Tuve hambre y no me disteis de comer
Ning¨²n-a cristiano-a, ning¨²n hombre, ninguna mujer, de coraz¨®n, puede cerrar los ojos frente a las contradicciones escandalosas de la situaci¨®n en la alimentaci¨®n mundial. Por una parte, los pa¨ªses ricos se hunden bajo los excedentes, y, por otra, el hambre hace estragos en el Tercer Mundo (seg¨²n la Unicef, una media de 40.000 ni?os muere cada d¨ªa de hambre), mientras los expertos discuten si hay y si habr¨¢ suficiente alimento para nutrir a la poblaci¨®n mundial.Nuestra fe en el Evangelio y en el reino de justicia y amor anunciado por Jes¨²s, as¨ª como nuestra solidaridad con las iglesias del Sur, nos empuja imperiosamente a interesarnos por las causas estructurales del hambre en el Tercer Mundo al mismo tiempo que Europa se ahoga en los excedentes agr¨ªcolas.
La primera soluci¨®n que surge, aplicando el sentido com¨²n, ser¨ªa dar o vender nuestros excedentes a los que tienen hambre. Desgraciadamente -y ¨¦sta ser¨¢ la tesis de este art¨ªculo- esta soluci¨®n es una trampa, ya que implica un modelo de desarrollo desalentador para la agricultura de subsistencia en los pa¨ªses del Tercer Mundo, a la vez que aumenta su dependencia con relaci¨®n a las importaciones, as¨ª como su endeudamiento.
En esta misma l¨ªnea van las recientes declaraciones del papa Juan Pablo II en su ¨²ltima enc¨ªclica, del Consejo Ecum¨¦nico de las Iglesias y tambi¨¦n del grupo de trabajo de las iglesias africanas sobre las causas del hambre y de la insuficiencia alimenticia en ?frica. En igual sentido se ha pronunciado recientemente en Washington el grupo de expertos unidos a las iglesias, sobre las causas del desorden agr¨ªcola mundial en lo que podr¨ªa significar una postura com¨²n de las iglesias en este asunto frente a las negociaciones del GATT.
El fin de nuestra intervenci¨®n es el de alertar a los cristianos y m¨¢s ampliamente a la opini¨®n p¨²blica europea sobre el papel pol¨ªtico positivo que podr¨ªa desempe?ar Europa para salir de esta crisis alimentar¨ªa que es a la vez una crisis del modelo de desarrollo, tanto en el Sur como en el Norte.
Estamos convencidos de que una mayor¨ªa de la opini¨®n europea y de sus dirigentes tiene el deseo de una Europa que, juntamente con el resto del mundo, promueva una visi¨®n a largo plazo basada en la solidaridad con los desamparados, la justicia, el respeto y la responsabilidad con vistas a las generaciones futuras.
He aqu¨ª, brevemente, c¨®mo se evidencia la crisis alimentar¨ªa mundial: en ?frica, a pesar de las buenas cosechas de estos ¨²ltimos a?os, la situaci¨®n alimentar¨ªa no ha mejorado demasiado. Las importaciones y la ayuda alimenticia contin¨²an nutriendo las poblaciones africanas. Peor a¨²n, los precios agr¨ªcolas han reventado en muchos lugares. Los cereales locales no pueden competir con las importaciones a bajo precio. Del mismo modo, los programas de desarrollo del mijo en Senegal fueron afectados por la baja del precio del arroz, decidida el ¨²ltimo 1 de mayo en Dakar. De repente, los consumidores se vuelven hacia el arroz en lugar de hacia el mijo local. El pr¨®ximo a?o, de nuevo, volver¨¢ a descender la producci¨®n de mijo.
?Por qu¨¦ esta situaci¨®n? Porque los excedentes agr¨ªcolas de los pa¨ªses del Norte, ampliamente subvericionados, son vendidos a bajo precio en el mercado mundial. Y esto es as¨ª gracias a que los productores agr¨ªcolas de los pa¨ªses desarrollados tienen fuertes ayudas por parte de sus Gobiernos. El excedente de producci¨®n no consumido in situ es vendido muy por debajo de los costes de piroducci¨®n. ?C¨®mo pueden resistir, en estas condiciones, los campesinos de los pa¨ªses en desarrollo que son ayudados en menor medida?
Guerra comercial
Para colmo, los pa¨ªses desarrollados est¨¢n inmersos en una guerra comercial con el fin de conservar o aumentar su parte del mercado mundial. Esta guerra es m¨¢s dura cuando el mercado mundial tiene limitaciones, ya que la crisis econ¨®mica hizo d¨ªsminuir las compras por parte de los pa¨ªses del Sur. La consecuencia m¨¢s grave de esta guerra econ¨®mica para los peque?os agricultores del Sur, y tambi¨¦n del Norte, es la baja constante de los precios mundiales.
En 1988, los pa¨ªses en desarrollo son importadores netos de los productos alimenticios: el Norte produce y exporta, el Sur consume e importa. Los pa¨ªses del Sur que contin¨²an exportando son muy pocos y est¨¢n entre los m¨¢s ricos. Al contrario, los pa¨ªses m¨¢s pobres, especialmente los del ?frica al sur del S¨¢hara, venden cada vez menos. ?fr¨ªca desapa,rece poco a poco del mapa de intercambios agr¨ªcolas mundiales.
Por tanto, 40 a?os de nuestra historia econ¨®mica han demostrado que el desarrollo de la agricultura era la base del crecimiento econ¨®mico, la mejor garant¨ªa de un desarrollo equilibrado. Todos los pa¨ªses desarrollados han velado antes para que el sector agr¨ªcola estuviera bien integrado en el r¨¢pido crecimiento de su econom¨ªa. Hasta Jap¨®n, sobre un territorio bastante exiguo, ha protegido y defendido bravamente a sus campesinos, considerados como el aval de la seguridad alimenticia y de independencia de su pa¨ªs. Sin una pol¨ªtica decidida, todos los campesinos japoneses hubieran desaparecido.
No es, por tanto, equitativo que los campesinos de los pa¨ªses en desarrollo no se beneficien de las mismas oportunidades. La desigualdad actual es un grave obst¨¢culo para el futuro. ?C¨®mo se garantizar¨¢ la seguridad alimenticia, el acceso de todos a la alimentaci¨®n, si la producci¨®n agr¨ªcola est¨¢ concentrada en un peque?o n¨²mero de pa¨ªses? En el mismo t¨¦rmino los productores agr¨ªcolas de los pa¨ªses ricos, que ven a los productores de los pa¨ªses pobres como competidores gigantescos, tienen inter¨¦s en un desarrollo m¨¢s equilibrado. La salida principal en los pr¨®ximos a?os ser¨¢ el mercado de los pa¨ªses en desarrollo -un mercado inmenso- donde las necesidades alimenticias no satisfechas son considerables. S¨®lo ser¨¢ un mercado solvente cuando tenga crecimiento econ¨®mico, y no tendr¨¢ crecimiento duradero sin desarrollo de la agricultura.
Los campesinos del Norte y del Sur son, por tanto, interdependientes y, a pesar de las contradicciones a corto plazo, solidarios. Esta solidaridad se ha de expresar en un reparto negociado de la producci¨®n entre pa¨ªses, como se?alaba en enero el reverendo J. Jackson en una reflexi¨®n sobre la agricultura mundial. Las barracudas no deben comerse los peces peque?os.
El reparto de la producci¨®n no se puede hacer si los Gobiernos de los pa¨ªses en desarrollo no disponen de los medios para sostener el arranque de la producci¨®n agr¨ªcola, pagando buenos precios a los productores. Hace falta, por tanto, que se organice una solidaridad financiera; si los pa¨ªses son aplastados por el pago de la deuda, no podr¨¢n invertir en la agricultura.
Como predican las iglesias desde hace a?os, este reparto no podr¨¢ dejarse al cuidado del mercado solamente, es necesario que los responsables se sienten alrededor de una mesa y negocien, particularmente los europeos y los americanos. La guerra agr¨ªcola ha de cesar, y una parte del dinero (m¨¢s de 30 millones de ECU en Estados Unidos y en la CE) gastado en este conflicto in¨²til ha de servir de ayuda para el desarrollo agr¨ªcola del Tercer Mundo. Los dirigentes europeos tienen una gran responsabilidad y un papel importante que desarrollar para imponer una visi¨®n de la agricultura mundial que no sea aquella de un campo de batalla, donde el futuro ecol¨®gico del planeta no sea sacrificado.
Capital ecol¨®gico
La pol¨ªtica actual de concentraci¨®n de la producci¨®n basada en precios muy bajos y la guerra agr¨ªcola entre Europa y EE UU son tambi¨¦n extremadamente peligrosas para el entorno; seg¨²n Wayne Easter, presidente de la Uni¨®n Nacional de los Agricultores de Canad¨¢: "Vemos en la pol¨ªtica actual alimenticia a bajo precio una forma de violencia econ¨®mica que contribuye a la sobreexplotaci¨®n del suelo y al desarrollo de una relaci¨®n impersonal entre los agricultores y la tierra, porque hace falta sobrevivir econ¨®micamente. Es, de hecho, una pol¨ªtica de industrializaci¨®n que no puede conducir m¨¢s que al desastre, tanto en el plano econ¨®mico -para nuestros agricultores- como en el del entorno -para todos nosotros-, en tanto que canadienses y ciudadanos del mundo".
En el Sur, igualmente, la pobreza y la falta de tierra parecen empujar cada vez m¨¢s a que los agricultores tengan una acci¨®n nefasta sobre el entorno (desertizaci¨®n, deforestaci¨®n, etc¨¦tera).
Como se?ala el informe Brund¨²and, "hipotecamos un capital ecol¨®gico a las generaciones futuras, sabiendo con certeza que no podremos pagarlo jarn¨¢s".
Si queremos, por tanto, evitar una cat¨¢strofe ecol¨®gica mundial, har¨¢ falta acordar una visi¨®n mundial, y no nacional o regional, de las estrategias alimenticias. El informe preconiza "reorientar la producci¨®n hacia las regiones mas necesitadas, asegurar los medios de existencia a las poblaciones rurales pobres y conservar los recursos" (p¨¢gina 156). Esto supone particularmente que en el Norte los Gobiernos "se esfuerzan en canalizar m¨¢s tiempo las subvenciones hacia la conservaci¨®n y no hacia un aumento de la producci¨®n", (p¨¢gina 158). Brevemente, se trata de intercambiar pareceres sobre el problema de la alimentaci¨®n mundial y de alargar nuestros horizontes.
La protecci¨®n de nuestra supervivencia colectiva y la de nuestro entorno coinciden, pues, con los intereses de los agricultores que desean guardar con la tierra una relaci¨®n de amor, de respeto y no de explotaci¨®n. Es urgente un desarrollo rural integrado cada vez m¨¢s en las nociones de protecci¨®n del entorno y de gesti¨®n a largo plazo del espacio rural. Verdaderamente, es una apuesta capital que debe estar integrada en la construcci¨®n de nuestra Europa para 1992.
Los campesinos del Tercer Mundo disponen de pocos grupos de presi¨®n poderosos que recuerden sus intereses a los dirigentes y a los negociadores. Hace falta, por tanto, que las iglesias, pero tambi¨¦n los agricultores y la sociedad civil del Norte en su conjunto, hagan o¨ªr su voz a los gobernantes a fin de detener el mal desarrollo agr¨ªcola tanto en el Norte como en el Sur.
Hablar de alimentaci¨®n y de hambre en el mundo nos conduce a otras cuestiones, como la de la conservaci¨®n a largo plazo de nuestro patrimonio ecol¨®gico y biol¨®gico mundial. Pero, a la inversa, no se puede hablar de respeto al entorno sin tomar en consideraci¨®n la gran parte de la humanidad que sufre de desnutrici¨®n y hambre. Querr¨ªamos, no obstante, terminar este breve art¨ªculo con un llamamiento a la esperanza. No, no estamos condenados a una fatalidad de la progresi¨®n constante de la pobreza, de la desnutrici¨®n y de la degradaci¨®n irreversible de nuestro entorno. Tenemos la posibilidad de cambiar nuestras pol¨ªticas a fin de asegurar a la mayor¨ªa de los hombres presentes y futuros una vida digna de su nombre y en la justicia, la paz y el respeto de la creaci¨®n de Dios.
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