Prefiero los tribunales de Hitler"
, De las confesiones de Bernhard Haring surge una imagen tremendamente negra de esa instituci¨®n de la Iglesia cat¨®lica que una vez se llamaba Santa Inquisici¨®n, despu¨¦s Santo Oficio y hoy Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, pero que, como el te¨®logo redentorista explica, poco ha cambiado en sus m¨¦todos dictatoriales y policiales.
"Sobre el palacio de la antigua Inquisici¨®n romana pesa", afirma Haring, "el lastre incre¨ªble de un pasado que no hace honor a la Iglesia y que ha obstaculizado no poco el servicio mismo del sucesor de Pedro". De ah¨ª que pida al Papa que anule durante un par de a?os sus actividades para dar paso a una reestructuraci¨®n profunda de la misma, y propone una especie de Amnist¨ªa para la Iglesia.
Cuando el autor de la obra le pregunta c¨®mo ve que al frente del ex Santo Oficio figure el te¨®logo conservador cardenal Joseph Ratzinger, alem¨¢n como ¨¦l, y con quien hab¨ªa publicado un libro cuando Ratzinger era progresista, responde: "Lo veo muy bien. Pero el verdadero problema es el de la reforma de la instituci¨®n, porque en un lago envenenado no podr¨¢n vivir peces sanos".
Lo que quiz¨¢ impresione m¨¢s de las revelaciones de Haring es la ausencia cr¨®nica de humanidad de algunos expertos del ex Santo Oficio o de otros dicasterios romanos. Queda claro, por ejemplo, que no se enternec¨ªan ni siquiera cuando le ve¨ªan comido por el c¨¢ncer, imposibilitado para hablar. Despu¨¦s de asegurarle sus oraciones, insist¨ªan, sin embargo, en que deb¨ªa presentarse ante ellos para ser procesado.
En una carta de fecha 5 de febrero de 1976, enviada al prefecto del ex Santo Oficio, el cardenal Franjo Seper, en la que el te¨®logo responde minuciosamente a todas las acusaciones de herej¨ªa en el campo de la moral, que seg¨²n ellos estaba difundiendo en libros y conferencias a trav¨¦s del mundo, concluye: "Eminencia, ah¨ª van mis respuestas. Espero que sean claras. Y espero que usted pueda comprender tambi¨¦n mis sentimientos. Durante la II Guerra Mundial tuve que comparecer cuatro veces ante un tribunal militar. Dos de ellas era cuesti¨®n de vida o muerte. Pero en aquel momento me sent¨ªa honrado, porque la acusaci¨®n proced¨ªa de los enemigos de Dios. Y, adem¨¢s, las acusaciones eran exactas, porque yo nunca me somet¨ª a aquel r¨¦gimen. Pero ahora, de forma tremendamente humillante, me veo acusado por la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe. las acusaciones son falsas y, por si fuera poco, provienen de un ¨®rgano de gobierno de la Iglesia, a la que he servido toda mi vida con todas mis energ¨ªas y honradez, y espero poder seguir haci¨¦ndolo en el futuro, mientras me quede vida". Y a?ade una frase heladora: "Pero, sin embargo, aunque mi fe sigue sin vacilar, preferir¨ªa encontrarme otra vez ante un tribunal de Hitler".
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