La peseta y el SME
LAS RECIENTES declaraciones del ministro de Econom¨ªa en Bruselas a prop¨®sito de la eventual entrada de la peseta en el Sistema Monetario Europeo (SME) han tenido el m¨¦rito de clarificar una cuesti¨®n que hasta ahora hab¨ªa permanecido en la ambig¨¹edad. Aparentemente, se ha abandonado la idea de anunciar la fecha de la adhesi¨®n de la peseta al mecanismo de cambios europeo a lo largo de la presidencia espa?ola de la Comunidad. Se trata de una decisi¨®n que nos resta fuerza a la hora de predicar la uni¨®n monetaria europea -uno de los objetivos anunciados por el Gobierno al asumir dicha presidencia-, pero, a cambio, proporciona un margen de maniobra m¨¢s amplio en la definici¨®n de nuestra pol¨ªtica econ¨®mica. El SME es un mecanismo que obliga a los pa¨ªses adherentes a mantener las cotizaciones de sus monedas dentro de unos estrechos m¨¢rgenes de fluctuaci¨®n (2,25% hacia arriba y abajo de la paridad central, salvo para Italia, que cuenta con una banda del 6% en cada direcci¨®n). Los eventuales cambios de paridad son discutidos por los pa¨ªses que lo integran, de tal manera que cada Estado no es libre de modificar un?lateralmente el valor de su propia moneda frente a los dem¨¢s. Este sistema ha funcionado razonablemente bien a lo largo de los ¨²ltimos a?os y ha protegido a los pa¨ªses que forman parte de ¨¦l de los vaivenes de los mercados de cambios. Pero contiene, sin embargo, un sesgo defiacionista, ya que cuando la moneda de un pa¨ªs tiende a depreciarse el ajuste resulta inevitable en un plazo no muy largo, mientras que lo contrario es mucho menos cierto.No faltan razones de naturaleza econ¨®mica para que las autoridades espa?olas duden. El diferencial de inflaci¨®n con respecto a los pa¨ªses de la CE se ha abierto peligrosamente. Adem¨¢s, es verdad que la peseta se encuentra sobrevalorada en relaci¨®n con las otras monedas comunitarias; la raz¨®n esencial estriba en la fuerte diferencia del tipo de inter¨¦s entre Espa?a y el resto de la CE como consecuencia del endurecimiento de nuestra pol¨ªtica monetaria. Las autoridades est¨¢n ante un dif¨ªcil dilema de pol¨ªtica c -on¨®mica, pero es cierto que los problemas de regulaci¨®n monetaria ser¨ªan mucho m¨¢s complejos si la peseta tuviera que plegarse ahora a las exigencias del mecanismo com¨²n de cambios. Adem¨¢s, la econom¨ªa espa?ola deber¨¢ hacer frente, de aqu¨ª a 1992, a un proceso de desarme arancelario considerable.
Por todas estas razones, parece prudente aplazar la decisi¨®n de entrar en estos momentos en el SME, lo cual no significa eludir indefinidamente una cuesti¨®n que ser¨¢ inevitable en la perspectiva del mercado ¨²nico de 1993. En cualquier caso, lo que resulta pol¨ªticamente incoherente es utilizar el argumento, en Bruselas y durante la presidencia espa?ola, de que la adhesi¨®n al SME implica una p¨¦rdida de soberan¨ªa. No deja de ser chusco o¨ªr este razonamiento en boca del representante de un Gobierno que parece apostar p¨²blicamente por la interpretaci¨®n m¨¢s audaz del proceso de integraci¨®n econ¨®mica europea, la de la necesidad de un banco central ¨²nico y una eventual moneda com¨²n. Naturalmente que el sistema exige una p¨¦rdida de prerrogativas a favor de un centro com¨²n de decisiones; pero, o bien los pa¨ªses de la CE est¨¢n dispuestos a hacerlo, o bien habr¨¢ que renunciar a la construcci¨®n de la Europa comunitaria.
Por lo dem¨¢s, los asuntos que deber¨¢ resolver la presidencia espa?ola de la CE distan de ser sencillos. En el de la fiscalidad sobre el ahorro, requisito imprescindible para que sea realidad la libre circulaci¨®n de capitales ya decidida, las posiciones de Francia y del Reino Unido parecen, por el momento, irreconciliables. En cuanto al grupo de trabajo creado para explorar los problemas de la unidad monetaria, el entusiasmo inicial se ha enfriado considerablemente y lo ¨²nico que se espera ya es un calendario de aproximaci¨®n gradual al objetivo fijado. Si la presidencia espa?ola aporta una dosis de realismo en estas cuestiones, el tiempo no habr¨¢ pasado en vano.
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