Un so?ador sin un pueblo
Un so?ador para un pueblo es un drama de Buero escrito en 1958 y que inaugura el ciclo de frescos sobre la historia de Espa?a de una etapa del dramaturgo donde ¨¦ste alcanz¨® el punto m¨¢s alto de su obra. No es drama f¨¢cil de sintetizar y poner en ¨¦l orden de gui¨®n cinematogr¨¢fico, ya que formalmente es intrincado, maneja muchas ideas habladas y su composici¨®n es de gran teatralidad, no f¨¢cil de traducir a cine.La adaptaci¨®n de Un so?ador para un pueblo que hay detr¨¢s de Esquilache, a grandes rasgos, es fiel a su origen y los cambios no lo simplifican, sino que lo orientan con buenos criterios hacia su visualizaci¨®n. El resultado es bueno, a ratos muy bueno, porque todo el filme es tenso, los personajes convencen y, pese a ser una pel¨ªcula en la que se habla con tono literario, su palabra no obstaculiza la peculiaridad cinematogr¨¢fica de la acci¨®n.
Esquilache
Direcci¨®n: Josefina Molina. Gui¨®n: Joaqu¨ªn Oristell, J. Molina, J. S¨¢mano. Basado en el drama de Buero Vallejo Un so?ador para un pueblo. Fotograf¨ªa: J. Amor¨®s. M¨²sica: J. Nieto. Decoraci¨®n: R. G¨®mez y J. Arti?ano. Montaje: Pablo G. del Amo. Producci¨®n: Jos¨¦ S¨¢mano. Espa?a, 1988. Int¨¦rpretes: Fernando Fern¨¢n-G¨®mez, Jos¨¦ Luis, L¨®pez V¨¢zquez, ?ngel de Andr¨¦s, Angela Molina, Concha Velasco, Adolfo Marsillach, Amparo Rivelles, Alberto Closas. Cines Paz, Real Cinema y Cariton.
Es Esquilache una pel¨ªcula de y para actores. Interesan de ella, sobre todo, sus primeros planos, sus rostros, en los que reposa toda la gravedad de la trama. Pr¨¢cticamente todo el reparto -y esto hay que imputarlo a una buena y homog¨¦nea direcci¨®n de actores- est¨¢ a la altura de su cometido, y en algunos casos -Fern¨¢n-G¨®mez, Angela Molina, Concha Velasco y, en su magn¨ªfica escena, Amparo Rivelles-, por encima de esa altura.
De ah¨ª que el resultado sea siempre digno y, en algunas cruciales secuencias, mejor que digno.
El arranque, el viaje nocturno de la carroza del protagonista en medio de las escenas de saqueo y agitaci¨®n del famoso mot¨ªn de Esquilache, est¨¢ realizado de forma onirica: recuerdos de Esquilache en contrapunto con sus miradas al exterior del carruaje en busca de algo que le deje entender los tumultos que ocurren, como una pesadilla, a su alrededor. Hasta tal punto funciona esta larga e inteligente secuencia que, cuando termina, la pel¨ªcula decae y tarda alg¨²n tiempo -concretamente, hasta la escena de Amparo Rivelles- en alcanzar la altura que alcanz¨® en el comienzo y perdi¨® a mitad del metraje.
En su parte final, el filme vuelve a decaer a causa de otras escenas de masas que rompen el ritmo y que en s¨ª mismas no convencen. No hay experiencia de escenas de este tipo en el cine espa?ol, y no es ¨¦sta una excepci¨®n. Si la visualizaci¨®n del mot¨ªn entra en las primeras escenas, porque all¨ª est¨¢ h¨¢bilmente vislumbrado a r¨¢fagas y en forma de pesadilla, la posterior reconstrucci¨®n realista de los des¨®rdenes no entra, y estas nuevas escenas multitudinarias resultan informes, carecen de ritmo y de energ¨ªa interior.
Lo malo es que esto ocurre en la parte final de la pel¨ªcula, cuando ya no hay tiempo para rectificarlo con nuevas escenas de interior (que son la parte que m¨¢s interesa, porque en ellas tiene el camino abierto el talento de los int¨¦rpretes) que lo eleven. La escena final, que sit¨²a a todo el filme en el recuerdo de su protagonista, pese a que recupera parte de la fuerza perdida en las embarulladas salvas de la batalla de la plaza de la Armer¨ªa, no basta para enderezar del todo la torcedura. El tiempo que queda es corto y no es suficiente para que Esquilache filme recupere su vigor inicial.
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