Crep¨²sculo ideol¨®gico sobre Leningrado
Como el ¨¢guila bic¨¦fala de los escudos zaristas, la ciudad del Neva es un emblema bifronte. Por un lado, es Petersburgo, la ciudad de Pedro el Grande, la puerta abierta de Rusia hacia Europa. Por otro lado, es Leningrado, la ciudad de Lenin, la cuna de la revoluci¨®n. Dos nombres que aluden a dos sue?os de pareja desmesura y desigual fortuna.El zar Pedro I, ilustrado y cosmopolita, desesperaba de que las influencias innovadoras de Occidente pudieran llegar a Mosc¨², alejada del mar, sumida todav¨ªa en la Edad Media y ensimismada en la oscura tradici¨®n de Iv¨¢n el Terrible. Rusia s¨®lo se asomaba al mar B¨¢ltico por el delta pantanoso del r¨ªo Neva, que descarga las aguas plomizas del lago Ladoga en el golfo de Finlandia. All¨ª, en medio de las ci¨¦nagas desabridas, tuvo Pedro en 1703 una visi¨®n grandiosa: sobre el fango del delta se levantar¨ªa la nueva capital de Rusia, la ciudad m¨¢s hermosa de Europa, la Venecia del Norte, la Amsterdam del Este, la Babilonia nevada. Estar¨ªa surcada de avenidas, canales y puentes de granito rosado, de palacios versallescos de colores apastelados, de catedrales con c¨²pulas doradas, de academias cient¨ªficas y monumentos de bronce.
Los rusos pensaban que el emperador estaba loco. Los trabajadores reclutados por la fuerza para clavar en el barro los innumerables pilones de madera que formar¨ªan los cimientos de la futura metr¨®poli maldec¨ªan sus planes. Sin embargo, y contra todo pron¨®stico, el sue?o del zar visionario se hizo realidad.
Desde mi ventana contemplo las aguas tumultuosas del Neva, encrespadas por el viento del golfo, que las peina a contracorriente. El cielo cambiante se refleja, oscurecido, sobre el espejo del Neva. En cualquier direcci¨®n que se mire, el agua y el cielo dominan la escena. La tierra es una raya horizontal, una modulaci¨®n inacabable de un mismo tema barroco y neocl¨¢sico, un espejismo inveros¨ªmil, del que s¨®lo sobresalen las esbeltas agujas doradas del Almi rantazgo y de la fortaleza de Pedro y Pablo y las c¨²pulas de las iglesias.
Frente a mi ventana est¨¢ anclado el crucero Aurora, cuyo m¨ªtico ca?onazo representa el inicio on¨ªricamente exacto de la Revoluci¨®n de Octubre. Cada ma?ana me despierta el toque de trompeta de los cadetes de marina, mientras se iza la bandera roja en el Aurora.
La revoluci¨®n bolchevique fue el sue?o de Lenin, Trotski y muchos otros, aunque la sesgada mitificaci¨®n estalinista se lo atribuye por entero a Lenin, cuyo ¨ªdolo es ubicuo en la ciudad que lleva su nombre. Una industria especializada produce L¨¦nines de todos los tama?os, en yeso y en pl¨¢stico, en bronce y en m¨¢rmol, L¨¦nines de dormitorio y de estaci¨®n ferroviaria, de escuela y de piscina. La figura de Lenin, ya un tanto descolorida, le mira a uno desde todas las esquinas. Pero ?qu¨¦ fue de su sue?o?
El sue?o de Lenin se ha convertido en una pesadilla. ?l hab¨ªa imaginado una sociedad de la abundancia para todos, pero la aplicaci¨®n de sus doctrinas ha conducido a la ineficiencia econ¨®mica y a la carencia generalizada. Los finlandeses, antes m¨¢s pobres que los rusos, son ahora millonarios en comparaci¨®n con los sovi¨¦ticos. Un m¨¦dico ruso gana 150 rublos, es decir, 2.000 pesetas (al cambio de la calle) al mes. Un coche cuesta entre 10.000 y 20.000 rublos, es decir, 10 a?os de salario. El des abastecimiento es dram¨¢tico. En todo Leningrado no hay jab¨®n, ni pasta de dientes, ni verdura, ni pescado, ni caf¨¦, incluso es dificil encontrar t¨¦. Las estanter¨ªas de las tien das est¨¢n vac¨ªas. ?ste es precisamente el tal¨®n de Aquiles de Gorbachov. La gente est¨¢ encantada con las nuevas libertades, pero su situaci¨®n econ¨®mica es igual o peor que antes.
Los precios oficiales son bajos, pero in¨²tiles, pues no se encuentran los art¨ªculos y es preciso recurrir al mercado negro o a los circuitos privilegiados. El precio de una entrada para ver el famoso ballet del teatro Kirov es de 30 pesetas. El problema es que no se encuentran entradas a ese precio, aunque se pueden comprar por muchos d¨®lares en el mercado negro. A quien tiene buenas relaciones se le abren otras puertas. Yo acabo asistiendo al ballet desde el palco de los zares, como invitado del comit¨¦ central del partido comunista.
Toda la plana mayor del partido comunista de Leningrado ha perdido las recientes eleccibnes. Ni Soloviov, primer secretario y miembro suplente del Politbur¨®, ni el segundo secretario, ni el jefe del partido en la ciudad, ni el alcalde, ni el jefe del distrito militar, ni ning¨²n otro de los jerarcas comunistas ha logrado salir elegido. Las primeras elecciones libres celebradas en la Rusia, las de 1918, fueron perdidas por los bolcheviques. Lenin, que no era hombre que se andase con remilgos, hizo detener a los diputados de la oposici¨®n y disolvi¨® la Asamblea. Las segundas elecciones medio libres, las de 1989, han producido resultados parecidos, pero Gorbachov, que es m¨¢s dem¨®crata que Lenin, no ha detenido a nadie. Al rev¨¦s, est¨¢ utilizando la expresi¨®n de la voluntad popular para luchar desde dentro contra la anquilosada y corrupta burocracia que administra la supuesta dictadura del proletariado.
Dirigentes del partido y de la Academia me explican que el gran problema con que se enfrentan es el de despertar de nuevo el esp¨ªritu de empresa, de riesgo y de beneficio, sin el cual ninguna econom¨ªa funciona, pero que ellos mismos han demonizado en el pasado. La colectivizaci¨®n de la tierra, que ha costado 10 millones de muertos, ha producido la agricultura menos eficiente del mundo. Todos los campesinos independientes (los kulaks) fueron exterminados sin piedad. Ahora se trata de fomentar de nuevo I-apropiedad privada (oficialmente, el alquiler de por vida) de la tierra, de fomentar la creaci¨®n de una nueva clase de kulab que permita elevar la productividad del campo. Pero, dados los recuerdos del pasado, los campesinos no acaban de decidirse por el nuevo rumbo, y las ciudades siguen desabastecidas.
Lenin escribi¨® que para formarse ideol¨®gicamente como buen bolchevique hace falta estudiar cuatro cosas: materialismo dial¨¦ctico y materialismo hist¨®rico (que, juntos, forman la filosofia), comunismo cient¨ªfico y econom¨ªa pol¨ªtica. Posteriormente a?adi¨® Stalin un quinto requisito: la historia del partido comunista. Estas cinco materias son obligatorias en todos los estudios. Uno no puede ser dentista ni ingeniero de turbinas sin cursar estas asignaturas y pasar los correspondientes ex¨¢menes. La facultad de Filosofia de la universidad de Leningrado forma a los especialistas en esta ideolog¨ªa. Y aqu¨ª estoy yo, como profesor invitado, rodeado por los te¨®logos del marxismo-leninismo.
Los sacerdotes del leninismo ya no comulgan con la religi¨®n que predican. Su plataforma ideol¨®gica se desintegra a ojos vistas. Cada uno trata de salvarse del naufragio como puede. Los profesores de materialismo dial¨¦ctico quieren reconvertirse en fil¨®sofos de la ciencia. Los de comunismo cient¨ªfico quieren hacer politolog¨ªa o sociolog¨ªa. Ninguno cree en lo que ense?a. Con la nueva liber tad de expresi¨®n nadie tiene pelos en la lengua y nadie rompe una lanza por la desprestigiada ideolog¨ªa marxista.
En la Escuela Superior de Construcciones Navales (donde se construyen los submarinos at¨®micos), los estudiantes me preguntan sard¨®nicamente si tambi¨¦n en Espa?a hay que estudiar comunismo cient¨ªfico para ser ingeniero naval. Hago un chiste sobre la distinci¨®n leninista entre filosofia burguesa y proletaria, y todos se mueren de risa, incluidos los propios profesores de materialismo y de comunismo cient¨ªfico presentes en la sala.
Despu¨¦s del abrumador adoctrinamiento ideol¨®gico a que han sido sometidos, los j¨®venes rusos est¨¢n cayendo en un cinismo completo. Muchos de los m¨¢s espabilados se dedican al contrabando, el cambio ?legal, la especulaci¨®n y la prostituci¨®n. Son los que m¨¢s ganan en la sociedad sovi¨¦tica, y el objeto de la envidia y la indignaci¨®n de los dem¨¢s. En cualquier caso, poco tienen que ver con el ideal del hombre nuevo que hab¨ªa imaginado Lenin.
A Gorbachov no se le compara con Lenin, sino con Pedro el Grande. El programa de Pedro de modernizar Rusia y abrirla a Occidente sigue vigente. Los nuevos aires de libertad que soplan en la URSS est¨¢n produciendo un nuevo fermento intelectual. Pero la parte m¨¢s dificil de la perestroika, la introducci¨®n de la econom¨ªa de mercado, cuya necesidad nadie discute, queda todav¨ªa por hacer. Las cestas de la compra siguen vac¨ªas, y un cierto desencanto se extiende entre la poblaci¨®n.
Por esta ¨¦poca se inician las noches blancas de Leningrado. Al son de la familiar trompeta, los cadetes de marina arr¨ªan la bandera roja del crucero Aurora, mientras un crep¨²sculo espectacular incendia todas las aguas de Leningrado. Y pienso melanc¨®licamente que este anochecer inacabable es como una met¨¢fora del crep¨²sculo ideol¨®gico al que he asistido todos estos d¨ªas. Dicen que para volver a Leningrado hay que arrojar una moneda al Neva. Yo, por si acaso, he arrojado la m¨ªa.
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