Nosotros, los insanos
Para salvaguardar la desigualdad de los ciudadanos ante la justicia, la Corte Electoral ha revisado tortugamente las firmas. Un a?o, entero llev¨® la trabajosa b¨²squeda y localizaci¨®n de los pelos en la leche y los cinco pies del gato. La Corte consigui¨® anular o suspender 100.000 firmas, pero, finalmente, ni modo: habr¨¢ refer¨¦ndum en Uruguay. El pueblo podr¨¢ pronunciarse sobre la ley de caducidad del ejercicio de la pretensi¨®n punitiva del Estado, la ley que agravia al lenguaje y humilla a la democracia.El ministro de Defensa, teniente general Medina, declar¨® "insanos" a quienes hemos firmado contra esta ley que otorga impunidad al terrorismo de Estado. Razones no le faltan. Las firmas que la Corte descart¨® revelan las siguientes insanias:
-La insania de no firmar exactamente igual. El caso del general L¨ªber Seregni, un l¨ªder de la oposici¨®n, es el m¨¢s notorio. La ese no coincide. Muchos a?os despu¨¦s de su inscripci¨®n en el registro c¨ªvico, su firma ha cambiado, y ¨¦l tambi¨¦n ha cambiado.
Eso prueba que est¨¢ vivo: imperdonable locura. Otro caso, no famoso pero muy revelador, es el de un portero de la Corte Electoral. ?l estaba justo ah¨ª, en la oficina donde trabaja, en el momento de la verificaci¨®n.
-Marino -dijo el funcionario-, ?usted firm¨®?
-S¨ª -dijo Marino.
-La firma no coincide -dijo el funcionario.
-Pero es mi firma -dijo Marino.
-Lo siento -dijo el funcionario-, pero no coincide.
En vano, Marino insist¨ªa: "?Pero yo soy yo!". Y el funcionario lo miraba como diciendo: "Te cre¨ªas muy listo, muchacho, pero no nos has enga?ado".
- La insania de firmar exactamente igual. Previendo la desagradable situaci¨®n de Seregni y el portero de la Corte y muchos miles m¨¢s, yo falsifiqu¨¦ mi propia firma de hace 30 a?os. Pero tuve el cuidado de que no me saliera demasiado bien. Porque si la firma no coincide demasiado, tampoco sirve: indica mala intenci¨®n.
- La insania del error ajeno. M¨¢s de 8.000 firmas fueron anuladas, entre ellas la del senador Carlos Julio Pereyra, otro l¨ªder de la oposici¨®n, por errores cometidos por los funcionarios de la Corte al transcribir los datos a las tarjetas de verificaci¨®n. Hubo numerosas protestas en este sentido, lo que nada tiene de sorprendente. No reconocer el error ajeno es un claro s¨ªntoma de anormalidad.
- La insania de la lentitud ajena. A 3.000 j¨®venes les anularon la firma porque sus expedientes de inscripci¨®n de ciudadan¨ªa no hab¨ªan ter.minado de recorrer el laberinto burocr¨¢tico de la Corte -Electoral.
- La insania de haber aprendido a escribir. Fueron anuladas las firmas de quienes se hab¨ªan registrado originalmente poniendo la huella digital y tiempo despu¨¦s cometieron la locura de alfabetizarse.
- La insania de no haber aprendido a escribir. Tambi¨¦n fueron anuladas muchas firmas de analfabetos, que han seguido siendo analfabetos, por sospecha de falsificaci¨®n de dedo.
Otras insanias castigadas como es debido:
- Ofrecer datos no solicitados.
- Escribir el n¨²mero de la credencial con un color de tinta diferente de la firma.
- Repasar alguna letra o n¨²mero.
- Escribir un n¨²mero m¨¢s alto que los otros.
- Colocar los datos del documento en el rengl¨®n siguiente.
- Ensuciar la hoja con alg¨²n borr¨®n o marquita.
- Poner el n¨²mero de la credencial anterior.
Todos estos desvar¨ªos conducen a una alienaci¨®n mayor:
- La insania de ignorar que las apariencias enga?an. Porque el Sol, pongamos por caso, parece que gira alrededor de la Tierra, y, sin embargo, existen fundadas sospechas de que no. Y de la misma manera, el trabajo de la Corte puede parecer una estafa, siendo, como es, un leg¨ªtimo procedimiento para evitar que la opini¨®n p¨²blica, siempre irresponsable, pueda expresarse.
Pueblo ingrato
Pero el pueblo es ingrato, como las mujeres de los tangos y los mayordomos de las novelas policiacas. La Corte convoc¨® a un tercio de los descartados y les dio un fin de semana para confirmar lo firmado. Y por milagro de la dignidad, que es la m¨¢s loca costumbre de esta tierra de insania, los convocados confirmaron.
Los muy dementes desafiaron as¨ª las intimidaciones que les amenazaban con perder el empleo o marchar presos o integrar la lista negra de alguna pr¨®xima dictadura.
Los uruguayos hemos cometido, pues, la insania de creer en el diccionario. Democracia, dice el diccionario, es el ejercicio de la soberan¨ªa por el pueblo. Y hemos cometido la insania de creer que el uniforme militar no otorga Impunidad, lo que constituye una clara negaci¨®n de la evidencia, porque el Gobierno ha demostrado que s¨ª otorga. Y la insania de creer que en la democracia no mandan los militares, lo que constituye otra clara negaci¨®n de la evidencia. La ley que bendice a los uniformados que han asesinado, secuestrado, torturado y violado invoca expresamente "la l¨®gica de los hechos", o sea, la cosquilla que la punta de la espada produce en la garganta.
La firmas, que para la poblaci¨®n de Argentina equivalen a seis millones y para la de Espa?a a ocho millones, expresan una patol¨®gica obstinaci¨®n. Nos estamos negando a aceptar la impotencia del poder civil como un triste destino inevitable, en estas tierras donde la democracia ha sido condenada a pena de amnesia y a esclavitud por deudas.
Porque en Am¨¦rica Latina, como se sabe, la cordura del sistema obliga a creer que la moral ha de ser inmoral para que la realidad no sea irreal. En el reino del rev¨¦s, los funcionarios no funcionan. Los pol¨ªticos hablan, pero no dicen. Los bancos prestan dinero a los banqueros. Los medios de informaci¨®n desinforman. Los jueces condenan a las v¨ªctimas. Los polic¨ªas no combaten los cr¨ªmenes porque est¨¢n ocupados en cometerlos. Los militares libran una heroica guerra contra sus compatriotas y los civiles gobiernan, pero no mandan.
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