El secreto de Espa?a
No es una arbitrariedad se?alar que Espa?a era, para, los fil¨®sofos del Siglo de las Luces, un pa¨ªs sin inter¨¦s alguno, dominado todav¨ªa por frailes inquisitoriales y arist¨®cratas ignorantes. Todos recordamos la pregunta, y su respuesta, de la monumental Enciclopedia: "?Qu¨¦ debe la civilizaci¨®n a Espa?a? Nada". Por eso los ilustrados de la ¨¦poca de Carlos III quer¨ªan, sobre todo, hacer ver a los dem¨¢s europeos que Espa?a aspiraba a ser otra, que, en verdad, ya hab¨ªa conseguido ser otra. Pero, tras la muerte del rey en 1788 (y, m¨¢s a¨²n, tras la gran revoluci¨®n de 1789), Espa?a pareci¨® sumirse de nuevo en una vida anacr¨®nica. Los Pirineos eran verdaderamente, una barrera infranqueable. As¨ª, cuando Napole¨®n -que ten¨ªa de Espa?a una imagen muy convencional del siglo XVIII transpirenaico- la invadi¨®, descubri¨® una tierra que le result¨® enteramente enigm¨¢tica. Y ah¨ª, en 1808, empez¨® el empe?o de muchos viajeros -o simplemente observadores de Espa?a- en captar lo que podemos llamar el secreto de Espa?a. Para algunos de los reci¨¦n aludidos, casi todos nacionalistas conservadores, tal secreto se reduc¨ªa esencialmente al esp¨ªritu religioso del pueblo espa?ol y a su fidelidad a las personas e instituciones eclesi¨¢sticas: y esto explicaba la furia espa?ola en la lucha contra el anti-Cristo Napole¨®n. Otros meditadores de la singularidad espa?ola -o sea, la explosi¨®n de 1808 y todas sus variadas consecuencias- no se contentaron con una explicaci¨®n tan sencilla del secreto de Espa?a.Uno de ellos, cuyos miedos al pueblo espa?ol fueron muy costosos para los liberales de 1812, y m¨¢s a¨²n para los del trienio constitucional de 1820-1823, el gran estadista austr¨ªaco Metternich, no cesaba de pensar en lo que constitu¨ªa la peculiaridad de Espa?a en el conjunto m¨¢s o menos uniforme de la Europa occidental Desde la muerte de Fernando VII (1833) hasta las revoluciones de 1848, Metternich reitera que es imposible que Espa?a adopte un r¨¦gimen de monarqu¨ªa constitucional como, por ejemplo, el de Francia. Su juicio de 1833 corresponde al que entonces propagan algunos escritores rom¨¢nticos enamorados de la pasi¨®n espa?ola: "El car¨¢cter espa?ol no soporta los matices y, por tanto, una Espa?a liberal (que Metternich subraya para aludir a la Francia de los llamados doctrinarios de su amigo Guizot) carece de sentido". "Porque Espa?a", a?ade Metternich, "ser¨¢ siempre sinceramente mon¨¢rquica o decididamente radical". Mas, 10 a?os m¨¢s tarde, Metternich ha perdido su seguridad anterior al considerar los asuntos de Espa?a: "El porvenir de ese pa¨ªs me aparece cubierto de un velo que estimo impenetrable". Las observaciones que siguen (transmitidas al Gobierno franc¨¦s) muestran, sin embargo, que Metternich puede ofrecer ciertas claves del secreto de Espa?a. Hay, para ¨¦l, un factor que se desde?a en la pol¨ªtica internacional respecto a Espa?a. Lo que ¨¦l llama "el esp¨ªritu de perfecta independencia y de igualdad que predomina en el ¨¢nimo y las costumbres de los espa?oles". Se consideran absolutamente iguales entre ellos y se resisten a obedecerse mutuamente (s'entr'ob¨¦ir). Todo esto hace que Espa?a sea un pa¨ªs dif¨ªcilmente gobernable, pues es el pa¨ªs europeo "m¨¢s singularmente constituido" ae plus fa?onn¨¦ a samani¨¨re, De ah¨ª que Metternich prediga que el futuro se presenta muy oscuro para Espa?a.
Otro gran estadista (y mayor escritor), que comparti¨® con Metternch el miedo a la Espa?a constitucional de 1820-1823, el vizconde Chateaubriand, tiene, en cambio, fe en el papel que puede desempe?ar Espa?a en el futuro de Europa. Para Chateaubriand (aun siendo acendrado cat¨®lico), Espa?a est¨¢ en un patente aislamiento del resto de Europa y sus costumbres permanecen empantanadas. Pero, jutamente por ese estancamiento (comparado con la movilidad transpirenaica), Espa?a, predice Chateaubriand, "podr¨¢ reaparecer en el tablado de la hiaoria mundial con brillantez nusitada", cuando los dem¨¢s pueblos europeos est¨¦n consumidos por la corrupci¨®n moral que genera su volubilidad. La raz¨®n del renacer hist¨®rico de Espa?a es, para Chateaubriand, muy sencilla: "Cuenta con la (que ¨¦l denomina) "hondura de sus costumbres". El rom¨¢ntico franc¨¦s no explica en qu¨¦ consiste esa hondura y su potencial poder regenerador, pero se aventura a expresar una firme fe en el pueblo espa?ol cuando ¨¦ste se encontraba segregado del resto de Europa Fe que no debe equipararse, dicho sea de paso, con la risible "reserva espiritual de Occidente" del difunto r¨¦gimen caudillista. Otros escritores del principio del siglo XIX y, sobre todo, del apiogeo del Romanticisimo, se sintieron atra¨ªdos por Espa?a y algunos emprendieron lo que se transform¨® pronto en casi una peregrinaci¨®n espir¨ªtual el viaje a Espa?a en pos de su secreto.
No podemos, claro est¨¢, hacer ahora ni siquiera una enumeraci¨®n de todos aquellos viajeros m¨¢s o menos alucinados por el enigma del pueblo espa?ol. Porque desde la primera guerra carlista de 1833 hasta el magno enfrentamiento de 1936 Espa?a sigui¨® siendo un secreto para muchos observadores de los pa¨ªses adelantados. Y la enorme resonancia de la guerra civil de 1936-1939 en la comunidad intelectual curoamericana fue motivada, en parte, por la traclici¨®n literaria del viaje de Espa?a. El autor m¨¢s le¨ªdo al menos en lengua inglesa) fue el muy original George Borrow, cuya obra principal, La Biblia en Espa?a de la cual hay una traducci¨®n magistral de Manuel Aza?a (Alianza Editorial)-, no estuvo, sin embargo, motivada originariamente por la b¨²squeda del secreto de Espa?a: como su mismo t¨ªtulo lo indica, el prop¨®sito de Borrow, al trasladarse, a Espa?a en 1836, fue el evangelizarla, difundiendo la lectura de la verdadera Biblia. Mas don Jorgito el ingl¨¦s (como le llamaban los espa?oles) qued¨® muy pronto impresionado por la profunda humanidad del pueblo espa?ol. Y as¨ª, al hablar de Madrid, declara que ning¨²n otro lugar del mundo puede compar¨¢rsele en la viveza de sus multitudes. Podr¨ªan repetirse las citas del propio don Jorgito, y a?adir las de otros viajeros, que concuerdan todos en querer apresar el secreto de Espa?a sin tener la certeza de haberlo conseguido.
Hoy, el viaje de Espa?a ha pasado a ser la rutina, invernal o veraniega, de millones de turistas que s¨®lo ven en Espa?a una ¨²til solana que les permite escapar a sus climas n¨®rdicos. No ser¨ªa difamarlos el asegurar que a la inmensa mayor¨ªa le es totalmente indiferente el secreto de Espa?a. Hay, sin embargo, todav¨ªa algunos viajeros para los cuales no basta decir que el secreto de Espa?a est¨¢ en El Corte Ingl¨¦s. Sentimiento que comparten hoy los espa?oles que regresan a su tierra natal tras prolongadas residencias en pa¨ªses lejanos. Al que viene, por ejemplo, de una sociedad tan profundamente agrietada como la norteamericana, Espa?a sorprende por su patente cohesi¨®n interna, pese a lo que parezca revelar el 14-D. Cohesi¨®n que emana, indudablemente, del sentimiento cordial de la vida, quiz¨¢ reflejo espont¨¢neo del sentimiento de igualdad que se?alaba Metternich. Pero sustentado, ahora, en la realidad legal del voto individual. No debe olvidarse que una parte considerable del pueblo espa?ol vivi¨® muchos a?os, desde 1939, con el recuerdo de su capacidad para regirse a s¨ª mismo. Porque el pueblo espa?ol tiene una historia antigua de defensor de sus libertades y sabe que ha dado mucho m¨¢s de lo que ha recibido: ?quiz¨¢ ah¨ª siga estando el secreto de Espa?a?
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