El m¨¢s largo poema jam¨¢s escrito
La segunda edici¨®n del 'Oxford English Dictionary', una gigantesca visi¨®n total de la lengua inglesa
Impulsado por todas las m¨¢quinas de la moderna tecnolog¨ªa, el Oxford English Dictionary (OED) ha incorporado sus cuatro abultados suplementos a su cuerpo principal y ahora extiende en las estanter¨ªas la gigantesca visi¨®n total de la lengua inglesa, su pasado, su presente, aunque no necesariamente su futuro. Porque las lenguas cambian, pero ninguna lo hace m¨¢s que el ingl¨¦s, e incluso un l¨¦xico tan omnicomprensivo como el OED es ya, reci¨¦n salido de la mano de los impresores, una visi¨®n del pasado.El trabajo no tendr¨¢ nunca fin; el OED es una haza?a ¨¦pica, pero la l¨ªnea final no puede ser escrita. Todo lo que podemos hacer por el momento es maravillarnos de su elegancia, de su erudici¨®n, del esfuerzo que supone. El doctor Johnson, que produjo su propio diccionario m¨¢s o me nos en solitario, da una definici¨®n secundaria del lexic¨®grafo diciendo que es "un esclavo inofensivo". En un cierto nivel, esta definici¨®n es atinada. En una ¨¦poca de destrucci¨®n que siempre capta los titulares de los peri¨®dicos, un peque?o ej¨¦rcito de hombres y mujeres se ha esclavizado para conservar. Esto es hero¨ªsmo, pero no hay nada sensacional en ello. Es algo tranquilamente -o inofensivamente- honroso, y yo estoy aqu¨ª para honrarlo.
Pero perm¨ªtaseme honrar, en primer lugar, a los pioneros.
Todo lexic¨®grafo construye sobre un trabajo ya realizado, y la labor principal se llev¨® a cabo en el siglo XIX. Era oportuno que el OED tuviera sus inicios en una ¨¦poca de grandes proyectos de ingenier¨ªa, de construcci¨®n de los imperios, del vuelco de la historia por Marx y de la cosmolog¨ªa por Darwin.
Epopeya victoriana
El OED, en su forma del siglo XIX, ha sido justamente calificado como nuestra epopeya victoriana y en la tradici¨®n johnsoniana fue obra en su mayor parte de un solo hombre. Este hombre era un maestro de escuela escoc¨¦s, pol¨ªmata, temeroso de Dios, abstemio, no fumador, con numerosa descendencia, llamado James Murray.En La feria de las vanidades, de Tackeray, Becky Sharp tira su ejemplar del diccionario de Johnson -regalo de despedida de miss Pinkerton, quien dirige una academia para chicas j¨®venes-. Se trata de un gesto en la direcci¨®n de la modernidad, porque Johnson trat¨® de fijar unas normas para siempre de uso del ingl¨¦s con su origen en un pasado ya muerto. Despu¨¦s de Waterloo empezaba una ¨¦poca cient¨ªfica, y era el tiempo incluso para que los diccionarios fueran objetivos, puestos al d¨ªa, descriptivos y no prescriptivos.
Johnson era un hombre extravagante y muy personal. No obstante, hab¨ªa en su diccionario una cosa que los nuevos lexic¨®grafos abandonar¨ªan s¨®lo por su cuenta y, riesgo -abundancia de citas para mostrar las palabras en su uso-. Una de las glorias del OED es el mont¨®n de citas ilustrativas que respaldan la definici¨®n. ?ste es el motivo de que el OED sea de tan gran tama?o.
El a?o 1876 fue trascendental para los autores de diccionarios. Los ¨²nicos l¨¦xicos que el mundo anglo-estadounidense ten¨ªa entonces eran los de Noah Webster, Charles Richardson y Joseph Worcester. El de Richardson, impreso por Johnson, estaba lleno de citas, pero ¨¦stas sustitu¨ªan a las deriniciones. Las etimolog¨ªas de Richardson eran muy poco s¨®lidas: por ejemplo, fue bastante r¨¢pido para derivar hash (pizadillo) del ash persa, que significa estofado. El Wesbster era bueno, y todav¨ªa lo es, pero no lo suficientemente bueno. Harrier, el editor estadounidense, quiso colaborar con Macmillan, en Londres, en la producci¨®n de un nuevo diccionario "como el Webster en volumen, pero tan superior en calidad como sea posible". ?Qui¨¦n deb¨ªa dirigirlo? S¨®lo hab¨ªa un hombre que pudiera hacerlo, y ese hombre era James Murray.
Autodidacto
Murray era un erudito autodidacto. Nacido cerca de Hawick, en Roxburghshire, fue profesor en la Mill Hill School, en las proximidades de Londres, una de las academias disidentes creadas como r¨¦plica a las escuelas p¨²blicas anglicanas. Ten¨ªa una pasi¨®n por aprender que, si bien nunca necesita justificaci¨®n, pod¨ªa encontrarla en el deber de servir a Dios y honrar su creaci¨®n intentando entenderla. Sent¨ªa una gran curiosidad por todo, y especialmente por el lenguaje. Ten¨ªa al menos un conocimiento te¨®rico de todas las lenguas, vivas y muertas.Cuando el patriota h¨²ngaro exiliado Kossuth visit¨® Hawick -una ciudad apasionada por la libertad nacional- fue recibido por la banda de la ciudad y con una pancarta escrita en magiar -J?jj?n-el a' te orszagod, que quiere decir "venga a nosotros tu reino"- Murray hab¨ªa estado trabajando. Aprendi¨® los idiomas a partir de traducciones de la Biblia. En su vejez a¨²n pudo escribir en caracteres chinos buena parte del G¨¦nesis.
Criado en la frontera angloescocesa, Murray se vio sorprendido cuando a¨²n era muy ni?o por el hecho de que no existiera una frontera pol¨ªtica que coincidiera con una isoglosa (o frontera entre idiomas). Los ingleses de all¨ª para abajo hablaban su misma lengua. La lengua era un continuum -tanto en el tiempo como en el espacio-. El ingl¨¦s anglosaj¨®n y el hablado en los siglos XII al XV segu¨ªan vivos, en la forma de un habla incorrecta. La lengua era primariamente un habla, no signos en un papel.
Si fu¨¦ramos verdaderos fil¨®logos, lo primero que tendr¨ªamos que aprender es el ingl¨¦s como un sistema de sonidos, con ¨¦stos siempre en proceso de cambio. Murray aprendi¨® fon¨¦tica de Alexander Melville Bell y, mientras estaba en ello, dio lecciones de electricidad al hijo adolescente de aqu¨¦l, Alexander Graham Bell, quien luego invent¨® el tel¨¦fono. Grahani iba a llamar a Murray el abuelo de esa maravilla. La paternidad de la misma estaba reservada a algo m¨¢s, as¨ª como a los ni?os llamados Wilfrid, Hilda, Oswyn, Ethelwyn, Elsie, Harold Ethelbert, Aelfric, Rosfrith, Gwyneth y Jowett.
Ese algo m¨¢s era un diccionario tan compendioso que Macmillan y Harper se asustaron. La Sociedad F¨ªlol¨®gica de Gran Breta?a, a la que Murray pertenec¨ªa entonces, consigui¨® de los editores una obra de 6.000 p¨¢ginas, cuando ¨¦stos quer¨ªan que fuera solamente de 2.000. La lexicografia anglo-estadounidense iba a entrar en la corriente principal de la filolog¨ªa moderna, tal como se practicaba en Alemania. Esto fue idea de Murray. Los delegados de la Oxford University Press asumieron el proyecto, pero incluso ellos llegar¨ªan tambi¨¦n a asustarse. No, evidentemente, para siempre.
El 'scriptorium'
En su casa de Mili Hill, Murray instal¨® lo que ¨¦l llamaba el scriptorium y revisti¨® sus paredes de clasificadores. Nunca hubo bastante. El proyecto creci¨®. No se omitir¨ªa ninguna palabra si Murray pod¨ªa ev¨ªtarlo. Tuvo que ceder ante la mojigater¨ªa victoriana, pero en el cielo, sin la menor duda, estar¨¢ asintiendo con la cabeza ante la inclusi¨®n de fuck (joder) y cunt (co?o) en el OED de nuestra m¨¢s permisiva ¨¦poca. Se enfad¨® con Robert Browning por emplear mal muchas palabras, incluyendo twat (en jerga tab¨², los genitales femeninos). La colosal labor sigui¨® su curso en los intervalos de sus clases en la escuela, pero Murray, confiando en un posible nombramiento universitario y en conseguir m¨¢s cantidad de alimento erudito del que pod¨ªa disponer en Mill Hill, traslad¨® a Oxford el scriptorium. Oxford no fue amable con ¨¦l. Henry Sweet, el gran fil¨®logo al que Bernard Shaw convirti¨® en su Henry Higgins, le avis¨®:"De ahora en adelante debe usted estar preparado para sufrir muchas intromisiones y ¨®rdenes fastidiosas, y verse expuesto en cualquier momento a un despido sumar¨ªsimo. Ver¨¢ entonces c¨®mo sus materiales y los ayudantes preparados por usted son utiliza dos por alg¨²n pez gordo de Oxford, quien sacar¨¢ un buen salario por no hacer nada. Conozco algo de Oxford y de su bajo esta do de moralidad en lo que se refiere a las intrigas y a los intereses personales". El aviso era pertinente. Ceguera acad¨¦mica, plazos tir¨¢nicos, arrebatos de indiferencia y un comercialismo indigno rodearon el largo viaje desde la A hasta la T (hasta donde lleg¨® Murray). Pero el indomable maestro sigui¨® adelante.
Desprecio
Un tanto menospreciado por los oxonienses como un hombre sin t¨ªtulo universitario (aunque en el Reino Unido no existe ninguna facultad de Filolog¨ªa), recibi¨® un doctorado de la universidad de Edimburgo y encontr¨® ¨²til el birrete acad¨¦mico para mantener caliente la cabeza. Finalmente recibi¨® un t¨ªtulo de caballero, pero temi¨® que los comerciantes locales le subieran sus precios. No hizo dinero con su trabajo y no deseaba la fama. "Soy un don nadie -si tienen ustedes algo que decir sobre el diccionario, ah¨ª est¨¢ a su disposici¨®n-, pero t¨®menme como un mito solar, o como un eco, o como una cantidad irracional, o no me hagan ning¨²n caso".En 1884, Murray todav¨ªa ten¨ªa la visi¨®n de una obra en cuatro vol¨²menes, con 6.400 p¨¢ginas, que le llevar¨ªa 10 a?os completar. Pero llegar hasta la palabra ant le llev¨® cinco a?os a ¨¦l y a su pu?ado de colaboradores. El primer fasc¨ªculo, publicado en febrero de 1884, fue, de alguna manera, una bomba. Indicaba no solamente la complejidad de Ia tarea, sino tambi¨¦n la complejidad del propio lenguaje. Murray fue un gran hombre para abrirse camino a trav¨¦s de las complejidades. En Mill Hill, uno de los libros de estudio era Horae paulinae, de William Paley, una valiosa exposici¨®n del utilitarismo teol¨®gico que los alumnos de Murray encontraban muy enrevesado. El gran maestro hizo una sinopsis de dicho libro y emple¨® caracteres diferentes para hacer "elocuentes para los ojos" los argumentos de Paley.
Utiliz¨® la misma t¨¦cnica para el OED, haci¨¦ndolo muy c¨®modo de manejar debido a la apreciaci¨®n por Murray de la semiolog¨ªa de los caracteres -algo que los peces gordos de Oxford, que nunca hab¨ªan dado clase a ni?os, tardaron mucho en ver- Invent¨® tambi¨¦n su propio sistema fon¨¦tico, pero ¨¦ste ha tenido que ceder su puesto al International Phonetic Alphabet (IPA), que deber¨ªa ser la primera cosa que se ense?ara en nuestras escuelas, aunque nunca lo es.
Murray muri¨® en 1915, a la edad de 78 a?os. Llev¨® otros 13 a?os -bajo la direcci¨®n, primero, de Heriry Bradley; luego, de William Craigie y de Charles T. Onions (a quien los hijos de Murray cantar¨ªan en son de burla Charlie is my darling)- llegar al volumen final. Esto fue en abril de 1928, con 15.488 p¨¢ginas, que cubr¨ªan m¨¢s de 400.000 palabras y frases. Los 20 vol¨²menes de la segunda edici¨®n -o edici¨®n de 1989- tienen 22.000 p¨¢ginas y definen m¨¢s de medio mill¨®n de palabras, con 2,4 millones de citas ilustrativas. Este resultado final (si se puede hablar de finalizaci¨®n en el contexto del siempre fluyente r¨ªo del lenguaje), labor principalmente de J. A. Simpson y E. S. C. Weiner, incluye los cuatro gruesos y asombrosos suplementos de R. W. Burchfield, quien llev¨® el estudio del ingl¨¦s hasta su tiempo y muy cerca del nuestro.
El argot, la jerga, la obscenidad y el resultado ling¨¹¨ªstico de un imperio liberado -incluido Estados Unidos- est¨¢n todos en ellos. Se muestra el ingl¨¦s como una totalidad, no simplemente como algo propiedad de las personas letradas y de los literatos. El ¨®rgano tiene todos los registros resonando, todos sacados. Tiene que haber un cielo que albergue al santo Murray 37 le permita bendecir la obra. En esencia, es toda suya.
Ej¨¦rcito an¨®nimo
Es tambi¨¦n la obra de miles de personas an¨®nimas, no retribuidas e invisibles, que contribuyeron con las citas ilustrativas. Murray hered¨® de la Sociedad Filol¨®gica dos toneladas de fichas -encabezamientos con citas- de todo el mundo angl¨®fono. Llegaron en sacos (con una rata muerta en uno de ellos, un rat¨®n vivo con toda su familia en otro), en paquetes, en una cuna, en una cesta con el fondo roto llena de ¨ªes. La H se encontraba con el c¨®nsul estadounidense en Florencia, aunque hab¨ªa comenzado 15 a?os antes con Horace Moule, el maestro y amigo de Thomas Hardy. Fragmentos de pa se encontraron en un establo de County Cavan, pero la mayor¨ªa de las fichas hab¨ªan sido utilizadas para encender el fuego. Todo ello revelaba una chapucera falta de profesionalidad. Murray tuvo que empezar todo de nuevo, estableciendo normas, haciendo el papel de maestro en cartas de extensi¨®n desmesurada. El trabajo que ha llegado a la ilustraci¨®n de las palabras en la segunda edici¨®n de 1989 se fundamenta en la minuciosidad de Murray, como tambi¨¦n lo hace la claridad de las definiciones. Tomemos el cubo de Rubik, que tan de moda estuvo en 1981. "Un rompecabezas consistente en un cubo aparentemente formado por 27 cubos m¨¢s peque?os, iguales de tama?o, pero de diversos colores, pudiendo cada capa de nueve u ocho de lo*s cubos m¨¢s peque?os rotar en su propio plano; el juego consiste en restablecer en cada cara del cubo un solo color despu¨¦s de que la uniformidad ha sido destruida por la rotaci¨®n de las diversas capas". Ejemplar.En cuanto a la ilustraci¨®n, tenemos de todo: periodistas, novelistas, bi¨®grafos (por lo que yo s¨¦) de los perros galeses de la reina. Yo ilustro la palabra rothacismus (rotacismo). Recoge incluso solecismos en tanto que est¨¦n ratificados por un uso distinguido. T. S. Eliot escribi¨® "In the Juvescence of the year / came Christ the tiger". Estaba equivocado; deb¨ªa haber escrito Juvenescence. Su autoridad prevalece, y todos podemos faltar a la etimolog¨ªa latina si lo deseamos. El OED nos otorga el derecho a hacerlo.
No es ¨¦ste un diccionario utilitario en el sentido d¨¦ que invite a una r¨¢pida mirada para buscar un significado, una pronunciaci¨®n, un origen. Una vez abierto cualquiera de sus vol¨²menes, se empieza a hojearlo. Evelyn Waugh hojeaba para informarse sobre el whisky postcenal, y lo mismo hac¨ªa VIadimir Nabokov. W. H. Auden aprendi¨® del diccionario que la exactitud de una palabra (etymon, en griego) no es sincr¨®nica (aqu¨ª y ahora), sino diacr¨®nica (que cubre toda la extensi¨®n de su historia). Si silly (tonto) signific¨® en otros tiempos santo (como todav¨ªa lo hace en Silly Suffolk), en un poema a¨²n puede llevar un sabor del antiguo significado. Exactitud no es delimitaci¨®n. El OED debe ser el m¨¢s largo poema jam¨¢s escrito.
Traducci¨®n: M. Carmen Ruiz de Elvira.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.