No quieren jugar con Dios
El Real Madrid es un equipo arrollador, estilizado, potente, magn¨ªfico y parece feliz. Pero es un equipo que desconf¨ªa de su suerte, es decir, no es un equipo ganador. Esa confianza en la victoria absoluta que llev¨® a cierto campe¨®n mundial de ajedrez a retar a Dios a una partida es lo que le falta al Madrid. No se trata de que Dios pierda, sino de que uno est¨¦ dispuesto a jugar con ?l y a ganar. El miedo a lo absoluto es lo que diferencia a un campe¨®n local de un h¨¦roe ol¨ªmpico en el sentido antiguo de la expresi¨®n. Se puede tener miedo de la propia desmedida, de la hybris, del destino tr¨¢gico de un exceso de fuerza, pero no se puede temer la fuerza de los otros para cambiar el destino propio. Y al Madrid le ha entrado ese miedo o le ha entrado a su director de juego o a su presidente y el equipo lo ha aceptado. La soberbia, que es lo contrario de ese miedo, no es un pecado, sino una t¨¦cnica de trabajo depurada con el triunfo y con el desprecio a los mortales. Sin desprecio, sin deseo de rebajar la condici¨®n de los otros a la de simples mediadores entre la gloria y nosotros, no se puede ganarlo todo. Se puede ganar unas veces y no otras, incluso se puede ganar todas las veces menos una, pero nada m¨¢s. Como cualquiera. Y lo que quieren los aficionados, lo que debieran querer los jugadores, el entrenador y su presidente, es una r¨¦plica de la divinidad en el marco limitado de un campo de juego. ?sa es la naturaleza de la competici¨®n y ¨¦se es el sentido de la t¨¦cnica. Dominio del bal¨®n como dominio del mundo.Rebajar ese horizonte de aplicaci¨®n de las propias virtudes futbol¨ªsticas, sobre todo cuando esas virtudes son todas las posibles y nadie posee otras diferentes o en cantidad superior, es admitir la conjetura y que el equipo est¨¢ regido por condiciones de tipo pr¨¢ctico, por condiciones dependientes de un c¨¢lculo eventual, sea del adversario o sea de los recursos internos. Donde entra el c¨¢lculo (el pragmatismo) entra la duda, y por la duda penetran todas las posibilidades del azar. Entonces se gana o se pierde, no por haber calculado bien, sino porque el azar ha refrendado el c¨¢lculo. De esta forma los jugadores quedan despose¨ªdos de sus cualidades -que en el caso de los del Madrid son absolutas, seg¨²n reza la opini¨®n general- para someterse al imperio del acaso y de la fortuna. O se quiere: dominar el mundo o se quiere dominar al contrario. En el primer caso lo que cuenta es la fuerza. y el arte propios; en el segundo, lo que hacen los otros. Una importancia desproporcionada de los otros -siempre relativamente m¨¢s d¨¦biles- conduce a la desvalorizaci¨®n de las virtudes propias, por muchas e inimitables que sean. El competidor m¨¢s dotado tiembla ante la perspectiva de actuar, porque todo lo temible proviene del antagonista, a quien se ha dedicado todo el esfuerzo de c¨¢lculo. El conocimiento, y las energ¨ªas que gasta, sirve ¨²nicamente para ensalzar su objeto y para supeditar al sujeto al m¨¦todo empleado para acercarse a ¨¦l.
?ste ha sido el trabajo de Beenhakker en los ¨²ltimos a?os: convencer a la plantilla de que el enemigo es poderoso y de que todo beneficio es producto del c¨¢lculo. Tambi¨¦n ha sido un trabajo que le ha permitido a ¨¦l igualarse a la plantilla que dirig¨ªa. Los igualaba el m¨¦todo, no el talento. De la misma manera que, gracias a esa visi¨®n del mundo, el Madrid se ha visto igualado a equipos manifiestamente inferiores. Semejante estrategia -en general, toda estrategia- es ¨²til cuando se parte del sentimiento de una vulnerabilidad profunda, de una debilidad aceptada. La estrategia es la herramienta del d¨¦bil.
La eliminatoria contra el PSV destap¨® todos esos ingredientes. Por un lado, Beenhakker estudi¨® al contrario de tal manera que le hizo poderoso sin serlo. Del m¨¦todo seguido y de sus conclusiones se hizo s¨²bditos a los jugadores: los delanteros se defend¨ªan de los defensas. Por ¨²ltimo, se gan¨® gracias al azar y a la intuici¨®n de Agust¨ªn, aunque el entrenador defendiera esa victoria como producto del c¨¢lculo y del esfuerzo. El resultado no ha sido pasar a las semifinales, como cree Beenhakker. El resultado ha sido convencer al mundo de que el Madrid es d¨¦bil y, sobre todo, convencerle a ¨¦l. As¨ª las cosas, se da la circunstancia parad¨®jica de que el Mil¨¢n no tiene miedo, a pesar de la victoria de los blancos sobre el antiguo campe¨®n. El Madrid, perdiendo, era temible el a?o pasado. Ahora, ganando, es uno m¨¢s. Ya no ser¨¢ campe¨®n. No quiere jugar con Dios.
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