Garc¨ªa M¨¢rquez en el laberinto del general
En la ¨²ltima novela de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, El general en su laberinto, que saldr¨¢ estos d¨ªas a la venta, los di¨¢logos referentes a la pol¨ªtica son tan exactos que en muchas ocasiones provienen de documentos, en tanto que los dem¨¢s son novela, seg¨²n dice en esta cr¨®nica Belisario Betancur, presidente conservador colombiano de 1982 a 1986, y amigo del escritor. Toda la novela es una reflexi¨®n sobre el poder, dice el cronista, y es a la vez una nueva versi¨®n sobre el Libertador -a quien se cita por su nombre muy escasas veces-, pues se le devuelv una apariencia humana, en lugar de la acartonada de la gloria y de lo, libros. El Bol¨ªvar de Garc¨ªa M¨¢rquez es moreno, enjuto y peque?o.
"( ... ) congreg¨® a sus arquitectos y magos y les mand¨® construir un laberinto tan perfecto y sutil que los varones m¨¢s prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perd¨ªan. La obra era un esc¨¢ndalo, porque la confusi¨®n y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres".
Jorge Luis Borges
Los dos reyes y los dos laberintos
El laberinto en que penetra Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez es la vida del libertador Sim¨®n Bol¨ªvar en sus ¨²ltimos d¨ªas, desde su salida, en mayo de 1830, de Santa Fe de Bogot¨¢ -enfermo, derrotado y sin poder- hasta llegar a morir, asistido por el m¨¦dico franc¨¦s Pr¨®spero Reverend, a las orillas del mar Caribe, en la hacienda de San Pedro Alejandrino, de propiedad del espa?ol De Mier, cercana a Santa Marta.
Tradicionalmente, Garc¨ªa M¨¢rquez cultiva una especie de ag¨¹ero que le ha impedido hablar de sus obras antes de ser publicadas. Pero ahora ha ocurrido algo extra?o: tres de sus amigos m¨¢s cercanos han le¨ªdo su ¨²ltima producci¨®n. El poeta y novelista colombiano ?lvaro Mutis tiene el antiguo privilegio que le dan la amistad y la cercan¨ªa geogr¨¢fica (vive en M¨¦xico, como Gabo) de ser el primer lector de Garc¨ªa M¨¢rquez. Esta vez result¨® mal cr¨ªtico, porque al terminar de leer El general en su laberinto, que es el t¨ªtulo de su ¨²ltimo libro, llam¨® a Gabo llorando y le dijo: "Yo sab¨ªa que usted era un inmenso escritor; ahora estoy convencido de que es un genio".
A leguas de distancia, otro de los ¨ªntimos de Gabo, mientras guiaba su autom¨®vil por los vericuetos del San Andresito barranque?ero (ventas de contrabando), le confes¨® a un amigo com¨²n: "He llegado al convencimiento de que Gabito es un genio". Se trata de Alfonso Fuenmayor -miembro del m¨ªtico Grupo de Barranquilla y asiduo asistente de la vieja Cueva-, quien est¨¢ corrigiendo la Enciclopedia Brit¨¢nica y de quien Gabo dice: "Mama gallo en lat¨ªn". Pero hay que advertir que sus amigos, por serlo de verdad, suelen ser duros y descarnados en sus cr¨ªticas con Gabo, y ¨¦ste confiesa que, en ocasiones, ha cambiado cosas porque no le han gustado a Mutis.
Le ped¨ª a Gabo consentimiento para contar algunas de las intimidades que me ha confiado de su El general en su laberinto; y no s¨®lo me autoriz¨®, sino que agreg¨® nuevos datos. Me previno: "Tienes que andar con mucho cuidado", me dijo, "porque yo suelo tener por lo menos dos versiones de lo que escribo: una, la que realmente estoy escribiendo, y otra, la que les cuento a los amigos, Mutis entre ellos. Me ocurre a veces que Mutis comienza a hacer circular, enriqueci¨¦ndola con su imaginaci¨®n, la versi¨®n que le di; la cual, al cabo del tiempo, regresa a m¨ª aumentada, y mejorada. M¨¢s de una vez ocurre que ¨¦sta, renovada, que recibo, es mejor que la m¨ªa; y entonces la sustituyo".
Durante el jubileo de sus 60 a?os de edad y 30 de matrimonio celebrado en M¨¦xico, al que asist¨ª, vi el fichero y los centenares -me atrever¨ªa a decir millares- de libros le¨ªdos y anotados que ha consultado, incluyendo la correspondencia de El Libertador y los 34 tomos de memorias del general O?Teary, su secretario irland¨¦s. Me dijo que el ep¨ªgrafe que iba a usar era tomado de una carta de Bol¨ªvar a Santander, de 1823, que dice: "Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida".
M¨¦todos de escritura
Con s¨®lo ver su ejemplar subrayado del Bol¨ªvar de Gerhard Masur me hizo venir la idea de pedirle que esos documentos los entregue a la, Biblioteca Nacional de Colombia. S¨¦ que a ¨¦l no le gusta que vean su cocina, como llama a sus m¨¦todos de escritura, pero no pierdo las esperanzas de convencerle, porque ser¨ªa de utilidad para los estudiosos futuros de la literatura. Adem¨¢s, estoy seguro de que El general en su laberinto va a entrar a la historia, con todo y sus invenciones, porque es un h¨¦roe cre¨ªble, palpable y humano; y, por tanto, le va a gustar a la gente, a pesar de que es un relato doloroso y lleno de tristeza, toda documentada.
Gabo dice que se trata de una novela l¨ªrica, y esta sola clasificaci¨®n deber¨ªa detener a todos los que quisieran hurgar en ella buscando incongruencias, anacronismos y contradicciones de car¨¢cter hist¨®rico. Ya hablaremos de eso m¨¢s adelante.
Toda la novela es una reflexi¨®n sobre el poder, tema grato a Garc¨ªa M¨¢rquez. A la vez es un retrato de ese ser contradictorio pero singular que fue El Libertador, quien en un mismo d¨ªa se contradice en sendas cartas enviadas a distintos destinatarios El recuento se abre cuando Bol¨ªvar, el hombre m¨¢s poderoso de las que hoy son seis naciones abandona Santa Fe en silencio con sigilo, con la secreta esperanza de ser llamado de nuevo ejercer el poder. (Gabo s¨®lo usa la palabra Bogot¨¢ una vez, la primera, porque dice que es una expresi¨®n de feo sonido, indigna de ser usada en una novela l¨ªrica. Tampoco escribe el nombre de Bol¨ªvar, a quien se refiere simplemente como el General o El Libertador, y, como ya es habitual, contin¨²a proscribiendo el uso de los adverbios de modo terminados en mente.)
Al salir hacia el exilio en aquel mayo de 1830, el General ve los graffiti insultantes que sus amigos le han ocultado y alguien le grita al pasar "?Longaniza!", que es el apodo que le tienen sus enemigos. Longaniza era el nombre de un conocido loco callejero bogotano con copiosas condecoraciones de general ruso. Bol¨ªvar iba vestido de civil, con sombrero de jipa y envuelto en una manta. S¨®lo Manuelita S¨¢enz, su secretario y muy pocos m¨¢s le segu¨ªan siendo fieles. Manuelita lo quiso acompa?ar, pero El Libertador se rehus¨®.
?Para-d¨®nde iba Bol¨ªvar? Ni ¨¦l mismo lo sab¨ªa. De la novela de Gabo queda la impresi¨®n de que iba hacia adelante, sin destino fijo, esperando que lo llamaran al Gobierno. Hablaba de ir a Jamaica, a Inglaterra, o tal vez a Venezuela, a formar otro ej¨¦rcito. Pero, como repite su secretario a todo lo largo de la novela: "Las cosas de su Se?or¨ªa, s¨®lo su Se?or¨ªa las sabe".
La novela, en apariencia, cuenta s¨®lo los ¨²ltimos d¨ªas de Bol¨ªvar, desde su salida de Santa Fe hasta su muerte. Sino que gracias al m¨¦todo que en cine llaman flash back, Bol¨ªvar recuerda una serie de sucesos, anteriores en el tiempo, y la mayor¨ªa de car¨¢cter amoroso. En Guaduas, recoleta ciudad colonial, por ejemplo, una bella dama lo busca para pedirle que interceda solicitando clemencia para su marido, acusa do de homicidio. Esa dama era la misma que, a?os atr¨¢s, lo llev¨® en Jamaica hasta un sitio misterioso y rom¨¢ntico. Sin pasar a mayores, tuvieron una noche inolvidable. Al regresar a su albergue, Bol¨ªvar se entera de que un asistente, que hab¨ªa osado acostarse en su hamaca, amaneci¨® acuchillado. La fugaz aventura le hab¨ªa salvado la vida. ?A sabiendas de la misteriosa dama? Nunca lo sabremos, por lo que a la historia respecta. Pero, seg¨²n Gabo, s¨ª. De todas maneras, la ¨²ltima parte del relato es cierta; la del romance trunco, inventada. Es una historia cre¨ªble. Pero improbable. Y de cosas como esas est¨¢ llena la novela l¨ªrica de Garc¨ªa M¨¢rquez. Son relatos posibles que el autor convierte en verdad no s¨®lo porque tienen credibilidad, sino porque su creador hace que se vuelvan verdad con su toque de genio.
Bol¨ªvar, a todas las mujeres que amaba les hac¨ªa el homenaje de llevarlas en brazos a la cama o, perfectamente, a la hamaca. S¨®lo una vez no pudo hacerlo. Se encontr¨® una mompoxina tan cargada de adornos de oro que no pudo con ella.
Pensamiento de Bol¨ªvar
El autor respeta al pie de la letra el pensamiento de Bol¨ªvar: cada vez que el di¨¢logo se refiere a temas pol¨ªticos, es verdadero, tomado y a veces editado, de documentos, proclamas, cartas, discursos, recuerdos de primera mano. Naturalmente, inventa di¨¢logos y situaciones -no se olvide la advertencia del autor de que lo que ha escrito es una novela- cuando los temas son de amor o no tienen que ver con la pol¨ªtica. Por otra parte, no debe perderse de vista que estos ¨²ltimos d¨ªas son los menos documentados de la larga y agitada vida p¨²blica de El Libertador.
Este General va a crear controversias. Porque es un Bol¨ªvar de carne y hueso, de baja estatura, feo, medio mulato, mal hablado, distinto al acartonado que los americanos aprendimos en la escuela, a quien no le gusta perder ni a las cartas, ni en el amor, ni en la guerra. A¨²n hoy trato de descifrar lo que nos quisieron decir sobre Col¨®n, cuando nos ense?aban: "Era de familia pobre, pero noble, pues sus padres cardaban lana". Al contrario de estos personajes, cuya descripci¨®n poco dec¨ªa, el Bol¨ªvar de Garc¨ªa M¨¢rquez vive, ama, se enoja, juega, dice groser¨ªas; en una palabra, es de verdad, de carne y hueso.
Seg¨²n Garc¨ªa M¨¢rquez, Bol¨ªvar era moreno, enjuto y peque?o (calzaba 35, talla francesa). Pero, a juzgar por su iconograf¨ªa, se va blanqueando, y a medida que aumenta su gloria, aumenta su estatura y hasta mejora la figura.
Gabo dice que el Bol¨ªvar que hemos heredado ha sido tergiversado. Cuando le reclamo por una francesita que lo sigui¨®, pero llegaba siempre un d¨ªa despu¨¦s, incluso a su lecho de muerte, me dice que la historia de Anita Lenoit es un invento rom¨¢ntico, posterior a su muerte; lo que hace que sea falso, tambi¨¦n, el reto a duelo por ella. Que el ascenso al Chimborazo nunca existi¨® y, por ende, su empalagoso Delirio sobre el Chimborazo, que ha emocionado a tanto quincea?ero, nunca lo escribi¨® Bol¨ªvar. En tomo a este tema ha habido siempre dudas, sobre todo por la diversidad del estilo de esa p¨¢gina en comparaci¨®n con los dem¨¢s documentos bolivarianos.
Del Juramento en Roma, que Gabo omite, dice que no debi¨® ocurrir. El General, que como dijimos era mal hablado, es posible que dijera as¨ª:
"Ahora vamos a coger a esa partida de... espa?oles y a darles a todos por el...".
Ya el fil¨®sofo colombiano Fernando Gonz¨¢lez, tan mal hablado como El Libertador, en su Mi Sim¨®n Bol¨ªvar, publicado en Medell¨ªn en los a?os cuarenta, hab¨ªa aventurado algo similar:
"( ... ) esa vulgaridad que llaman discurso o juramento en Roma no es de Bol¨ªvar, sino del doctor Manuelito Uribe, quien la hubo de Sim¨®n Rodr¨ªguez, el cual la reconstruy¨® cuando ya estaba chocho. Bol¨ªvar dijo en el Monte Sacro: 'Te juro, Rodr¨ªguez, que libertar¨¦ a Am¨¦rica del dominio espa?ol y que no dejar¨¦ all¨¢ ni uno de esos carajos'. Eso fue todo...".
A lo largo del proceso creativo, Gabo se encontr¨® con innumerables trampas, que supo sortear con habilidad. De pronto se vio hablando de geranios en la costa Caribe, donde no existen. Y tuvo que arrancarlos todos. En otro pasaje describi¨® al General y a Manuelita S¨¢enz paseando, en la Quinta en Bogot¨¢, bajo la olorosa sombra de los eucaliptos. M¨¢s tarde ley¨® en el libro del cient¨ªfico colombiano Enrique P¨¦rez Arbel¨¢ez, la biblia de los bot¨¢nicos, que lo m¨¢s probable es que los eucaliptos hayan sido importados a Colombia, desde Australia, en uno de los Gobiernos de Murillo Toro, o sea, entre 1863 y 1872. Pero lo que s¨ª es seguro es que el abuelo del padre P¨¦rez Arbel¨¢ez plant¨® uno er Bogot¨¢, precisamente para conmemorar el centenario del natalicio de El Libertador, en 1883
Por razones similares, en Cartagena tuvo que quitarle un m ango de az¨²car de la boca al General, porque en esa ¨¦poca a¨²n ne los hab¨ªan tra¨ªdo de la India, cosa que ocurri¨® a mediados del siglo pasado, a trav¨¦s de las Antillas Holandesas.. Y, a ¨²ltima hora, impidi¨® que Mart¨ªnez Pinillos y su familia recibieran a El Libertador en Mompox, porque hac¨ªa cinco a?os que estaban muertos. Tanto, que ya exist¨ªa en su honor un Colegio Pinillos.
Hubo otro problema, lexicogr¨¢fico, originado por el hijo de Iturbide. ?C¨®mo vino a dar a Colombia este curioso personaje? En M¨¦xico alguien (dijo que como Iturbide estaba por coronarse emperador y Bol¨ªvar ten¨ªa ganas... Calumnias de la oposici¨®n; a Bol¨ªvar nunca se le pas¨® por la cabeza coronarse emperador: "Fueron cosas de P¨¢ez", dice Gabo. El hijo del futuro emperador le hizo a Bol¨ªvar un plano en relieve de una batalla, en plast¨ªlina. Pero esta palabra no figura en ning¨²n diccionar¨ªo espa?ol, con todo y su noble ancestro griego (plasteo: dibujar). Entonces Gabo decidil¨® usar la pa?abra masilla, que tiene m¨¢s sabor decimon¨®nico. Bol¨ªvar distingu¨ªa mucho al. hijo de Iturbide, que hab¨ªa estudiado milicia en una escuela inglesa, donde le ense?aron, entre otras muchas cosas, a caer con dignidad del caballo en el momento de la muerte.
"Esos dos versos son; rep¨ªtemelos".
La poeta Carranza y yo quedamos felices de haber contribuido, aunque fuera con s¨®lo dos versos prestados (cuyo secreto se mantiene), a la nueva obra maestra del Nobel.
Ya con su novela terminada, la minuciosidad,condujo a Gabo hasta Colombia y Venezuela, a consultar con los mejores historiadores bolivarianos. De Caracas regres¨® a Cuba cargado de insinuaciones y documentos, con tres costillas rotas y una clav¨ªcula fuera de lugar. Fue cuando ocurri¨® su accidente.
En una conversaci¨®n en el palacio de Miraflores, en Caracas, con el presidente Jaime Lusinchi, de Venezuela, y algunos historiadores e intelectuales, dec¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez: "Todo en Bol¨ªvar fue prof¨¦tico: ¨¦l fae un verdadero profeta". Uno de los asistentes, aunque estaba de acuerdo con lo que Gabo dec¨ªa, lo interrumpi¨® para ponerlo en alerta sobre los problemas sin soluci¨®n al desacralizar al h¨¦roe, y le advirti¨® con su cantar¨ªn acento caraque?o:
"Ten cuidado, vale, porque hasta ahora nadie ha sido capaz de bajar a Bol¨ªvar del caballo".
La verdad es que s¨ª lo hemos bajado del caballo: nosotros mismos, los iberoamericanos, los latinoamericanos, los hispanoamericanos, que todos somos una sola y misma cosa. Lo hemos bajado en el sentido de que hemos sido incapaces de realizar el sue?o de Bol¨ªvar, su prop¨®sito obsesivo de una Am¨¦rica unida como ¨²nica manera de ser interlocutor v¨¢lido de los grandes bloques contempor¨¢neos. Esa frustraci¨®n recorre de nostalgia el laberinto del General.
"Estoy seguro de que 'El general en su laberinto' va a entrar en la historia porque es un h¨¦roe cre¨ªble; y, por tanto, le va a gustar a la gente, a pesar de que es un relato doloroso..."
Babelia
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