Amores que matan
Nadie dio un pu?etazo. Nadie ten¨ªa cuchillo. Nadie esgrimi¨® una pistola. Murieron pac¨ªfica y pat¨¦ticamente con los pulmones inexorablemente deshinchados entre toneladas de carne humana y unas vallas fabricadas con el acero que ha hecho famosa a la ciudad inglesa de Sheffield.Si hubiesen perdido la vida en un terremoto, inundaci¨®n, choque de trenes, accidente a¨¦reo o incluso acto terrorista, habr¨ªan perecido al menos entre la consternaci¨®n general, hermosas necrol¨®gicas y muestras de solidaridad internacional. Pero, en el estadio de Hillsborough, los seguidores del Liverpool murieron como delincuentes sorprendidos mientras robaban un banco.
El presidente de la UEFA, Jacques Georges, proclam¨® por una emisora de radio francesa que hab¨ªan pagado el precio a su bestialidad. Desde Buenos Aires, el presidente de la Federaci¨®n Argentina de F¨²tbol, Julio Grondona, afirm¨®: 'La tragedia es producto de la violencia a la que nos tienen acostumbrados los hinchas del Liverpool".
Los aficionados ingleses est¨¢n marcados con hierro candente. Sobre todo, los del Liverpool. Desde la tragedia de Heysel, poseen antecedentes penales que tienden a demostrar su culpabilidad. Son prejuzgados por su etiqueta de denominaci¨®n de origen. Gran parte de las reacciones internacionales indican, entre la indignaci¨®n inglesa por la falta de respeto hacia sus ca¨ªdos, que los hinchas han contribuido a cavar su propia fosa.
En parte tienen raz¨®n, aunque la tragedia de Hillsborough nada tuvo que ver con peleas violentas. En este sentido existen ciertas reminiscencias que recuerdan la f¨¢bula del joven que grit¨® tantas veces "?que vierte el lobo!, ?que viene el lobo!" que, cuando por fin apareci¨® el animal, nadie le crey¨®. Los hinchas ingleses han sido lobos en tantas ocasiones que muy pocos los aceptan bajo piel de cordero.
En Liverpool, los aficionados se consideran v¨ªctimas m¨¢s que causantes. En su entorno, los que tienen voz y voto reparten golpes en todas direcciones, como si fuesen asediados por una plaga de mosquitos. Que si la distribuci¨®n de entradas, los torniquetes, las vallas, la puerta met¨¢lica, el control de entradas, el t¨²nel de acceso, las barreras, los equipos de emergencia... Dan grandes bofetadas verbales a la polic¨ªa y de pronto descubren que los estadios son viejos, ?como si no lo hubiesen sido hasta la tragedia del s¨¢bado! Un portavoz calificado como "experto" -en piroman¨ªa, quiz¨¢s- exige quemarlos todos. Un mont¨®n de clubes, en rabiosa rebeli¨®n contra los objetos inanimados, han arrancado ya sus vallas para ofrecerlas al chatarrero.
Es indudable que estos y otros elementos contribuyeron al desastre de Hillsborough. No se trat¨® de un terremoto, ni siquiera de una inundaci¨®n o incendio. La naturaleza no tuvo nada que ver. Ni polic¨ªas, ni puertas, ni vallas, ni t¨²neles asesinaron a los seguidores del Liverpool. El arma homicida fue el cuerpo humano. Miles de cuerpos aplastados contra barreras met¨¢licas que, seg¨²n los expertos, han sido fabricadas "a prueba de cami¨®n".
Parece razonable que tanto el p¨²blico como los pol¨ªticos, los clubes y los medios de comunicaci¨®n ingleses reclamen urgentes reformas en los estadios. Mejorar el teatro, maquillar el escenario, no modificar¨¢ necesariamente el drama. Los cuerpos homicidas fueron activados bajo impulsos cerebrales, y -aunque parezca inveros¨ªmil- el impulso fatal se reduce a un enloquecido af¨¢n por ver el partido de su equipo del alma. Por si alguien no lo recuerda, la palabra fan nace de fanatismo.
La complejidad del tema est¨¢ fundamentada en un sinfin de estudios sociol¨®gicos y psicol¨®gicos realizados en los ¨²ltimos a?os, algunos de los cuales hablan de "monos humanos" y "guerras tribales".
No cabe duda de que la general de los estadios ingleses -lo que en el, estadio del Liverpool se conoce como "grader¨ªa Kop"- ofrece emociones tribales. Brinda calor humano y contacto f¨ªsico a sus habitantes en una sociedad fr¨ªa, reprimida y exenta de los abrazos y palmadas latinos. En un pa¨ªs donde ya no es sagrada la familia, ese rec¨®ndito rinc¨®n ofrece vida comunitaria y objetivos comunes. La uni¨®n y la fraternidad se expresan en los c¨¢nticos aprendidos y coreados juntos. Al mismo tiempo, las agresiones a la gran familia se repelen y las ofensas se pagan. No quieren sentarse como los empresaribs de tribuna y palco, con sus trajes y corbatas. Lo suyo es estar de pie, tocando y tocado por los vecinos, compartiendo calor corporal en los balanceos, olas y avalanchas de los grader¨ªos.
El amor a los colores se extiende a la ropa, bufandas, almohadillas y hasta sus pijamas, que permiten al aficionado vivir, dormir y so?ar con su equipo. Colecciona los programas de todos sus partidos y sigue a sus ¨ªdolos en sus desplazamientos- Su fe alcanza la ceguera de viajar hasta Sheffield consciente de que no tiene entrada y sabiendo que las taquillas estar¨¢n cerradas. Y cuando se abre la puerta met¨¢lica del para¨ªso, cuando alguien, tal vez un polic¨ªa, abre la puerta celestial, se cuela por ella, se abalanza sobre ella, sin pensar que aquel es el p¨®rtico del infierno.
El Liverpool, conquistador de tantos galardones futbol¨ªsticos, posee sin duda en Anfield Road (su estadio) el kop m¨¢s famoso de cuantos existen. El kop pionero. La rivalidad con el Everton, el otro club de Liverpool, sin llegar a la enemistad cat¨®lico-protestante de los equipos de Glasgow, se vive con intensidad en una ciudad azotada por el desempleo. Los t¨¦cnicos y jugadores son reverenciados como santos.
Esa devoci¨®n, imprescindible para entender las pasiones de los hooligans, se refleja en un chiste comentado por un c¨®mico de la ciudad y que hace referencia al m¨ªtico entrenador de los rojos, Bill Shankly. "Un amigo me pregunt¨®", explica el c¨®mico, "qu¨¦ har¨ªa si un d¨ªa me encontrase a Shankly en la cama abrazado a mi mujer. Yo le contest¨¦ que le arreglar¨ªa las s¨¢banas para que no se resfriara".
El domingo pasado, los seguidores del Liverpool cubrieron de flores la Shankly Gate, la puerta dedicada al entrenador que hace un cuarto de siglo devolvi¨® la grandeza al Liverpool. Por la tarde, 20.000 aficionados asistieron en la catedral cat¨®lica al homenaje en honor de los ca¨ªdos por un club excomulgado por la santa sede futbol¨ªstica.
Y es que durante los ¨²ltimos a?os las guerras santas del f¨²tbol ingl¨¦s han escandalizado a medio mundo. A causa de ellas empez¨®, hace 10 a?os, la cirug¨ªa met¨¢lica de los estadios. En las gradas aparecieron barricadas para segregar a las distintas aficiones, divididas con barreras met¨¢licas para facilitar las tareas de la polic¨ªa. Y all¨ª quedaron, encerrados en las jaulas de muerte. Eso s¨ª, les era imposible moverse. Hacia atr¨¢s o hacia adelante.
Ahora todo el mundo considera anticuados estadios que hace unas semanas segu¨ªan siendo calificados de maravillosos al estar situados entre las calles estrechas del casco antiguo y que, durante un siglo, gran parte de ellos han recibido pac¨ªficamente a millones de aficionados. Lo que ha cambiado ha sido el componente humano. Los telones de acero denuncian que el seguidor es recibido ya como presunto delincuente, y la tragedia de Heysel confirm¨® hace cuatro a?os muchas sospechas.
El destino reserv¨® el ajuste de cuentas para el pasado s¨¢bado, elaborando un maqui¨¢v¨¦lico gui¨®n donde los hinchas del Liverpool, incitadores de la tragedia de Heysel, copaban todos los papeles estelares e incluso los de coprotagonistas.
Con la presencia de 800 polic¨ªas se puso en marcha un dispositivo policial ideado para evitar enfrentamientos entre las dos hinchadas. Los malos, en principio, eran los hinchas del Liverpool; por eso se les reserv¨® el grader¨ªo m¨¢s peque?o -cuantos menos, mejor-, e incluso se les separ¨® lo m¨¢ximo posible de sus adversarios en c¨¢nticos. Se insisti¨® en una estricta segregaci¨®n dentro del campo.
Los dem¨¢s detalles del drama han sido analizados minuciosamente. Una cosa est¨¢ clara: la polic¨ªa actu¨® obsesionada con los antecedentes penales de sus visitantes. Pensaban que si ped¨ªan agua no era porque tuvieran sed, sino porque quer¨ªan robar en la cocina.
Graham Kelly, secretario general de la Federaci¨®n Inglesa de F¨²tbol, ha llegado a comentar: "La polic¨ªa tard¨® demasiado tiempo en darse cuenta de que all¨ª no hab¨ªa violencia, sino simple y llanamente un problema de organizaci¨®n".
Mientras unos y otros decid¨ªan qu¨¦ hacer, 95 aficionados del Liverpool, tantas veces lobos, mor¨ªan como corderos sacrificados, v¨ªctimas de un c¨²mulo de circunstancias, pero sobre todo martirizados por el fogoso af¨¢n de sus colegas en armas.
Como dijo el legendario Bill Shankly: "El f¨²tbol no es cuesti¨®n de vida o muerte. Es algo m¨¢s importante".
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