Tres horas con D'Ors en el Prado
El museo es s¨®lo en parte el mismo que describiera Xenius en una apasionada gu¨ªa ahora reeditada
"Madrid tiene abriles exquisitos y un sin par museo", escrib¨ªa Eugenio D'Ors, Xenius, cuando la primera edici¨®n de su gu¨ªa Tres horas en el Museo del Prado. Sesenta y siete a?os despu¨¦s puede que abril siga siendo exquisito en Madrid -el aire es azul, y el clima, tibio-, pero en cuanto al museo es dif¨ªcil apreciarlo, cercado como est¨¢ por los autobuses agazapados frente a la Academia, asaltado cada d¨ªa por miles de turistas y estudiantes, ensordecido por las taladradoras que destrozan la calle de Felipe IV ejecutando alguna orden municipal de sentido, m¨¢s que misterioso, confuso. Sin embargo, algunas de las observaciones que hizo D'Ors, publicadas primero como serial en un peri¨®dico, mantienen su vigencia.
"El amigo ideal para el ensayo [de servir de disc¨ªpulo en un corto recorrido del Prado] es joven, inteligente; posee un buen gusto instintivo y s¨®lo atisbo de cuatro confusas generalidades en materia de arte", escribe D'Ors. "Conviene, adem¨¢s, que el doctrino no sea vanidoso: rara vez el vanidoso entiende; nunca, a media palabra".No es f¨¢cil juzgar la modestia de los j¨®venes que en esta ma?ana de abril ocupan el Prado, entre otras cosas porque son varios cientos. "?Me quiero ir!", gime una voz entre un tropel de adolecentes de Bup en el cruce de una puerta. "Estoy hecha polvo", se queja una francesa de m¨¢s o menos la misma edad. Por la sala de los flamencos cruzan un par de chicas cuidadosamente despeinadas, con los vaqueros cuidadosamente desgarrados por la misma rodilla de la misma pierna que se alcanza a ver forrada con media de seda oscura.
No sacudir ¨¢rboles
"Un Museo no es un ¨®rgano de historia, sino de cultura", escribe Xenius. "Quiere decir que en gran modo conviene a un Museo el no cambiar a cada instante. La mudanza, si bien se mira, es lo contrario de la mejora. La sacudida en los ¨¢rboles no favorece en nada la maduraci¨®n de los frutos".Es un lugar agitado, el Museo, esta ma?ana de abril: dos mujeres de edad intermedia empujan con af¨¢n una silla de ruedas en la que va desmayada una tercera. Una se esfuerza en sostener la cabeza de la enferma, que se tuerce. La desmayada tiene el ce?o fruncido de angustia, o dolor, o un mal sue?o, qui¨¦n sabe.
El recorrido propuesto por D'Ors en su gu¨ªa (ahora lo publica Tecnos) es peculiar pero a la vez coherente en grado sumo con las teor¨ªas est¨¦ticas de Xenius. Tal como sintetiza Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde en el prefacio, la referencia es el orden, la raz¨®n, la geometr¨ªa. Sus opiniones est¨¢n siempre a favor del clasicismo, Roma, y en contra de lo barroco: "no como estilos de ¨¦poca, sino como eones, fuerzas perennes en combate". Y en el pr¨®logo a la und¨¦cima edici¨®n, que en ¨¦sta se reproduce, escribe Eugenio D'Ors: "No habr¨¢ otra belleza moderna que la belleza antigua; quiere decir, la provista de la condici¨®n de eternidad: El resto es moda; y, por consiguiente, fals¨ªa".
En la entrada que da paso a las m¨¢s oscuras de las pinturas negras de la Quinta del Sordo, varias chicas de un grupo se distraen de las explicaciones de su profesora para timarse con los chicos de otro grupo, y en ello tambi¨¦n participa el profesor, apenas m¨¢s joven que sus alumnos. Frente al Goya m¨¢s cl¨¢sico, otra profesora jovencita -ojos azules, cinturilla, zapatos blancos de deporte y lazo verde en el pelo rubio- explica a sus alumnas c¨®mo la pintura de Goya evoluciona hacia la expresi¨®n.
[El mundo de Goya] "es -no puede desconocerse- lo que todav¨ªa buscan con preferencia los visitantes del Museo del Prado; especialmente los extranjeros, siempre ganosos de los espect¨¢culos de emoci¨®n que proporciona el car¨¢cter", dice D'Ors. Los turistas se esfuerzan en darle la raz¨®n.
El mejor cuadro del mundo
Apenas pasan transe¨²ntes por las salas de Murillo, algunos mas por las de Vel¨¢zquez y El Greco, y muchos se detienen en las de Goya, en un examen de urgencia que refleja un orden de valores ligeramente distinto al que propone D'Ors en su libro. En cualquier caso los ¨¦xitos parecen muy condicionados, visto que muchos la llevan en la mano, por una gu¨ªa del tipo vea usted todas las obras maestras en media hora.As¨ª, siempre es hora punta en la suerte de capilla en penumbra en que ha quedado convertida la sala dedicada a Las Meninas, de Vel¨¢zquez, y en la gran sala de este pintor las grandes concentraciones humanas se forman ante Los borrachos, Las lanzas o Las hilanderas, sin que muchos hagan caso ni de los monarcas a caballo, ni mucho menos de ¨¦stos, que como es notorio no sab¨ªa pintar Vel¨¢zquez. Le importaban un r¨¢bano, los caballos.
Ante Las Meninas, mientras una de esas se?oras norteamericanas de edad que en sus viajes evitan el calor y el fr¨ªo comenta "es incre¨ªble, es incre¨ªble, es incre¨ªble", sin descanso, el joven que le hace de gu¨ªa le asegura: "?Sabe? Es probablemente el mejor cuadro del mundo".
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