"No me callar¨¦ nunca"
El llanto por la muerte de Thomas Bernhard esbozado en este peri¨®dico por F¨¦lix de Az¨²a, uno de los m¨²ltiples hu¨¦rfanos del escritor austriaco, tiene ahora mismo un hombro huidizo sobre el que verterse: la chaqueta de pata de gallo del irland¨¦s tranquilo. No se acaba la estirpe de Bernhard, a¨²n habr¨¢ literatura: Sarnuel Beckett, publica de nuevo. Lo dijo en El Innombrable, su obra emblem¨¢tica, donde traza el esquema del silencio como la ¨²nica palabra posible para huir: "Estoy obligado a hablar. No me callar¨¦ nunca. Nunca".No se ha callado nunca este irland¨¦s silencioso. Apasionado del billar callado, capaz de permanecer inmutable durante una partida intemporal con un testigo igualmente mudo, el autor de Esperando a Godot, un personaje de la estirpe de Joyce, de Kafka y de Bernhard, es tan esencial como sus huesos. Por eso todo lo que ha escrito permanece como un murmullo en la m¨¦dula espinal del esp¨ªritu de nuestro tiempo.
Su largo silencio editorial, roto ahora con un libro brev¨ªsimo que m¨¢s parece la met¨¢fora de un libro, no ha significado nada. Su escritura es escueta y al mismo tiempo m¨²ltiple porque apela a las preguntas iniciales: ?Por qu¨¦, para qu¨¦, qui¨¦n? Por eso, ausente y solitario, lo ¨²nico que ha hecho es ser el testigo de la podredumbre, el narrador de un inmenso cubo de basura en el que ¨¦l, con todos sus cong¨¦neres fatuos, entra con gafas oscuras.
Zambullido en la ¨²nica respuesta posible a sus preguntas, el silencio poblado de palabras que parecen latigazos, Beckett ha visto crecer a su alrededor, como Kafka y como Bernhard, los insectos de la enfermedad, la n¨¢usea y la nada. Convertidos en s¨ªmbolos de un tiempo fatuo, todos esos males forman parte de una arquitectura literaria que se queda en el mundo como el registro de la temperatura del fracaso.
O¨ªrle escribir es como asistir a la representaci¨®n de un acto sin palabras. Y a¨²n as¨ª domina tanto el ruido de su silencio que es imposible imaginarle callado nunca.
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