?S¨®crates o Don Cicuta?
Algo de iconoclasta despu¨¦s de todo debe haber en El juicio de S¨®crates, de I. F. Stone, cuando el empe?o de condenarlo a los fosos de la necedad le arranca a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo el grito de "?Viva S¨®crates!": no suele promulgar el pol¨ªgrafo zamorano exclamaciones tan afirmativas... Casi me atrever¨ªa a decir que, por primera vez, si no recuerdo mal, la parte afirmativa de un escrito suyo tiene m¨¢s peso y m¨¢s convicci¨®n que la negativa. Y es l¨¢stima, porque quienes tanto hemos aprendido, no dir¨¦ de ¨¦l, para no ofenderle, sino junto a ¨¦l, hubi¨¦semos querido que el autor del magistral Her¨¢clito y de tantos otros estudios presocr¨¢ticos decisivos realizara una cr¨ªtica pormenorizada de la obra de Stone, con cuyas conclusiones era obvio que no pod¨ªa estar de acuerdo. No han faltado, por supuesto, las refutaciones del excelente libro del periodista americano; pero en su mayor¨ªa provienen de fil¨®logos puristas, de ¨¦sos que parecen creer -seg¨²n el mordaz comentario de Tom¨¢s Poll¨¢n- que Eur¨ªpides o S¨®focles escribieron sus tragedias para ilustrar casos gramaticales. Como Garc¨ªa Calvo es la provechosa ant¨ªtesis de esos tan ¨²tiles como fastidiosos filisteos, hubiera sido del mayor inter¨¦s para quienes somos semiprofanos en dichas cuestiones conocer sus argumentos contra las muy bien argumentadas tesis de Stone.Pero no hemos tenido suerte. Pretende derogar el libro con tajantes referencias a la letra de las acusaciones hechas contra S¨®crates o invocando el enfrentamiento del sabio que nada sab¨ªa con los treinta tiranos, como si Stone hubiese pasado por alto tales circunstancias sobradamente conocidas, cuando en realidad dedica su libro a comentarlas y a analizarlas de un modo diferente al de la versi¨®n can¨®nica de los hechos. Puede que se equivoque, pero habr¨ªa que molestarse en demostrarlo; en cualquier caso, no merece que se le reproche ignorar lo que sabe cualquiera que haya hojeado un manual de bachillerato. Y lo mismo vale decir respecto a su tratamiento de la cuesti¨®n de la multa alternativa a la pena de muerte o las simpat¨ªas de S¨®crates hacia Esparta. Y en cuanto a la renuncia socr¨¢tica a invocar ante la asamblea el democr¨¢tico derecho a la libertad de expresi¨®n, el nervio de la argumentaci¨®n de Stone estriba en la diferencia radical entre ejercer un derecho y reivindicarlo pol¨ªticamente, cosa, en cambio, que la ingenua referencia de Garc¨ªa Calvo deja plenamente de lado.
?C¨®mo puede entenderse que la persona a la que considero sin duda m¨¢s competente en nuestro pa¨ªs sobre estos temas haga un comentario tan pobre sobre un libro tan rico? En parte, la respuesta viene dada por el propio Garc¨ªa Calvo, al admitir orgullosamente que no ha le¨ªdo el libro que comenta, sino que s¨®lo lo ha hojeado un par de noches en la pila de novedades de alg¨²n drugstore. Por supuesto, yo tambi¨¦n estoy contra el vicio de la lectura, como todo el mundo; si, a pesar de ello, leo alg¨²n libro de cuando en cuando es porque no conozco m¨¦todo mejor para enterarme de su contenido. Lo de hojearlo en los dmgstores me resulta insuficiente, y el art¨ªculo de Garc¨ªa Calvo me confirma que no soy el ¨²nico en padecer esta limitaci¨®n. Por cierto, que quiz¨¢ los ¨²ltimos art¨ªculos de Agust¨ªn se resienten un poco de la forma algo azarosa con que, seg¨²n no deja puntualmente de informarnos, traba contacto con las novedades que luego comenta: si se trata de un refer¨¦ndum o de una huelga general, ha sabido de ellos por una vecina; si se preocupa por un art¨ªculo de peri¨®dico, lo ha descubierto al desenvolver el bocadillo de la merienda; si de un libro, lo ha hojeado al pasar por un drugstore, etc¨¦tera. Tanta aleatoriedad en las fuentes informativas no puede ser del todo inocua para lo escrito a partir de ellas.
Sin embargo, hay algo m¨¢s que simple desconocimiento del libro comentado: como el propio Garc¨ªa Calvo afirma, hay completo desinter¨¦s. Despu¨¦s de todo, la obra versa sobre el S¨®crates hist¨®rico, el que nos llega a trav¨¦s de Jenofonte, Plat¨®n y otros testimonios parecidos. Salvo a unos cuantos ejecutivos y se?oras de ejecutivos que se entretienen comadreando sobre historia ante sus televisores (va de retro!), se pregunta Garc¨ªa Calvo: ?a qui¨¦n le quita el sue?o el figur¨®n de S¨®crates y los mecanismos pol¨ªticos de su ejecuci¨®n? Respuesta: a m¨¢s de 20 siglos de pensamiento pol¨ªtico y moral de Occidente, desde el propio Plat¨®n, pasando por Maquiavelo, Hegel o Nietzsche, hasta I. F. Stone, Gabriel Jackson y yo. Espero no haberme dejado a nadie. A Garc¨ªa Calvo, en cambio, no le interesa y est¨¢ en su perfecto derecho: por mucho que a los dioses agrade una causa, Cat¨®n siempre podr¨¢ elegir la contraria, que para eso es Cat¨®n. Pero es que adem¨¢s supone que tanto inter¨¦s hist¨®rico por el S¨®crates con may¨²scula (sobre todo cuando es para sacudirle un poco el pedestal) no puede ser sino ganas de cargarse al S¨®crates con min¨²scula, esa voz de pura negaci¨®n de lo establecido que suena m¨¢s all¨¢ de lo escrito y a pesar de lo escrito, voz que abre los ojos, salta las l¨¢grimas y pone a danzar el coraz¨®n de los j¨®venes que lo escuchan. Como tambi¨¦n yo -hoy viejo, canoso y asentado- lagrime¨¦ y danc¨¦ en mi d¨ªa al ritmo socr¨¢tico, creo poder decir una palabra sobre esa voz que me desmiente.
Hablemos un poco del S¨®crates con min¨²scula, dejando el otro para los lectores impenitentes de libros de historia. ?Qu¨¦ hace S¨®crates? Se interpone entre los j¨®venes y sus mayores, o mejor, entre los j¨®venes y las ideas de futuro que sus mayores tratan de inculcarles, preguntando ante cada una "?qu¨¦ es?", y as¨ª descubriendo las contradicciones y mentiras que encubren. No hay docencia m¨¢s saludable ni inquisici¨®n m¨¢s liberadora. El joven aprende a negar: a negar las certezas, las instituciones, los ritos y mitos de la tribu. Esta marea negativa tiene un efecto fascinante entre los muchachos que se someten a su terapia: los deja embobados. Para ser m¨¢s precisos: a unos los emboba y a otros los vuelve bobos. Los primeros continuar¨¢n la lecci¨®n socr¨¢tica hasta el final, hasta llegar al ¨²nico rito que S¨®crates no puede ense?ar a negar: la negaci¨®n misma. Y la ¨²nica instituci¨®n de la que no sabe ense?ar a liberarse: el propio S¨®crates. Llegados a ese punto (gracias al propio S¨®crates, no hay que olvidarlo), los embobados dejan de estarlo y crecen: o envejecen, si se prefiere, que a esa altura ya no tienen la superstici¨®n de las palabras. Descubren, adem¨¢s, la diferencia que existe entre la eterna juventud y la eterna repetici¨®n. Por tanto, sabedores de la contradicci¨®n y la mentira de las ideas de sus mayores, buscar¨¢n con denuedo lo irrefutable y aut¨¦ntico de esas mismas ideas para pulirlas y administrarlas del mejor modo posible. Sine metu, sine spe. Los otros, los bobos, seguir¨¢n ternes en su negaci¨®n mim¨¦tica, y entre ellos S¨®crates parecer¨¢ m¨¢s bien Don Cicuta y sus funerarios adl¨¢teres: parte grotesca e instituida de un concurso cuyos premios no lograr¨¢n impedir, pero que adobar¨¢n con sus est¨¦riles recriminaciones.
Son cosas que ya fueron dichas por el santo patrono de los embobados dispuestos a crecer, el joven Clitofonte. ?Me atrever¨¦ a recordarle sus palabras a quien hace tanto me las ense?¨®? "Pero yo no vacilo en afirmar, S¨®crates, que t¨² eres excelente para quien no ha sido a¨²n exhortado, mas para el que ya lo ha sido casi eres un obst¨¢culo que le impide alcanzar la meta de la virtud y llegar a ser de este modo feliz". Viva, pues, S¨®crates en buena hora, viva y florezca y exhorte a los reci¨¦n llegados para que se haga entre ellos la necesaria criba entre embobados y bobos. Los dem¨¢s nos damos ya por exhortados y envejecemos en el recuerdo inolvidable de la lecci¨®n socr¨¢tica, pero no en la compa?¨ªa amarga de Don Cicuta.
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