Eupalinos
Una larga y entra?able convivencia con Eupalinos, o El Arquitecto, me sugieren est¨¢s notas a vuelapluma que s¨®lo tienen, por pretensi¨®n, plantear un interrogante sobre aquellas razones inconscientes que gobiernan el subsuelo de nuestra cultura tecnoest¨¦tica. Catorce a?os de trabajo en una escuela t¨¦cnica de arquitectura me han puesto en evidencia la grandeza y los l¨ªmites, en ocasiones tr¨¢gicos, de esta vocaci¨®n-profesi¨®n que el destino, o la fortuna, me ha dado como la m¨¢s cercana a mi propia competencia. Percibo a Eupalinos situado en el ojo del hurac¨¢n. O de modo m¨¢s exacto, presionado, cercado y hasta desgarrado por dos solicitaciones antag¨®nicas, hostiles, enemigas, que lo colocan en el centro mismo de la contradicci¨®n sin soluci¨®n. Como en la vieja canci¨®n-bolero, Eupalinos tiene el coraz¨®n loco y dividido. Eupalinos es el m¨¢s fil¨®sofo de todos los hombres t¨¦cnicos, el m¨¢s cercano a su amado y odiado S¨®crates, pero es tambi¨¦n el m¨¢s t¨¦cnico de todos los artistas, de todos los cultivadores de las llamadas bellas artes y bellas letras (humanidades). En los estudios preparatorios de Eupalinos abundan las matem¨¢ticas y la f¨ªsica, y el c¨¢lculo de resistencia de materiales, los estudios cient¨ªficos de la materia y sus leyes, pero tambi¨¦n la historia de la sensibilidad y del gusto, la anal¨ªtica de las formas est¨¦ticas, la filosof¨ªa del arte y de la cultura. Nadie est¨¢ tan expuesto como Eupalinosla salvaje indisciplina del concepto o a hacer verdad el dicho de que "quien mucho abarca, poco aprieta". Pero ning¨²n profesional tiene, acaso, en nuestro mundo un ideal tan noble (y tan expuesto). Nadie como Eupalinos debe conocer los movimientos especulativos del mercado y las proclividades que el poder tiene, de Hitler a Pompidou, o a Felipe Gonz¨¢lez, a tentarse por el ornato monumental o por el estado de edificaci¨®n permanente. Pero nadie como ¨¦l vive en la perpetua maroma y en el v¨¦rtigo entre su ideal y lo m¨¢s expueto de lo real.
En Eupalinos, en su cerebro y coraz¨®n divididos, se pone en evidencia la ra¨ªz misma de nuestra conciencia desventurada, que surge del desgarro creciente, en Occidente, de la vieja palabra techne. Vivimos, en efecto, de la enajenaci¨®n doble de la techne. ?ste era, en Grecia, un t¨¦rmino de gran amplitud que abarcaba, generoso, as¨ª en los di¨¢logos plat¨®nicos, el hacer y el obrar, saber-hacer, saber obrar, eso que nosotros distinguimos y diferenciamos como t¨¦cnica y bellas artes. Esa unidad perdida se desgarra en su interpretaci¨®n hist¨®rica al seguir esta palibra techne dos rutas antag¨®nicas: la ruta del arte inspirado (Plotino) y la ruta de la tecno-ciencia (Arist¨®teles, Galileo, Newton, Leibnitz). Yo sue lo habla del doble paradigma que nos enajena en su desventurada separaci¨®n, el plotiniano y el leitnitzeano. Eupalinos es la memoria de un viejo ideal de unidad (griego, ¨ªtalo-renacentista). Es la conciencia l¨²cida y vigilante de esa unidad perdida que quiere siempre, por parte de algunos corazones nobles, recuperarse. Eupalinos es el t¨¦cnico, es decir, el sujeto que da techo, tectum, o cobijo, a nuestro ser con el fin de que este mundo pueda ser habitado. Arquitecto es arquit¨¦cnico, es decir, el su jeto que da techo (Emnianuelle Severino) a nuestro ser. Ese dar techo (techne) hace de esta vocaci¨®n-profesi¨®n la primigenia, la principa (archi) entre las technes, la que constituye su arquetipo, su iodelo y su matriz. Eupalinos representa lo mejor de nosotros mismos y, por lo mismo puedle representar y manifestar tambi¨¦n lo peor, lo m¨¢s abominable. Eupalinos nos recuerda siempre que este mundo que somos podr¨ªa ser alguna vez habitable y habitado. Encarna y protagoniza esa utop¨ªa ¨²nica que subsiste y resiste en medio de toda la ci¨¦naga de cinismo que nos invade y que domina nuestra alta misma de ¨¦tica y de est¨¦tica. Alberga ese coraz¨®n de utop¨ªa que ning¨²n pos modernismo logra desangrar, pues late detr¨¢s y delante de nuestra historia sin historia, a modo de ideal de unidad que puede ser rescatado.
Esa utop¨ªa choca radicalmente, sin embargo, con un contexto convivencial, pol¨ªtico, que al no poderse legitimar en su propio juego dial¨¦ctico (democr¨¢tico) apela, consciente o inconscientemente, a esas dos ramas separadas del antiguo tronco germinal de la techne griega, a modo de instancias legitimadoras de la praxis pol¨ªtica: una de ellas es la t¨¦cnica, la tecnociencia, con su m¨¢gico despliegue a trav¨¦s de tecnolog¨ªas-punta y cibern¨¦tica, ¨²nico resto de la idea vetusta de ilustraci¨®n y progreso; otra es el arte, las bellas artes o el arte inspirado, concebido como ¨²nico rescoldo de lo sagrado y religioso en un mundo deshechizado y desencantado. Sobre ambas hay un sospechoso consenso general de pol¨ªticos y ciudadanos. Constituyen lo indiscutible, aquello que nadie se atreve a cuestionar ni a pensar.
Pero ambas subsisten separadas, aisladas e incomunicables. Y en ello evidencian nuestra consciencia desventurada. Y Eupalinos constituye, sin duda, la figura vocacional-profesional que da testimonio de esa conciencia desventurada. Y es tambi¨¦n la memoria viviente de esa unidad olvidada, perdida y desgarrada.
En su praxis, en su proyectar y construir, se pone en evidencia, cada vez que Eupalinos pone la mano sobre el papel o el l¨¢piz sobre el plano, cada vez que debe producir una elecci¨®n, una deliberaci¨®n, una decisi¨®n, ese desgarro tr¨¢gico (y apasionante) entre lo t¨¦cnico y lo est¨¦tico, entre los apremios de la tecnociencia y las solicitaciones seductoras de la inspiraci¨®n, del fuego del cielo.
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