La Administraci¨®n de Bush tiene problemas para entender a la nueva URSS
A George Bush, como anteriormente a Ronald Reagan, tambi¨¦n le gustan los chistes sobre la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El pasado 1 de mayo, el presidente Bush, en Nueva York, cont¨® que en la tradicional celebraci¨®n de la jornada en la plaza Roja de Mosc¨², los miembros del comit¨¦ de planificaci¨®n central gritaron "mayday, mayday" (la senal de socorro internacional utilizada por las aeronaves y buques en peligro de desastre) al desfilar ante la tribuna de Mijail Gorbachov. Pero por encima de las bromas, en las que el consenso es f¨¢cil, la Administraci¨®n de George Bush est¨¢ manifestando serios problemas, pasada la frontera de los 100 d¨ªas en el poder, para establecer una l¨ªnea clara de respuesta a un pol¨ªtico al que los europeos consideran ya como un segundo Lenin.Cuando est¨¢ a punto de cumplirse el plazo para conocerse los resultados de la revisi¨®n de la pol¨ªtica exterior norteamericana, encargada por el presidente, los principales asesores de Bush han impuesto una l¨ªnea de m¨¢xima cautela hacia la perestroika.
A pesar de que un alto responsable norteamericano explicaba el mi¨¦rcoles a un grupo de corresponsales europeos que "Gorbachov est¨¢ superando incluso la habilidad de Stalin en la consolidaci¨®n de su poder", el escepticismo ante la perestroika es generalizado en el Washington de Bush, que parece que se est¨¢ preparando m¨¢s para un fracaso que para un ¨¦xito de Gorbachov. Una combinaci¨®n de explosiones nacionalistas en Ucrania o Bielorrusia, hasta ahora dormidas, y una crisis en algun pa¨ªs del Este podr¨ªa acabar en seco con el experimento Gorbachov.
Esto es lo que le est¨¢n diciendo al presidente sus asesores m¨¢s pr¨®ximos, seg¨²n pudo saber EL PA?S de fuentes de la Casa Blanca. Aunque Bush personalmente quiere incentivar con zanahorias econ¨®micas la apertura en el imperio del Este, como ha demostrado reaccionando a la democratizaci¨®n en Polonia, el desmoronamiento incontrolado del mismo pone los pelos de punta a los estrategas de la Administraci¨®n.
El consejero de Seguridad Nacional, Brent Scowcroft, y su segundo, Richard Gates, que antes fue el n¨²mero dos de la CIA, donde era el principal analista sovi¨¦tico, son los dos hombres que recomiendan al presidente prudencia, que mantenga el rumbo de diplomacia desde la firmeza, sin responder con gestos audaces a la revoluci¨®n de Gorbachov.
Ambos critican a Reagan y al ex secretario de Estado George Shultz, denunciando que se dejaron llevar muy lejos por las relaciones p¨²blicas y la personalidad cautivadora del l¨ªder sovi¨¦tico. Le dicen a Bush que recuerde lo que ocurri¨® a finales de los cincuenta con el deshielo de Jrus chov o, en los sesenta, con el reformismo truncado de Kosyguin. No declaran, ni mucho menos, el final de la guerra fr¨ªa, como lo ha hecho su padrino intelectual, George Kennan, y a lo m¨¢s que llegan es a decir que "ha concluido la etapa de la contenci¨®n" del comunismo. "Nuestra opini¨®n de la URSS no puede basarse en la personalidad de sus l¨ªderes, sino en la naturaleza del sistema sovi¨¦tico. No podemos adoptar decisiones y estrategias de largo plazo dependientes de la supervivencia pol¨ªtica de un solo hombre. La historia de Rusia y luego la de la URSS nos dicen que seamos esc¨¦pticos y cautos". As¨ª acaba de pronunciarse p¨²blicamente Robert Gates.
Scowcroft, un alumno de Henry Kissinger pero sin su brillantez, en cuyo boyante negocio de asesor¨ªa internacional trabajaba hasta que lo llam¨® Bush a la Casa Blanca, gusta de recordar que la URSS ya era peligrosa y expansionista con el imperio de los zares. Scowcroft, que a primera hora de la ma?ana informa al presidente de la marcha del mundo en un briefing de seguridad nacional, fue, adem¨¢s de general de aviaci¨®n, profesor de historia de Rusia en la academia militar de West Point. El secretario de Estado, James Baker, fundamentalm. ente un pragm¨¢tico, y el ingeniero John Sununu, jefe del Gabinete presidencial, preferir¨ªan que Washington adoptara una postura m¨¢s conciliadora con la perestroika.
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