Desde el palco real
Diez de la ma?ana, comienzan los preparativos. Los escoltas repasan numerosas veces cada rinc¨®n de la plaza. Lo estudian todo, preguntan todo, no dejan un detalle al pairo. El servicio de mantenimiento de los viejos ascensores ya estuvo ayer repasando la artesana maquinaria y vuelven esta ma?ana. Repasan todo nuevamente y cortan la corriente. A¨²n lo volver¨¢n a repasar una hora antes de que comience la corrida. El servicio de protocolo ultima los detalles, esas flores aqu¨ª, esa silla m¨¢s cerca de la pared. El servicio de ambig¨² del palco refriega vasos, bandejas y cubiertos, preparan hielo y limpian hasta los cascos de las botellas para que todo est¨¦ "m¨¢s bonito que un san Luis". Se perfuma el palco, se alegran los tapices, se repasa el cuarto de ba?o en donde no faltan, colonias desodorantes, toallas y jabones.Cuando se construy¨® la plaza de Las Ventas se busc¨® el ¨¢ngulo donde la perspectiva fuese la mejor, y all¨ª se instal¨® el palco, que vio c¨®mo pasaban los a?os y no terminaba de confirmar su calificativo de real. En aquellos mismos planos se decidi¨® d¨®nde ir¨ªan los ascensores que todav¨ªa hoy se conservan en pleno funcionamiento. Son artesanales, con llave de luz, muy estrechos y alargados, "como una caja de zapatos". Son lentos, sintiendo ac¨²sticamente como ascienden hasta la grada. La salida del ascensor desemboca directamente en la zona real. Se cruza la puerta y a la izquierda queda el cuarto de ba?o, que tiene los grifos ba?ados en oro, y es amplio, espacioso, para faenar sin apreturas. De frente a la puerta de entrada, un biombo adornado con estampas taurinas oculta el ambig¨² al que se accede por la sala principal del palco. A la derecha, seg¨²n entramos, un estrecho pasillo comunica con esa dependencia central. Una sala de altos techos, blanca radiante, adornadas las paredes con tapices, de unos 20 metros cuadrados. Una peque?a mesa en un rinc¨®n, rectangular, bajita, que hace las veces de repisa. En las esquinas, sillas de doradas maderas y tapizadas en raso verde o rosa real. Como quien sale al balc¨®n de su casa, de esa dependencia salimos al palco real propiamente dicho, que tiene unos seis metros cuadrados. Un pasamanos en terciopelo rojo y un rodapi¨¦ del mismo color delimitan un espacio donde la visi¨®n de lo que ocurre en el ruedo es excepcional. En las esquinas del palco, grandes tiestos, y en el centro, confortables sillones de raso tambi¨¦n rojo. Sobre el posamanos, los programas en seda de la corrida que ya empieza.
Franco apenas saludaba
Muchas cosas han cambiado desde que Franco ocupaba ese palco. Llegaba -cuentan quienes ah¨ª le recibieron-, siempre con prisas. Apenas saludaba a nadie y nunca entraba al servicio. Todo se hac¨ªa entonces bajo un aire marcadamente marcial y se hablaba poco. Franco s¨®lo iba a la corrida de la Beneficencia y al festival de Navidad, que organizaba la se?ora, su esposa. Lo organizaba en pleno invierno, por lo que se colocaron en el techo del palco unas pantallas de rayos infrarrojos porque "el fr¨ªo era de ¨®rdago, pero ah¨ª no se mov¨ªa nadie". Franco era austero, y el servicio, que encargaban a Chicote, apenas trabajaba. El mobiliario apenas ha cambiado desde entonces, aunque s¨ª hay una novedad: Franco era bajito, y en los sillones del palco no ve¨ªa bien los toros. Tra¨ªan entonces los sillones de palacio, y en el suelo se colocaba un coj¨ªn para que no tuviese los pies colgando. Hay m¨¢s cosas que han cambiado. Por ejemplo, las recepciones al terminar el festejo. S¨®lo sub¨ªan los toreros, nadie de las cuadrillas, y entre dos palabras y un canap¨¦, Franco les entregaba el regalo por los brindis, que variaba entre pitilleras y alfileres de corbata. Antes hab¨ªa recibido informaci¨®n de c¨®mo hab¨ªan sido los brindis, por boca de la persona de su s¨¦quito que tambi¨¦n recog¨ªa la montera entre barreras. Dos palabras, un bocado, el regalo y se acab¨®. Tan s¨®lo unos minutos para los que desde dos d¨ªas antes se hab¨ªan movilizado cientos de polic¨ªas, que rastreaban las dependencias de la plaza. No se dejaba de vigilar ni un instante, y en el palco, dos d¨ªas antes de que lo ocupase Franco, ya estaban viviendo y durmiendo miembros de la escolta que durante la noche recorr¨ªan silenciosa y misteriosamente toda la plaza. Entonces todo era marcial, austero y con la amenaza del "como salga mal, ya ver¨¢s..."
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