Un consuelo para el d¨ªa siguiente
A LA dama destronada, la loter¨ªa -por antonomasia-, a¨²n le queda este ¨²ltimo fulgor de la tradici¨®n del sorteo de Navidad, a cuya luz se aparece el gordo y los otros juegos se empeque?ecen provisionalmente.Hoy estamos en el d¨ªa siguiente, y los peri¨®dicos publican las fotos de siempre con los rostros del d¨ªa, se complacen all¨¢ donde los premios estuvieron "muy repartidos", iluminados por una justicia distributiva que prefiere el bienestar de los m¨¢s frente a la fortuna de los menos; cuentan la historia de aquel que rechaz¨® el n¨²mero que iba a ser el gordo y de quien lo compr¨® a rega?adientes, quiz¨¢ la del distribuidor de participaciones que hizo de m¨¢s y le ha tocado el dedo del castigo. En esto consiste la tradici¨®n: un esquema igual para las diferencias de todos los a?os.
Y en relatar tristes historias del pasado: aquellos cuya vida familiar se deshizo con la entrada de los millones, el que emprendi¨® un negocio que le arruin¨®, el que se estrell¨® con el deportivo que compr¨¦ o quien no pudo con millones curar lo incurable del ser querido que se fue a la muerte. Todo responde a la frase que se repiten desde los tan plagiados ap¨®logos orientales y que ha sido una de las bases de la ense?anza cristiana: "El dinero no hace la felicidad" o "el hombre feliz no tiene canfisa", continuada en el lenguaje de nuestro tiempo con "los ricos tambi¨¦n lloran". Se ha sospechado siempre que esta filosofia es una sabia consigna para que los pobres no lleguen demasiado lejos en su desmesurada ambici¨®n -los muy locos- por comer algo y llevar un jers¨¦i sin rotos en los codos. La pr¨¢ctica demuestra que son excesivamente incr¨¦dulos. Hay malignos que creen que estas historias de la mala suerte tienen un rabillo de mal de ojo. Pero es una suposici¨®n arriesgada que no corresponde con la tradici¨®n de bondad que los textos atribuyen al pueblo espa?ol. Infundios.
Sin embargo, la idea de que el sorteo de Navidad es la ¨²ltima ocasi¨®n, hasta otro a?o, de ara?ar el oro queda benignamente aplacada por todos los dem¨¢s juegos de sorteo y azar que se abaten sobre Espa?a. Ya se invent¨® el del Ni?o para explotar estas desazones. Ahora hay lotos y Bono Lotos, cupones y cuponazos, casinos y casinillos, quinielas y quinielones, que se extienden desde el momento mismo en que termina la letan¨ªa de los ni?os y ni?as del colegio madrile?o de San Ildefonso.
M¨¢s de una vez hemos sido severos desde aqu¨ª con esta grave distorsi¨®n de los ideales econ¨®micos y sociales que supone el juego de azar en Espa?a (dos billones de pesetas al a?o), que es el pa¨ªs m¨¢s jugador de toda Europa; quiz¨¢ porque su poblaci¨®n no favorecida es poco capaz de captar las declaraciones gubernamentales que nos se?alan como en la mejor situaci¨®n de los ¨²ltimos a?os y sus cuentas del d¨ªa no se corresponden ni siquiera con el ¨ªndice de precios al consumo. Somos, tambi¨¦n tradicionalmente, malos aritm¨¦ticos. Puede que esta vez, por la consideraci¨®n que merece el amargo d¨ªa de despu¨¦s, convenga disimular esa rega?ina a los impenitentes jugadores que dejan irse el salario y la pensi¨®n en las maquinitas, para transmitirles que existen todav¨ªa muchas y quiz¨¢ mejores posibilidades a lo largo del a?o. Sin dejar de mencionar las otras frases del consuelo: "Trabajo y econom¨ªa son la mejor loter¨ªa", o algunas de esas otras verdades que no lo son intr¨ªnsecamente, pero que ayudan a ir viviendo. No las necesitan, desde luego, los tocados por la fortuna, que ya s¨®lo est¨¢n dispuestos a creer en la nueva vida.
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