Aprendizajes
No formaba parte la sexolog¨ªa de los estudios de Derecho que en su d¨ªa curs¨¦. Me ha sorprendido, pues, la gala de conocimientos sobre la materia que han hecho varios jueces en las ¨²ltimas semanas. Ignoro en qu¨¦ centros -de ense?anza, de dolor o de placer- los adquirieron. En realidad, no me parece que el oficio de juzgar requiera haber estudiado a Freud, ni siquiera distinguir entre las trompas de Eustaquio y de Falopio. Basta con saber que el ser humano es libre y a¨²n debe serio m¨¢s.Por el contrario, a tenor de ciertas sentencias judiciales, el var¨®n ser¨ªa un aut¨®mata furioso, incapaz de mediar entre est¨ªmulo y respuesta y autorizado a confundir vengativamente el est¨ªmulo con la provocaci¨®n. A la mujer se le supondr¨ªa dispuesta a aceptarlo todo, incluso la barbarie, en cuanto no fuese ignorante, sumisa, abstemia y con domicilio fijo. Es dif¨ªcil concebir una antropolog¨ªa m¨¢s triste o m¨¢s rudimentaria. La seducci¨®n, el juego, la negociaci¨®n, el quiz¨¢ otro d¨ªa estar¨ªan excluidos. La libertad no parece existente ni deseable en el discurso de estos jueces. Para su mal y el nuestro aprendieron, pues, a hablar del sexo.
A m¨ª tambi¨¦n me ense?aron que las mujeres eran el terreno donde los hombres deb¨ªan probar su nosequ¨¦ o conquistar y conservar am¨¦ricas confusas. De caricias, silencios y ara?azos aprend¨ª que ni el libro de familia ni la navaja me abrir¨ªan puerta por la que mereciese la pena mirar adentro. Y que no hallar¨ªa mi mano mejor piel que aquella que se resistiese a ser tocada por otra raz¨®n que la del gusto. Entend¨ª que no era el macho de ninguna especie y menos un aut¨®mata fascinado por el funcionamiento de su pene, sino un deseo abierto a otros deseos.
Mi condici¨®n masculina -un azar que asumo sin orgullo y sin disculpas- rechaza por igual las calumnias que me imputan y los compadreos que me ofrecen estos jueces. Puedo dar y recibir placer en un mundo de hombres y mujeres libres. Dejen de protegerme. Mi libertad est¨¢ representada por las mujeres demandantes.
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