Las reglas del juego
LAS TRIBULACIONES de un conocido banco de negocios norteamericano, el Drexel Burnham Lambert, de Nueva York, han puesto de relieve que en Estados Unidos las autoridades se toman en serio el problema de las reglas del juego econ¨®mico, persiguiendo sin contemplaciones a quienes las violan, ya sean grandes o peque?os. Para demostrarlo, un juez acaba de imponer una multa de 650 millones de d¨®lares (unos 80.000 millones de pesetas) a la mencionada firma por haber conculcado las reglas de emisi¨®n de obligaciones y por haber utilizado abusivamente informaci¨®n confidencial.El negocio principal de Drexel Burnham Lambert consist¨ªa, y consiste, en financiar fusiones y adquisiciones de empresas mediante la emisi¨®n de obligaciones de alto riesgo y elevada rentabilidad, conocidas en la jerga financiera como junk bonds (bonos de desecho). Estos instrumentos se utilizan para financiar empresas que a menudo no se encuentran en buena situaci¨®n econ¨®mica, por lo que el riesgo que incorporan es elevado. Su ¨¦xito fue fulgurante, y el mercado de este tipo de instrumentos financieros supera en la actualidad los 150.000 millones de d¨®lares, es decir, m¨¢s de 20 billones de pesetas.
Los asuntos comenzaron a torcerse con el encarcelamiento, hace unos meses, de un conocido especulador de Wall Street, Boesky, acusado de utilizar abusivamente informaci¨®n confidencial; para reducir su condena, Boesky hizo un trato con las autoridades judiciales norteamericanas y denunci¨® a una serie de personas que hab¨ªan participado de una u otra forma en el tr¨¢fico de informaci¨®n confidencial, encontr¨¢ndose entre ellas algunos empleados de Drexel. El juez que se encarga de este asunto ha ido atando cabos hasta encontrar pruebas suficientes como para imponer la gigantesca multa antes citada a Drexel Burnham, que, de todas maneras, contin¨²a operando en bolsa con un endeudamiento que supera los tres billones de pesetas. Pero el problema no termina con la multa; el juez que lleva el caso ha amenazado con aplicar a la firma y a sus dirigentes la ley antimafia, lo que implica la posibilidad de intervenir la sociedad. Ante esta perspectiva, sus dirigentes se encuentran divididos sobre la actitud que m¨¢s les conviene adoptar: o bien cooperar con el juez y admitir sin m¨¢s todos los cargos, lo que significar¨ªa probablemente la c¨¢rcel para algunos de ellos, o bien plantar cara y poner en entredicho la supervivencia misma de la empresa, una de las m¨¢s importantes de la Bolsa de Nueva York.
El desarrollo de este asunto est¨¢ teniendo implicaciones importantes en los medios financieros norteamericanos. En primer lugar, ha quedado patentemente demostrado que las complejidades del mundo financiero no permanecen al margen de la investigaci¨®n judicial cuando ¨¦sta se lleva a cabo con determinaci¨®n. Este hecho, en s¨ª mismo fundamental, viene acompa?ado de otro no menos importante: la ley es la misma para todos, y los estafadores, por muy alto que vuelen, se ven sometidos al mismo c¨®digo penal que el resto de los mortales. No hay refugio ni raz¨®n de Estado que valga; el que la hace, la paga.
En Espa?a, una buena parte de las operaciones que llevaron a Boesky a la c¨¢rcel son legales o est¨¢n toleradas en la pr¨¢ctica. Es cierto que la ley de reforma de la bolsa proh¨ªbe algunas de ellas, mientras que otras figuran tipificadas incluso en el C¨®digo Penal. Sin embargo, la redacci¨®n del reglamento de la bolsa avanza con una solemne parsimonia, como si no hubiera prisa por terminar con abusos que han permitido en los ¨²ltimos a?os a unos pocos amasar fortunas considerables a costa de los peque?os ahorradores. Para que la econom¨ªa de mercado funcione es preciso que las leyes que regulan su funcionamiento se apliquen por igual para todos; cuando no sucede as¨ª, el arbitrismo se convierte en regla, y el agravio comparativo, en caracter¨ªstica permanente del sistema, impidiendo su modernizaci¨®n.
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