¦s del hundimiento de Francia.
La iniciativa -que no pudo uajar por ese mismo motivo de establecer una fusi¨®n del Reino Unido y de la Rep¨²blica Francesa en una sola soberan¨ªa fue tambi¨¦n proyecto suyo, aprobado por Churchill y -a rega?adientes- por De Gaulle, a la saz¨®n todav¨ªa ministro de la Guerra.
El prop¨®sito de convertir el poder¨ªo industrial de Estados Unidos en un apoyo log¨ªstico y armamentista permanente hacia los adversarios del III Reich fue un criterio que convenci¨® al presidente Franklin Roosevelt, quien declar¨® p¨²blicamente que Estados Unidos iba a ser "el arsenal de las democracias". No bien terminado el segundo gran conflicto europeo, Monnet era reclamado por unos y otros partidos pol¨ªticos, pero ¨¦l propuso como unico camino en que confiaba hacia el futuro poner en com¨²n el hierro, el acero y el carb¨®n de los antiguos beligerantes, con lo que se evitaba el renacer de los nacionalismos hostiles a lo largo del Rin. La idea fue compartida por hombres eminentes, como Schumann, Adenauer, De Gasperi y otros, hasta que pudo convertirla en realidad institucional.
All¨ª naci¨® la semilla de la Comunidad Europea y el dise?o del futuro Tratado de Roma. Monnet fue tambi¨¦n el autor del plan de modernizaci¨®n y equipamiento de la Francia actual que ha llevado a la V Rep¨²blica al cuarto puesto entre las potencias industriales del mundo desarrollado.
Su obra fue de consecuencias inmensas y llevada a cabo sin espectacularidad. Era Monnet lo contrario del exhibicionismo. No acept¨® ninguna clase de cargos p¨²blicos y mantuvo su independencia de juicio frente a los gobernantes m¨¢s afines. El general De Gaulle y ¨¦l se respetaban mutuamente, pero en el fondo resultaban temperamentalmente incompatibles: "Demasiado ret¨®rico", pensaba el uno. "Excesivo amigo de los anglosajones", dec¨ªa el otro.
Al organizar el general la resistencia militar y pol¨ªtica francesa frente al entreguismo de Vichy, Jean Monnet acudi¨® a Londres para ofrecer su colaboraci¨®n. Pero pronto se convenci¨® de que era dificil trabajar con ¨¦l. Un d¨ªa se despidi¨®, marchando a Estados Unidos, donde prest¨® junto a Roosevelt notables servicios a la causa aliada. No cab¨ªan los dos grandes personajes juntos en la capital brit¨¢nica. A pesar de esa frialdad, llegado el momento del desembarco norteamericano en Africa del Norte, Monnet logr¨® el pleno reconocimiento del getieral De Gaulle por el presidente norteamericano, y tambi¨¦n hizo las paces entre De Gaulle y Giraud, unificando as¨ª el mando franc¨¦s de la Liberaci¨®n.
Amaba Monnet el campo, la agricultura, la tierra de la Charente, fecunda, que le vio nacer, y en la que se alineaban los vifiedos milagrosos que fermentaban luego en licores soberbios. "Lo primero que hago ante una negociaci¨®n dificil es pasearme una hora y contemplar la naturaleza, que tantas ense?anzas ofrece al que la sabe mirar", sol¨ªa decir a sus perplejos colaboradores.
Jean Monnet, el primer ciudadano de Europa, es un ejemplo de que el hecho de unir a los hombres para que dialoguen entre s¨ª sobre temas de com¨²n inter¨¦s es el ¨²nico y verdadero camino para que las instituciones y los tratados se conviertan en piezas vivas en vez de ser un conjunto de secos documentos de papel.
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