Los empresariales ochenta
El socialismo, cualquiera que sea el nombre que adopte, ha tenido una d¨¦cada miserable. En el Tercer Mundo, los planes para una v¨ªa socialista para el desarrollo han fracasado desde Tanzania, pasando por Birmania, hasta Jamaica, con Cuba como feliz excepci¨®n. En los pa¨ªses en los que de verdad existe el socialismo, el lenguaje de la glasnost y de la perestroika, adem¨¢s de la iniciativa plural¨ªsta e individual, est¨¢ arrinconando al marxismo y su nomenclatura. En el mundo de la OCDE, los partidos de izquierda tradicional han venido perdiendo las elecciones o su doctrina socialista, o incluso ambas en algunos casos. Para a?adir ofensa al da?o, la agenda del debate intelectual se ha apartado de las predilecciones de casi dos siglos.Entonces, ?qui¨¦n ha triunfado? Margaret Thatcher ha triunfado, y Reagan; tambi¨¦n Felipe Gonz¨¢lez, y Hawke y Lange, y, claro est¨¢, Gorbachov. Pero sus respectivos triunfos est¨¢n mitigados por la oposici¨®n y la duda, en parte debido a que en contra de las apariencias, son triunfos sin una teor¨ªa.
El socialismo ha sido vencido por el largo boom de los ochenta, una oleada empresarial (sobre todo financiera) y los Gobiernos huyendo de las costosas implicaciones de los setenta. Puede que incluso algunos de los vencedores est¨¦n satisfechos de haber triunfado sin una teor¨ªa. Sin embargo, el espectador interesado agradecer¨¢ el hecho de que el ilustre economista Friedrich von Hayek haya elegido publicar un tratado pol¨ªtico, titulado The fatal conceit: The errors of socialism.
Hayek no pierde tiempo con la realidad de los setenta, la d¨¦cada de la estanflaci¨®n (estancamiento de la econom¨ªa con alta inflaci¨®n) y del corporativismo, ni en cualquier otra realidad que tenga que ver con dicho asunto.
Tampoco se preocupa por aquellas modestas teor¨ªas en las que la oposici¨®n de principios de los ochenta (la inversi¨®n de las tendencias) ha perdido tanto tiempo: monetario, la curva Laffer, econom¨ªa de la oferta, y otros. La inflaci¨®n deb¨ªa ser combatida, y el control de la oferta monetaria era parte de la batalla en todos los lugares (como habla sugerido Keynes antes de que naciera el keynesianismo). El sistema tributario hab¨ªa llegado a desalentar la actividad econ¨®mica, hasta el punto de disminuir la recaudaci¨®n de impuestos, por lo que la reforma fiscal estaba en la agenda de la mayor¨ªa de los pa¨ªses. El empresario de Schumpeter reconquist¨® su leg¨ªtimo lugar dentro del esquema de las cosas, alentado por la desreglamentaci¨®n, la privatizaci¨®n y una prevaleciente disposici¨®n al guizotismo: Enrichissez- vous, messieurs!
Hayek no se molesta por estos asuntos menores, excepto para castigar a los intelectuales ri¨¦ndose de ellos; por el contrario, va derecho al fondo de la cuesti¨®n. El socialismo, dice, est¨¢ equivocado. No s¨®lo en el aspecto moral y pol¨ªtico, sino en los hechos. ."Para ¨¦l, el socialismo tiene tres caracter¨ªsticas principales: una "distribuci¨®n de las ganancias de acuerdo con ciertos principios morales", "dar a una autoridad central el poder de controlar el uso de los recursos disponibles" y "la abolici¨®n de la propiedad privada en lo que a producci¨®n se refiere".
Ojal¨¢ hubiera dicho que estos m¨¦todos no funcionan, pero Hayek insiste en que est¨¢n indiscutiblemente equivocados. La supervivencia y la prosperidad s¨®lo pueden garantizarse por medio de un "orden diferido" que combine reglas abstractas de conducta con una acci¨®n espont¨¢nea en inter¨¦s del propio individuo. La idea de que "el hombre es capaz de dar forma al mundo que le rodea seg¨²n sus deseos" no s¨®lo es una presunci¨®n, sino que es fatal, porque de hecho lleva al empobrecimiento e incluso amenaza la supervivencia.
La vida (seg¨²n Hayek) consiste en sobrevivir en la prosperidad. Esto se consigue con el desarrollo. El desarrollo requiere seguridad en "los procesos naturales, espont¨¢neos y autodecretados". Esto significa, por encima de todo, que no debemos interferir en los procesos de desarrollo dictando objetivos o creando entidades que regulen las cosas. Las fuerzas mot¨ªvadoras del desarrollo son los intereses individuales que est¨¢n restringidos por las reglas convencionales de la competitividad, y no por las reglas esenciales de la equidad. La moralidad del mercado es paralela a las realidades de la vida, mientras que la moralidad de algunos conceptos de la justicia no es tal.
Hayek es un despiadado te¨®rico a quien no le preocupa llevar su teor¨ªa al l¨ªmite de lo absurdo. Si el socialismo es una amenaza para la supervivencia, el capitalismo, el mercado, estimula no s¨®lo el desarrollo econ¨®mico, sino el crecimiento de la poblaci¨®n. Algo positivo, opina, ya que el crecimiento de la poblaci¨®n nunca ha hecho m¨¢s pobres a los que ya estaban prosperando, mientras que los nuevos pobres crecen en un. mundo de oportunidades. "Podemos ser pocos y salvajes, o muchos y civilizados". Friedrich von Hayek tiene tantos a?os como el siglo. Ha sido un defensor de la libertad durante toda su vida. Es justamente respetado tanto en el Este como en el Oeste. Pero ?habr¨¢ olvidado lo salvajes que pueden ser muchos en un planeta superpoblado? La idea de mercado es buena, pero la realidad de la historia presenta una imagen algo m¨¢s confusa, y en lo que a libertad se refiere, puede que no est¨¦ mal del todo.
Para empezar, algunos de los ejemplos de desarrollo m¨¢s espectaculares -Rep¨²blica Federal de Alemania, Jap¨®n, Corea del Sur, Taiwan- tienen poco que ver con "procesos naturales, espont¨¢neos y autodecretados". A los bancos alemanes o a la Miti de Jap¨®n no les importa ocultarse tras el hermoso concepto del mercado, pero el hecho de que la mano ejecutora sea a menudo invisible no quiere decir que no exista.
Podr¨ªa ser que el m¨¢s puro de los mercados puros le hubiera ahorrado al mundo algunos de los problemas a los que nos hemos enfrentado y nos seguimos enfrentando en la actualidad. Pero la realidad es que el desempleo en Europa y la pobreza en Estados Unidos se hacen cada vez m¨¢s persistentes a medida que avanza el boom de los ochenta, y requieren m¨ªnimamente la intervenci¨®n de entrepreneurs sociales como el pr¨ªncipe de Gales o la Fundaci¨®n Ford.
Esto da lugar a otro t¨®pico de finales de los ochenta y al que Hayek hace referencia. El presidente Reagan ten¨ªa una especial predisposici¨®n (que de momento su sucesor tambi¨¦n ha adoptado) en contra de lo que ¨¦l llamaba la gran L o la temida palabra con L: liberalismo. Hayek, alegremente, trata de resucitar otro significado m¨¢s antiguo de la palabra, pero en el proceso sigue la aversi¨®n de Thatcher por la gran S, la temidapatabra con S.- sociedad. Para Hayek, tampoco existe tal cosa como la sociedad, esa "frase temporal a la que la gente recurre cuando no saben seguro de lo que est¨¢n hablando", y por consiguiente aplica "el abnegado decreto de no utilizar nunca las palabras sociedad o sociat'. El individuo aparece, claro est¨¢, y tambi¨¦n palabras como moral o econ¨®mico, adem¨¢s de un malvado ataque a los muchos usos de la palabra social en diccionarios y en el lenguaje de cada d¨ªa.
En realidad, un poco m¨¢s de precisi¨®n en el uso de las palabras no puede hacer da?o. Ha habido una infortunada tendencia a personificar la palabra sociedad ("es culpa de toda la sociedad"). Pero en el contexto de la teor¨ªa antisocialista de los a?os ochenta ha sucedido algo m¨¢s: la noci¨®n de sociedad civil ha desaparecido junto con la temida palabra con S. Sin embargo es el desorden de la sociedad civil, de la acci¨®n rec¨ªproca de organizaciones e instituciones, lo que nos ayuda a encauzar el curso precario de la libertad entre los desnudos intereses de los individuos y el desnudo poder de los Gobiernos. Tanto la palabra con L como la palabra con S necesitan una nueva definici¨®n, pero ninguna de las dos es prescindible.
Probablemente sea cierto que el socialismo ha tenido su momento. Esto significa, sin embargo, que lo tuvo; que hubo tiempos y lugares en los que algunas de sus versiones fueron apropiadas y beneficiosas. Quiz¨¢ tambi¨¦n sea cierto que los empresariales a?os ochenta hayan aportado nuevas oportunidades de libertad.
Hayek proporciona un apuntalamiento intelectual a esta d¨¦cada de desarrollo sin pudor. Pero su punto de vista sobre el hombre y (me atrever¨¦ a decir) sobre la sociedad es, finalmente, curiosamente pasivo. Para ¨¦l, las realidades de la vida son naturales y llevan a una deseada evoluci¨®n si se las deja en paz. Esta invitaci¨®n a no hacer cosa alguna no s¨®lo abre una puerta a malvados dictadores, sino que subestima el potencial de los cambios estrat¨¦gicos que no est¨¢n basados en la fatal presunci¨®n de que podemos imponer un punto de vista amplio en un mundo recalcitrante.
En lugar de fijar la vista en sistemas de planes absolutos o de mercados puros, deber¨ªamos recordar las palabras de Karl Popper: intentamos, erramos, volvemos a intentarlo, y de ese modo damos un sign¨ªficado a la historia.
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