En la estaci¨®n del guante
Me lo hab¨ªan avisado antes de mi partida: aunque uno pierda dinero, hay que cambiar moneda extranjera en el aeropuerto de Praga, para que la visa otorgada en el pa¨ªs de origen tenga validez. O, mejor dicho, para poder salir de Checoslovaquia. Lo malo es que no hay que cambiar tanto como cambi¨¦ yo, siempre tan respetuoso y aterrado por las leyes. Basta con cambiar 15 d¨®lares por cada d¨ªa de permanencia en el pa¨ªs. El resto, por el triple de su valor o m¨¢s, siempre, debe ser religiosamente entregado a un mercado negro que realmente ennegrece calles, plazas, museos, hoteles, restaurantes, iglesias y sus sacrist¨ªas, taxis y estaciones de metro. A uno lo detecta lo negro de Praga, y basta con que acceda a entregar unos cuantos billetes verdes y norteamericanos para que haya entrado de lleno en una de las costumbres m¨¢s enraizadas de un pa¨ªs socialista. Cuidado, eso s¨ª, con hacerlo demasiado r¨¢pida o furtivamente. Hay que andar con los ojos muy abiertos en este mundo de vivos. El menor descuido y ya le entregaron a usted moneda falsa.Sal¨ª del aeropuerto de Praga loco de contento con mi cargamento de coronas blancas y oficiales, y al taxista que me abord¨® tan amablemente no le quer¨ªa vender nada verdinegro por nada de este mundo. Mi actitud se debat¨ªa entre lo sublime y lo perestro¨ªko mientras le contaba del cambio angelical que hab¨ªa operado en una ventanilla estatal del aeropuerto. Al tipo le entr¨® tal risa, primero, y tal pena, despu¨¦s, que la verdad es que empec¨¦ a interesarme por su negro destino. Al principio el hombre se mataba de risa al ver que yo hab¨ªa entregado tantos d¨®lares y me hab¨ªan entregado tan pocas coronas. Pero eso ten¨ªa soluci¨®n, ya que ¨¦l pod¨ªa transformarse en ventanilla de aeropuerto en un abrir y cerrar de ojos y resarcirme de mis cuantiosas p¨¦rdidas. Le dije que s¨ª, que indudablemente pod¨ªa ayudarme, pero que por el momento yo prefer¨ªa llegar a Praga oficialmente. Sigui¨® luego un silencio de varios kil¨®metros, antes de que se produjera el nuevo cambio de palabras, porque el tipo realmente empezaba a ponerse rojo de ira con lo del mercado negro. Prefer¨ª mantenerme en mis trece oficiales, y al final el pobre hombre se me empez¨® a morir de pena porque est¨¢bamos llegando al hotel Alcron y jam¨¢s en su vida, probablemente, se hab¨ªa topado con un viajero tan burro.
Cambio negro de moneda
Y ante la puerta del hotel se confes¨®: el verdadero negocio de un taxista del aeropuerto consist¨ªa en el cambio negro de moneda, o sea, que hab¨ªa hecho un p¨¦simo negocio conmigo y, por favor, se?or. Le dije que nos volver¨ªamos a encontrar, que ya la suerte nos volver¨ªa a juntar, y la verdad es que a veces lo buscaba al salir del hotel. Nunca m¨¢s volv¨ª a ver a uno de esos hombres que, seg¨²n me informaron poco despu¨¦s, pagan una fortuna para obtener una plaza de taxista del aeropuerto. Y as¨ª, much¨ªsimos cargos se venden por una fortuna en Checoslovaquia, y para esta gente la perestroika no tiene el m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s, ya que podr¨ªa atentar contra la buena salud de la corrupci¨®n.
En la recepci¨®n del viejo y lujoso hotel Alcron me enter¨¦ de que, en efecto, no hab¨ªa llegado anoche, tal como Kafka avis¨® antes que yo, y me enter¨¦ tambi¨¦n de que parec¨ªa haber llegado anoche (o era Franz el que se me hab¨ªa anticipado), porque mi habitaci¨®n estaba ocupada y no quedar¨ªa libre hasta las doce meridiano. Pod¨ªa pasar al bar y esperar. Pas¨¦ a un sal¨®n ovalado, m¨¢s con aspecto de sal¨®n de t¨¦ para se?oras muy antiguas, y con alguna que otra reminiscencia austro-h¨²ngara, que, de pronto, se encarn¨® en imperio y siglo XIX en la persona del general que me pregunt¨® qu¨¦ deseaba tomar el caballero y en qu¨¦ idioma. Escog¨ª el ingl¨¦s, entre los muchos con que el general adoptaba la posici¨®n de atenci¨®n m¨¢s elegante y marcial del mundo. La verdad, el hombre parec¨ªa un arma convencional en un mundo de mercado negro y tantas corrupciones m¨¢s. Y ni Curd Jurgens habr¨ªa logrado una marcialidad mayor ante el zar de Rusia, cuando era su correo y Miguel Strogoff. Inimitablemente, pues, el general Alcron, como lo llam¨¦ yo para su total felicidad, lament¨® much¨ªsimo no tener la Pilsner Urquel que le ped¨ª. Le ped¨ª muchas marcas m¨¢s de cerveza, hasta que con un golpe tal de talones, que ya parec¨ªa de Estado, logr¨¦ entenderle que deb¨ªa tomar una copa de vino, porque la famosa cerveza de Praga no se vend¨ªa en ese famoso bar.Me hab¨ªan dicho que mi habitaci¨®n estar¨ªa libre a las doce en punto, pero como me tem¨ªa que aquello no correspondiera a la verdad, reaparec¨ª en la recepci¨®n exactamente un minuto antes de las doce para que el hotel Alcron tuviera raz¨®n. La ten¨ªa, y volv¨ª donde mi general, que en esos momentos cruzaba el bar con sus galones y su marcial uniforme. Consciente de su rango, el hombre realmente ya casi desfilaba de mesa en mesa, aunque las mesas estuvieran vac¨ªas. Y nuevamente me atendi¨® como a Sissi emperatriz, y al cabo de un rato charl¨¢bamos sobre las excelencias de esto y aquello, que en este caso era la excelente calidad del vino blanco de su pa¨ªs. El hombre me acompa?¨®, completamente soldado, pero tambi¨¦n amigo, hasta la una en punto, hora en que hice otro t¨ªmido intento de averiguar si mi cuarto estaba por fin libre.
Bueno, estaba tan s¨®lo reci¨¦n libre, por lo que regres¨¦ al bar a firmar mi vale, aunque en el fondo lo que realmente quer¨ªa era despedirme del general, ya que no hay nada que me guste tanto en la vida como hacer nuevos amigos en un nuevo lugar. ?l permaneci¨® marcial mientras yo le dec¨ªa que, como al final de Casa blanca, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, lo nuestro era el comienzo de una larga amistad. Pero nunca m¨¢s volvi¨® a dirigirme la palabra, a pesar de que ese d¨ªa se despidi¨® de m¨ª pr¨¢cticamente izando una bandera entre clarines. No s¨¦, tal vez fue cosa del mariscal jubilad¨ªsimo que llev¨® mi equipaje y su cambio negro hasta mi dormitorio. No quise cambiarle, porque la verdad es que a¨²n no lo necesitaba, y varias veces fue imposible que me trajeran el desayuno o que me despertaran a tiempo para llegar a una cita. Si donde manda capit¨¢n no manda marinero, c¨®mo ser¨¢ donde manda mariscal. En fin, tal vez me estoy poniendo demasiado aleg¨®rico, pero la verdad es que el Estado checo, creo yo, por lo que me informaron despu¨¦s sobre corrupciones y corruptelas, bien vale una alegor¨ªa.
Un ¨²ltimo detalle: el aleg¨®rico Franz Kafka me hab¨ªa dejado en el minibar de la habitaci¨®n toda la cerveza que no hab¨ªa en el bar del general Alcron.
Hab¨ªa llegado la hora de establecer mis primeros contactos, y en este instante ha llegado tambi¨¦n el momento de agradecerle a toda esa gente la incre¨ªble amabilidad con que me llen¨® de datos y atenciones en una ciudad en la que los checos, con todo el derecho del mundo, realmente se han ido negando a hablar las diversas lenguas que varios siglos y varias ocupaciones han querido imponerles. El pueblo checo logr¨® conservar tres siglos su lengua durante el per¨ªodo de la germanizaci¨®n del pa¨ªs, de la misma manera en que hoy, a pesar de que a un escolar se le impone el ruso desde el quinto grado, el hombre que uno cruza en la calle simple y llanamente lo ignora e insiste en no hablar m¨¢s que su lengua. Son, pues, muy importantes los contactos biling¨¹es o trilingues que uno pueda establecer, ya que de lo contrario ser¨¢ entendido tan s¨®lo en la recepci¨®n de los hoteles de lujo- y no siempre-, o tendr¨¢ que limitarse a las instrucciones de un gu¨ªa o de una gu¨ªa de Praga, permaneciendo totalmente al margen de lo que est¨¢ ocurriendo en una sociedad tremendamente problem¨¢tica y dram¨¢tica: la misma gente que se niega a hablar el ruso, y que es profundamente antisovi¨¦tica, celebra las efem¨¦rides nacionales (que muchas veces no son tales) colocando a ambos lados de su puerta o ventana la bandera checoslovaca y la de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Inundada de banderas
Praga era una ciudad inundada de ambas banderas el d¨ªa de mi llegada, y lo segu¨ªa siendo cuando part¨ª. Dos d¨ªas antes se hab¨ªa celebrado el 70? aniversario de la fundaci¨®n de la Rep¨²blica Federal de Checoslovaquia, con la anuencia del debilitado y contemporizador presidente Husak. Pero antes que la deseada efem¨¦ride controlada y oficial, el pueblo de Praga, Bratislava y Brno quiso recordar el nacimiento de la rep¨²blica burguesa de Masaryk, 70 a?os atr¨¢s, y de ah¨ª a terminar asociando este j¨²bilo con el recuerdo de Dubcek, tan s¨®lo 20 a?os atr¨¢s, no faltaba m¨¢s que un paso, y la gente lo dio, produci¨¦ndose disturbios, intervenciones de la polic¨ªa, y detenciones de intelectuales disidentes, como el dramaturgo Vaclav Havel. Sin duda alguna, el recuerdo de la visita de Gorbachov, que motiv¨® la m¨¢s espont¨¢nea y entusiasta manifestaci¨®n popular desde los tiempos de la Primavera de Praga, est¨¢ a¨²n demasiado fresco en la memoria de aquellos que desean respirar nuevamente vientos de libertad y un aire menos corrupto y polucionado.
Va cayendo la noche y, tras un fr¨ªo y prolongado viaje en tranv¨ªa, termino calent¨¢ndome cuerpo y alma con un sabroso y t¨ªpico guacho paname?o, en un ambiente profundamente latinoamericano y entre comunistas m¨¢s, menos o nada ortodoxos. Hablamos de demasiadas cosas, con ese desorden de fiesta que produce el deseo de conversar entre nosotros. La gente se interrumpe para contarme cosas, y yo no s¨¦ qu¨¦ pasa, pero cubanos y vietnamitas parecen llevarse la peor parte de la cr¨ªtica entre los extranjeros que viven en un pa¨ªs que no escapa a la xenofobia. Escucho axiomas como ¨¦ste: "Carne blanca, perdici¨®n de negros". Se refiere a los 7.000 obreros y a los 1.500 estudiantes cubanos que se preparan en distintos puntos del pa¨ªs. La soledad, el fr¨ªo, el aislamiento alteran a estos hombres, que constantemente producen grescas y abusos, y cuyo comportamiento empieza a ser objeto de evaluaciones y hasta de especial vigilancia.
Otro tanto sucede con los vietnamitas, violentos tambi¨¦n, y que viven en cuartuchos en los que cuelgan bicicletas hasta el techo. Me afirman que luego, al regresar a su pa¨ªs, llegan a cambiarlas hasta por una modesta vivienda. Siguen las cr¨ªticas de los extranjeros a los extranjeros, y as¨ª resulta que entre los exiliados (aunque justos pagan por pecadores, en este caso), los que llegaron del Cono Sur han arruinado la reputaci¨®n de otros industriosos latinoamericanos, no exiliados, adem¨¢s. Para este caso, la frase que vale es la siguiente: "Piden todo, de lo poco que tenemos". Para el checoslovaco xen¨®fobo, el peor insulto que pueda dec¨ªrsele a alguien, o el mejor, por venir de quien viene, es "gitano". Trato de explicarme la xenofobia de un pa¨ªs que, situado en el centro mismo de Europa, ha sido lugar de tantos pasos de las tropas de la historia. Y de tantas permanencias. Pero ?qu¨¦ tienen que ver cubanos, vietnamitas, argentinos, chilenos, uruguayos o gitanos con la historia a menudo tr¨¢gica de una federaci¨®n de naciones nacida hace tan s¨®lo unas siete d¨¦cadas?
Cae nieve abundante cuando regreso al hotel acompa?ado por una periodista checa, de cuyo nombre y, agencia prefiero no acordarme. Hemos conversado largo en la cervecer¨ªa U Flekus, que realmente vale la pena visitar. La amable muchacha ha tratado de responder a mis preguntas tanto como ha tratado de no responderlas. Y cuando me dice que ha nevado por primera vez en el a?o, y que he llegado con la estaci¨®n del guante, me sonr¨ªo y le agradezco por traerme hasta el hotel, y para qu¨¦ preguntarle cosas como si he llegado a¨²n en la estaci¨®n del guante de hierro tambi¨¦n.Si donde manda capit¨¢n no manda marinero, como ser¨¢ donde manda mariscal. En fin, tal vez me estoy poniendo demasiado aleg¨®rico, pero la verdad es que el Estado checo... bien vale una alegor¨ªa.
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