Curas y delincuentes
Una parroquia de Madrid abre s¨®lo para la liturgia debido a las "frecuentes agresiones"
"?Atenci¨®n! Debido a las frecuentes agresiones a los sacerdotes de la parroquia, se abrir¨¢n el templo y los servicios parroquiales unos minutos antes de las celebraciones lit¨²rgicas, y se cerrar¨¢n terminadas estas celebraciones (en los d¨ªas laborables)". La parroquia de San Mart¨ªn, en la calle del Desenga?o -donde recientemente se desarroll¨® una espectacular operaci¨®n de limpieza contra "el mayor foco de droga de la ciudad"-, no tiene dinero en el cepillo, ni im¨¢genes en las hornacinas, ni estampas en los altares, pero ha colocado en su puerta tan llamativo cartel.
La parroquia casi no tiene ni feligreses, y los que entran no van buscando la fe, sino un talego pa?l pico. Los curas han decidido echar el cierre.El p¨¢rroco, parco en palabras, prefiere no dar su nombre. No ha perdido la serenidad de su semblante, aunque a medida que avanza el relato su rostro se va ti?endo inevitablemente de resignaci¨®n: "Me desnud¨® y todo; aqu¨ª, en medio de la iglesia. Fue el d¨ªa 27. Era uno solo. Amenaz¨® a las cinco o seis personas que hab¨ªa. Todos se quedaron quietos, paralizados. Me llev¨® arrastrando por todo este pasillo y me peg¨®; quer¨ªa que le diera algo, pero yo no ten¨ªa nada".
Todo vale
"Al principio van siempre a por los cepillos, pero, vaya, vaya usted..., ver¨¢ que como mucho hay all¨ª 10 pesetas. Luego intentan llevarse cosas, pero ya no queda nada. Se han llevado las im¨¢genes, los cuadros, los candelabros.. Lo poco que quedaba lo hemos trasladado a otro sitio. Ya no nos queda nada, y cuando se dan cuenta nos pegan".
"Por eso hemos tenido que cerrar las puertas de la parroquia de San Mart¨ªn. Los feligreses se quejaron al principio, pero lo acabaron entendiendo. Abrimos la iglesia los s¨¢bados y los domingos todo el d¨ªa. En realidad lo que hacemos es cerrar entre las liturgias, las horas muertas".
"Si quieren rezar, se tendr¨¢n que ir a otro sitio, qu¨¦ le vamos a hacer", se lamenta el p¨¢rroco. "No podemos hacer nada. Yo soy el primero al que no le gusta cerrar de esta manera la iglesia, y ya le digo que se han llevado pr¨¢cticamente todo lo que se pod¨ªan llevar, pero lo del otro d¨ªa fue demasiado'.
"Lo peor es que ya no hay respeto por la iglesia. Les da igual entrar aqu¨ª o a una tienda de ultramarinos. No les impone el silencio, el ambiente. Como aquellos que subieron hasta el altar en mitad de la misa y le bebieron el vino consagrado".
Un siseo creciente anuncia el comienzo de la misa de doce y el p¨¢rroco se escabulle por la sacrist¨ªa. Una docena de feligreses, ensimismados y dispersos, contesta al sacerdote oficiante.
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