La insumisi¨®n obediente de los cat¨®licos
El manifiesto de los casi 200 profesores de teolog¨ªa alemanes y de otros pa¨ªses centroeuropeos (a los que se van uniendo de otros pa¨ªses europeos y americanos) es un fen¨®meno importante en estos momentos cruciales de la Iglesia cat¨®lica. Ya no se trata de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, cuyos fallos pueden achacarse a la inferioridad cultural y ¨¦tnica de unos indiecitos del Nuevo Mundo. Se trata nada menos que del centro hist¨®rico de la elaboraci¨®n cl¨¢sica de la teolog¨ªa. De Alemania y de Centroeuropa vienen saliendo hace ya siglos los m¨¢s famosos te¨®logos, cat¨®licos y protestantes, que han servido de solera a toda la teolog¨ªa cristiana universal, m¨¢s all¨¢ de toda frontera geogr¨¢fica y confesional.Estos te¨®logos, sobre todo los cat¨®licos, se han mantenido siempre en un equilibrio que pudi¨¦ramos llamar de centroizquierda, y pocas veces han recibido de Roma advertencias importantes. Antes del Concilio Vaticano II los te¨®logos contestatarios escrib¨ªan en franc¨¦s y forjaron lo que se llam¨® la nouvelle th¨¦ologie, que fue perseguida por los cancerberos romanos, hasta que milagrosamente el Concilio Vaticano II hizo el milagro de convertir aquel amago de herej¨ªa en el vino de la ortodoxia conciliar. Y as¨ª pudimos ver que los perseguidos De Lubac, Dani¨¦lou, Congar, Ch¨¦nu se convirtieron en los m¨¢s firmes pilares de los padres conciliares, y la nouvelle th¨¦ologie se reconvirti¨® en doctrina oficial de la misma Iglesia.
Por aquella ¨¦poca los te¨®logos alemanes estaban inmersos en sus laboratorios universitarios y los temas que discut¨ªan no preocupaban al centro romano de la Iglesia. Eran demasiado elevados y acad¨¦micos. Pero las cosas han cambiado notablemente. Ya en el concilio los alemanes empezaron a dar muestras de apertura ins¨®lita, como se pudo ver en el que fue consejero del cardenal Frings, de Colonia, Joseph Ratzinger, posteriormente profesor de la universidad de Tubinga. ?Qui¨¦n iba a decir que, pasando el tiempo, aquel joven profesor progresista de Tubinga se convertir¨ªa en el severo guardi¨¢n de la ortodoxia y del conservadurismo romanos desde su puesto de cardenal prefecto de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe!
Si las cosas hubieran seguido su curso normal, uno de los firmantes de la famosa carta ser¨ªa sin duda Joseph Ratzinger, que estampar¨ªa su firma al lado de su compa?ero de facultad Hans Kiang. Pero el futuro siempre es una inc¨®gnita.
Centr¨¢ndonos ahora en la carta, observamos que su contenido no es de suyo nada explosivo. Es la doctrina corriente de la Iglesia, expuesta y subrayada especialmente en el Concilio Vaticano II. Los firmantes declaran abiertamente algo tan evang¨¦lic-o y elemental como esto: "La subordinaci¨®n de obispos y cardenales al Papa, dada por hecho y exigida con frecuencia en los ¨²ltimos tiempos nos parece ciega. La obediencia eclesi¨¢stica en el servicio del evangelio requiere una disposici¨®n a la cr¨ªtica constructiva (,v¨¦ase el C¨®digo de Derecho Capi¨®nico, canon 212, p¨¢rrafo 3)". Por eso los firmantes se atreven a "invitar a los obispos a que recuerden el ejemplo de Pablo, que se reconcili¨® con Pedro, si bien le discutiera la cuesti¨®n ?le la misi¨®n entre los fieles (Gal. 2,1 l)".
Hay que recordar que en Alemania. y otros pa¨ªses cen¨²oeuropeos las facultades de Teolog¨ªa pertenecen de lleno a la Universidad civil, que carga con los gastos y la organizaci¨®n, si bien existe un acuerdo con la Santa Sede, pero jam¨¢s una actitud serviL Por eso, la facilidad y frecuencia con que Roma ha puesto y quitado profesores ha irritado a las autoridades acad¨¦micas y va poniendo en peligro el sistema establecido, que implica una ¨®ptima'presencia del catolicismo en la cultura de los pa¨ªses respectivos. No se puede nombrar un profesor de teolog¨ªa s¨®lo o principalmente por motivos de p¨®l¨ªtica religiosa, sin tener en cuenta su calidad intelectuaL Y esto va pasando en las facultades centroeuropeas.
Los profesores terminan haciendo una declaraci¨®n muy grave: "Cuando el Papa hace lo que no es de su incumbencia, no puede exigir la obediencia en nombre del catolicismo. Debe esperar que se le contradiga".
Pues bien, aqu¨ª viene nuestra pregunta: esta actitud de los te¨®logos firmantes, ?implica una actitud de desobediencia que requiera un castigo o un anatema por parte del Papa, como si ¨¦ste fuera un monarca absoluto, al estilo de los papas medievales que tanto da?o hicieron a la Iglesia, como consta por la simple lectura de la historia? ?Tendremos que esperar a que pasen los siglos o simplemente unas d¨¦cadas para pronunciar un juicio cr¨ªtico sobre algo que ya hoy est¨¢perjudicando a la Iglesia? ?Cu¨¢l ser¨¢ lapostura evang¨¦lica? ?Cu¨¢l la postura verdaderamente obediente en el sentido eclesial de la palabra?
Todos sabemos que en amplios c¨ªrculos de la Iglesia cat¨®lica, empezando por los mismos obispos (incluyendo a altos personajes de la misma curia vaticana) y terminando por los cristianos de a pie, hay un malestar que se expresa un poco en voz baja, porque todav¨ªa en la Iglesia cat¨®lica se considera mucho el poder papal, que fue exaltado espiritualmente a fines del pasado siglo cuando perdi¨® su autoridad temporal con el expolio de los Estados pontificios. El Concilio Vaticano II ha implicado un respiro a este respecto, pero, como toda revoluci¨®n, empieza ahora a recobrar su primitivo estado de involuci¨®n.
En esta situaci¨®n los cristianos no conformes toman tres posturas. La primera es la de hacer mutis por el foro. Dejan la Iglesia, ya que les supone tanta incomodidad. Abandonan los sacramentos y solamente echan de cuando en cuando una mirada atr¨¢s, de nostalgia, pero tienen su vida completamente secularizada. La segunda postura es la de los que siguen formalmente dentro de la Iglesia, pero adopta-n una actitud pasotista; se repliegan en su gueto y pretenden proclamar el evangelio un poco en voz baja, para que los guardianes de lafe no se enteren de c¨®mo predican, de c¨®mo celebran los ritos, de c¨®mo piensan, en definitiva. Es decir, se construyen una especie de clandestinidad eclesial. Y la. tercera actitud es la que aparece en la carta que comentamos: salen a la luz p¨²blica y, como Pablo a Pedro en Antioqu¨ªa, "se oponen al Papa porque es digno de reprobaci¨®n" (Gal, 2,1 l). ?Cu¨¢l de las tres posturas es m¨¢s evang¨¦lica, m¨¢s eclesial y m¨¢s papista?
La primera claramente implica un abandono de la Iglesia por lo menos, y muchas veces de la misma fe. La segunda supone una depreciaci¨®n del papado como funci¨®n importante e imprescindible en la Iglesia, ya que piensan que se puede ir tirando como si el Papa no existiera. Sin embargo, la tercera postura, aunque aparentemente aparece la m¨¢s desobediente, es' de hecho la m¨¢s sumisa. Es, en primer lugar, la m¨¢s evang¨¦lica, ya que sigue el ejemplo de Pablo; es la m¨¢s eclesial, porque lo hace todo a la luz del d¨ªa y no cree que haya que cavar unas catacumbas para llevar adelante un cristianismo paralelo; y es finalmente la m¨¢spapista, porque demuestra que cree en el papado. En efecto, esta denuncia prof¨¦tica quiere decir que para ellos (para nosotros) el papado es imprescindible y por eso, cuando vemos que no cumple con el fin para el que fue instituido por Cristo, nos vemos en la obligaci¨®n de levantar respetuosamente nuestra voz, acompa?ada de nuestra oraci¨®n a -Cristo para que ilumine al que hoy por hoy encarna la sublime funci¨®n de pastor universal de los creyentes.
Nosotros creemos que hay que purificar el papado y limpiarlo de tanta ganga como se le ha adherido a trav¨¦s de los siglos. Quiz¨¢ con un papado vuelto a la pureza evang¨¦lica se haga posible la uni¨®n de los cristianos. Lo vimos en el concilio, cuando comprobamos la espont¨¢nea alegr¨ªa de los otros cristianos embobados ante la figura sublime del viejo Juan XXIII pidiendo perd¨®n por los desmanes que sus antecesores hab¨ªan cometido a lo largo de la historia de la Iglesia.
En una palabra, aunque parezca una paradoja, quisi¨¦ramos decirle cari?osamente a nuestro papa Juan Pablo II que esta actitud no va contra ¨¦l, sino a favor de ¨¦l. Es una actitud amorosa. Y es que nuestra aparente insumisi¨®n es la ¨²nica verdadera obediencia a la funci¨®n apost¨®lica del papado. Otra cosa podr¨ªa llamarse adulaci¨®n, miedo e incluso crueldad. Pablo as¨ª lo comprendi¨® cuando reprendi¨® a Pedro.
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